CAPÃTULO 1 - Universidad de Deusto
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cialmente cristiana. Es una imagen que tiene elementos griegos, romanos, cristianos, medievales,<br />
renacentistas y también mo<strong>de</strong>rnos y contemporáneos, que le dan unas variaciones particulares,<br />
según los casos. Pero todas estas variantes tienen en común una i<strong>de</strong>a, que es la característica<br />
principal <strong>de</strong>l “homo sapiens”: la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un principio supremo (no necesariamente un<br />
dios) que, <strong>de</strong> alguna manera, lo origina y lo gobierna todo en el Universo. Esta i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un<br />
principio supremo la encontramos ya en los presocráticos, en los siglos VII y VI a.C. (y nos<br />
remontamos sólo a los principios claros <strong>de</strong> nuestra cultura; si fuéramos más atrás veríamos<br />
que todos los grupos humanos, sin excepción, tienen siempre la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> un principio superior<br />
que es el origen y el que gobierna el universo: un dios, un espíritu, la propia naturaleza -<br />
entendida como algo vivo y <strong>de</strong> alguna manera consciente-, un tótem o cualquier otra cosa).<br />
Entre los presocráticos este principio es claro. Para Tales <strong>de</strong> Mileto, por ejemplo, era el agua,<br />
que lo originaba y lo constituía todo. Para Anaximandro, el “apeiron”, lo ilimitado; para<br />
Anaxímenes, el aire; para Anaxágoras, el “nous” o inteligencia que todo lo gobierna; para<br />
Pitágoras y los pitagóricos, el número; para Empédocles, los cuatro elementos (agua, aire,<br />
tierra y fuego) y las dos fuerzas que los mueven: el amor, que une, y el odio, que separa; y<br />
sobre todo Heráclito, con la teoría <strong>de</strong>l “logos” como principio regulador <strong>de</strong>l Universo; y <strong>de</strong>spués<br />
<strong>de</strong> los presocráticos y <strong>de</strong> Sócrates, Platón, con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l Bien; Aristóteles, con la i<strong>de</strong>a<br />
<strong>de</strong>l Motor Inmóvil, y como ellos muchos otros filósofos y pensadores griegos y latinos. (Entre<br />
todos ellos hay, lógicamente, muchas diferencias, y muy importantes, pero que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> nuestro<br />
punto <strong>de</strong> vista se reducen a diferencias <strong>de</strong> matiz.)<br />
Po<strong>de</strong>mos caracterizar la imagen <strong>de</strong>l “homo sapiens” como la imagen <strong>de</strong>l hombre que vive<br />
en tensión “hacia arriba”, hacia el principio supremo, y cuyo perfeccionamiento consiste en ir<br />
elevándose constantemente hacia ese principio supremo <strong>de</strong>l cual participa a través <strong>de</strong> su condición<br />
racional. El Cristianismo va a aportar un elemento nuevo y <strong>de</strong>cisivo a esta imagen: va a<br />
invertir la relación entre el hombre y la divinidad, poniendo el acento más en Dios que en el<br />
hombre, a la vez que estrecha el vínculo entre ambos. La razón <strong>de</strong> este acercamiento está en<br />
que la divinidad <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser un principio cósmico (el Logos, el Bien, el Motor Inmóvil...) para<br />
convertirse en persona. El Dios cristiano es un Dios personal, es persona: tiene inteligencia y<br />
voluntad. Con esta nueva relación, en la imagen <strong>de</strong>l “homo sapiens” el elemento puramente<br />
racional <strong>de</strong>l hombre se transforma en espiritual (es <strong>de</strong>cir, se da a la razón, y por tanto al hombre,<br />
una dimensión que trascien<strong>de</strong> la pura racionalidad, haciéndole partícipe <strong>de</strong>l Espíritu <strong>de</strong><br />
Dios, y por tanto un ser espiritual: su dignidad última y más importante no será ya la racionalidad,<br />
sino la espiritualidad). Paralelamente, se agranda la distancia entre cuerpo y alma que<br />
ya había establecido Platón. Así, a medida que se diviniza el espíritu <strong>de</strong>l hombre, se <strong>de</strong>moniza<br />
el elemento material, el cuerpo, al que se presenta con connotaciones negativas.<br />
Ya en la Edad Mo<strong>de</strong>rna (s. XVI) se mantiene esta imagen <strong>de</strong>l “hombre que piensa”, si bien<br />
su dignidad se pondrá ahora, más que en el espíritu divino <strong>de</strong>l que participa, en otras peculiarida<strong>de</strong>s<br />
que lo distinguen: el <strong>de</strong>sarrollo <strong>de</strong> la inteligencia (es el caso <strong>de</strong>l racionalismo e i<strong>de</strong>alismo<br />
<strong>de</strong> Descartes); en la libertad <strong>de</strong> la acción moral (Kant), o bien en su autonomía e in<strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia<br />
<strong>de</strong> cualquier entidad trascen<strong>de</strong>nte, como ocurre en la Ilustración (el principio supremo<br />
es la Razón, la razón con mayúscula, divinizada). (Po<strong>de</strong>mos <strong>de</strong>cir que como los griegos,<br />
pero sin la “humildad” o el sometimiento al <strong>de</strong>stino. Los ilustrados, a diferencia <strong>de</strong> los<br />
griegos, ya no creen ni en el Destino ni en Dios. Sólo creen en la Razón. Por encima <strong>de</strong> la<br />
Razón y <strong>de</strong> la libertad no hay nada, salvo el progreso <strong>de</strong> la humanidad hacia un mundo cada<br />
vez mejor. Podría <strong>de</strong>cirse, sin forzar mucho las cosas, que los ilustrados <strong>de</strong>spojan al “paraíso”<br />
<strong>de</strong> su condición ultraterrena para bajarlo a la Tierra y situarlo al final <strong>de</strong> la historia, como meta<br />
final <strong>de</strong>l progreso que sin duda alguna alcanzará un día la humanidad.)<br />
Des<strong>de</strong> el punto <strong>de</strong> vista educativo, la conclusión más importante que cabe sacar <strong>de</strong> esta<br />
primera imagen clásica es su optimismo. La visión <strong>de</strong>l hombre como “homo sapiens” se ca-<br />
Antropología <strong>de</strong> la Educación. Capítulos 1 y 2. Página 26