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Guía de las especies introducidas marinas y costeras de Colombia<br />

P<br />

Jenny Leal Flórez<br />

or lo menos un 20% de<br />

la población mundial vive dentro<br />

de la franja de los 25 km al interior<br />

de la línea de costa, lo cual obedece<br />

a la enorme riqueza que poseen las<br />

zonas costeras en términos de recursos<br />

naturales y servicios que reditúan<br />

algún beneficio económico para la<br />

humanidad (Costanza et al., 1997;<br />

UNDP/UNEP/WB/WRI, 2000). Sin<br />

embargo, esa riqueza también las<br />

convierte en áreas vulnerables al impacto<br />

humano (Blaber et al., 2000),<br />

incluyendo la introducción de especies no nativas (Ruiz et al., 1997, 1999). Las actividades humanas por<br />

medio de las cuales se transportan especies de un lugar a otro fuera de sus rangos naturales pueden dar<br />

lugar a invasiones biológicas que eventualmente pueden alterar la estructura y función de los ecosistemas<br />

y por ende causar la pérdida de valiosos recursos naturales (Mack et al., 2000; Mooney y Cleland, 2001;<br />

Hoffmeister et al., 2005). Por largo tiempo, se creyó que las consecuencias de la introducción de especies<br />

eran especialmente dramáticas en ecosistemas terrestres y de agua dulce, mientras que en ecosistemas<br />

marinos y costeros eran mínimas. Esta creencia se apoyaba en la hipótesis de que la naturaleza abierta y<br />

el gran tamaño de los ecosistemas marinos proveían resiliencia en contra de perturbaciones tales como<br />

la polución o las invasiones biológicas (Ruiz et al., 1997). Sin embargo muchos casos de introducciones<br />

accidentales de especies en ecosistemas costeros han demostrado que la presencia de especies no nativas<br />

puede tener tremendos impactos negativos también en estos ambientes (Carlton, 1989; Ruiz et al., 1997;<br />

Grosholz, 2002; Bax et al., 2003). Un ejemplo de esto es el caso del estuario y delta de la bahía de San<br />

Francisco en Estados Unidos, donde al menos 200 especies no nativas han establecido poblaciones naturales<br />

y alterado las comunidades ecológicas, y por ende, han impactado negativamente las poblaciones humanas<br />

que dependen de estos ecosistemas para su sostenimiento (Cohen y Carlton, 1998). La mayoría de las<br />

introducciones intencionales en el mundo se han hecho pensando precisamente en aliviar situaciones de<br />

pobreza en las poblaciones que ganan su sustento de los ecosistemas afectados. Sin embargo, como lo<br />

señalan Moyle et al. (1986) y Moyle y Light (1996) lo único que puede asegurarse al introducir una especie<br />

no nativa es que no se sabe cuáles serán las consecuencias. Dado que en la mayor parte de los casos<br />

conocidos, esta acción bien intencionada ha terminado en perjuicio tanto para los ecosistemas como para<br />

las poblaciones humanas, el autor llamó este resultado “el efecto Frankenstein”.<br />

Sin embargo, la introducción de especies no nativas, en algunos casos puede también redituar beneficios<br />

para la biota nativa (p. ej. a través de interacciones mutualísticas o relaciones de facilitación), o para las<br />

poblaciones humanas (Bax et al., 2003; Thiltges et al., 2006; Sax et al., 2007; Vellend et al., 2007). Por<br />

21<br />

Ciénaga Grande de Santa Marta. Foto: Adriana Gracia C.

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