NUEVAS AVENTURAS DEL LADRÓN DE DISCOS - Rolling Stone
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C ARLOS SAMPAYO<br />
<strong>NUEVAS</strong> <strong>AVENTURAS</strong> <strong><strong>DE</strong>L</strong> <strong>LADRÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>DISCOS</strong><br />
Pensé, no, Harold. No hay mensaje. Hubo momentos para eso.<br />
Coltrane no pretendía prolongarse. Su hijo Ravi, que nació el año<br />
de la muerte de su padre, ha sabido entenderlo y trata, modestamente,<br />
de establecerse en otra esfera. Hasta hoy ha fracasado pero<br />
desde estas páginas el ladrón le desea feliz cumpleaños, cada año.<br />
Y mejores cópulas.<br />
Así que, resumiendo, The fox contiene la virtud de despertar una<br />
pasión que se creía dormida. El secreto de la persistencia de sus<br />
cualidades está encerrado en el objeto y se desvelará, poco a poco,<br />
en incontables escuchas que deseo para otros, con escaso convencimiento<br />
de ser escuchado.<br />
Como se recordará, este ladrón de discos huyó de Argentina el 2 de<br />
mayo de 1972. Nadie lo perseguía, al menos en sentido tangible; no<br />
había un cuerpo que empujara a otro, ni un soplido de muerte, ni<br />
otras proezas que –al poco tiempo– se atribuirían muchos de sus<br />
compatriotas. En realidad, no huyó: se fue. Pero también huyó, sí,<br />
de su propio punto de vista. ¿Desde dónde podía contarse esa historia?<br />
¿Cuál debía ser la mirada? ¿Qué miraría esa mirada? Al contrario<br />
que en el tópico, la historia no cuenta nada, más bien lo<br />
borra todo; una memoria total sería insoportable, enloquecedora.<br />
Una memoria fija en hechos y datos facilita la crónica: el 3 de mayo<br />
de 1972 (el viaje duraba unas quince horas) el ladrón aterrizaba en<br />
el aeropuerto de Madrid.<br />
Un cielo límpido e infinito ayuda a los buenos augurios.<br />
El espacio transparente se deja penetrar por la música. El ladrón<br />
pensó “afilemos las ganzúas de la habilidad”. Tanta transparencia<br />
no dejaba lugar a otras artes y, para él, era un lugar sin historia,<br />
pese a la grandeza.<br />
La primera semana fue memorable, pero la ha olvidado.<br />
La segunda semana miró la cartelera de espectáculos: “Whisky<br />
Jazz: Johnny Griffin con Tete Montoliu trío”. Pensó, no está mal<br />
para empezar, un músico norteamericano en un club, así como así.<br />
Era verdad que Griffin no le gustaba: Griffin no decía nada con<br />
muchas notas. Lo había oído como miembro de los Jazz Messengers<br />
de Art Blakey y como saxofonista del cuarteto de Thelonious Monk.<br />
Crasos errores de Blakey y Monk. Hay que perdonar.<br />
La noche le gustó. Estaba en compañía de nuevos amigos y el<br />
lugar recreaba night clubs neoyorquinos o caves parisinas; tenía<br />
olor a humedad y cerveza rancia, estaba inundado de humo de<br />
tabaco negro y la gente no hablaba durante la música. Johnny, tal<br />
como se esperaba, era un petardo, pero el ladrón quedó extasiado<br />
con el pianista, un ciego de sonrisa intempestiva y talento para<br />
meter las blue notes allí donde el alma las estuviera esperando. Era<br />
muy bueno. Griffin lo conocía bien, lo festejaba y el pianista recibía<br />
los festejos con sonrisas heladas. Tete Montoliu, un hombre gris.<br />
Los de la rítmica eran europeos del norte: Peer Wyboris y Eric Peter.<br />
Así que ésa fue la primera noche live del expatriado. Otras tendrían<br />
como protagonista el vino, la marihuana y el dilema interior,<br />
que consistía en seguir siendo quien se era o pasar a ser otro. Lo<br />
cual le promovía dos simpáticas preguntas íntimas: ¿quién se es?<br />
¿Quién se quiere ser? Y, en consecuencia, dos respuestas más o<br />
menos astutas: se es quien no se ha tenido la ocasión de evitar ser;<br />
se quiere ser quien se es pero sin los inconvenientes que acarrea tal<br />
condición. En resumen, el primer dilema de la expatriación fue tan<br />
mediocre como el “arte” de Johnny Griffin y su solución, tan vaga<br />
como cualquier futuro.<br />
De lo que entonces el ladrón expatriado estaba seguro, era de<br />
que el jazz sí tenía futuro; estaba a la vista dado el pasado. Ah,<br />
pequeño necio, aún no había comprendido que se acababa de<br />
ingresar en la triste década de los setenta, en la mala digestión de<br />
la psicodelia, el sesenta y ocho, el flower power, Marcusse, y la<br />
música pop como fuerza expresiva de una generación, nada menos.<br />
Miles Davis sí lo había entendido, pero ahora dice su amigo y<br />
biógrafo Quincy Troupe que su desvío se debió a otra cosa, mucho<br />
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