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NUEVAS AVENTURAS DEL LADRÓN DE DISCOS - Rolling Stone

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C ARLOS SAMPAYO<br />

<strong>NUEVAS</strong> <strong>AVENTURAS</strong> <strong><strong>DE</strong>L</strong> <strong>LADRÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>DISCOS</strong><br />

Dios lo perdone.<br />

Una tregua era irse a Perpignan a ver películas y respirar un aire<br />

fresco que se nos antojaba revolucionario y francés; nada más alejado<br />

de esa región que el primero de esos sentimientos. Una vez, en<br />

un hotel de esa “ciudad”, tocaba el trío de Georges Arvanitas;<br />

recordé que en Buenos Aires, Francisco Mujía Jackson (nombre<br />

verdadero) lo había pasado en su programa de Radio Splendid.<br />

Arvanitas era sólido. Y desata un recuerdo. Un pianista a la francesa,<br />

sonidos que volverían a llegar a través de Michel Petrucciani,<br />

Alain Jean-Marie y otros. Soñé con caves, bellas Juliette Greco, y<br />

Juliette Mayniel, que ya apareció en Memorias de un ladrón de discos<br />

como expresión ideal a plena pantalla, en una película donde se<br />

acostaba con el personaje equivocado. En fin. Georges era más feo<br />

que un sapito, pero manejaba las manos como un orfebre y helo<br />

aquí como punto de un entramado, tantos años después.<br />

Hoy, hoy mismo, escribo de pie, como George Bernard Shaw y como<br />

Ernest Hemingway y Phillip Roth, aunque por ninguna de las<br />

razones que los animaron. George porque era socialista y necesitaba<br />

caminar por la habitación para que no se le escapara la coherencia<br />

de las ideas, ni se mitigara el efecto maléfico de sus observaciones.<br />

Ernest porque tenía hemorroides; él lo ocultaba y se hacía el<br />

cazador misterioso y tauromáquico experto, pero lo cierto es que<br />

tenía el culo como una rosa encarnada. Roth, quizá para volar por<br />

sobre su vejez llena de deseos que se esfuman. Yo, en medio de las<br />

hemorroides y el socialismo, cabalgando sobre otros malestares<br />

tanto físicos como morales, escribo como quien toca el saxo alto.<br />

Como Charlie Parker, balanceándome sobre los dos pies.<br />

Como Paul Desmond pensando en botellas de whisky.<br />

Como Ornette Coleman intranquilizando a los tontitos.<br />

Pero de mi máquina no salen sonidos, ni malestares, esto es una<br />

crónica e intenta ser una confesión. La de la espera de una lluvia<br />

de discos que suplieran a los abandonados en aquellas playas donde<br />

la masacre preparaba su desatarse.<br />

La de una lluvia que hoy mismo fulmine mi indiferencia al<br />

contenido de tantos discos robados, música que ha muerto como<br />

todo lo vivo. Muere lo que nos ha dado vida porque poco a poco<br />

va muriendo nuestra vida, desaparece nuestro cuerpo antes de<br />

corromperse, vuela a unos cielos que contienen discos que serán<br />

llovidos sobre otras almas, llovido sobre mojado más claro, echále<br />

agua.<br />

Escribo sentado en sillas que crujen, se abandonan a su suerte,<br />

se retuercen y quejan, en reclinatorios, en bares, pizzerías, cervecerías<br />

y pubs. En Madrid, Barcelona, otra vez Madrid, Castelldefels,<br />

Sitges, Brescia, Milán, Ginebra, Londres, Siena. En Roma, La Floresta<br />

y Buenos Aires.<br />

Escribo en itinerarios sin describirlos, los discos son redondos<br />

en todas partes, basta con eso.<br />

Escribo en 1976 en un pub de South Kensington y termino<br />

borracho antes de ver a Dexter Gordon en Ronnie Scott’s.<br />

Escribo en 1978, sentado en el bar del Capolinea, en Milán,<br />

donde esa noche toca Chet Baker, también sentado (él en un taburete).<br />

Escribo en una terraza frente al lago Lèman, tratando se ser<br />

indiferente al quinteto de Junior Cook y Bill Hardman, dentro de<br />

unas horas en un café de Carouge.<br />

Escribo en 1979, en un barsucho griego de la Rive Gauche, esperando<br />

la fiesta de París que París ya no celebra, esa noche caerá<br />

sobre los incautos la música escénica de Sun Ra (con John Gilmore<br />

y Marshall Allen)<br />

Escribo en 1980. En el Casino El Retiro de Sitges, en un cuaderno<br />

negro, sobre Count Basie viajando en taxi, porque esa tarde<br />

Harry Sweets Edison enseñará trompeta en el otro Casino, el Prado,<br />

acompañado por un trío local, que se hallará más perdido que<br />

turco en la neblina porque, como confesará un integrante, “ellos<br />

están en otra cosa, entienden el ritmo de otra manera”.<br />

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