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NUEVAS AVENTURAS DEL LADRÓN DE DISCOS - Rolling Stone

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C ARLOS SAMPAYO<br />

<strong>NUEVAS</strong> <strong>AVENTURAS</strong> <strong><strong>DE</strong>L</strong> <strong>LADRÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>DISCOS</strong><br />

generaciones. Revisado a la distancia, muchos años después, el episodio<br />

dio lugar a charlas con “expertos” locales. Que ese saxofonista<br />

era Booker Ervin, que vivió en Barcelona. Que era Pony Poindexter,<br />

considerado poco menos que del lugar. Que era Lucky Thompson.<br />

La verdad, pudo haber sido cualquiera de los tres, sólo que Ervin<br />

había muerto dos años antes; pero, ya se sabe, en materia de espíritu<br />

todo puede conseguirse.<br />

El saxofonista tocaba cada día a la misma hora; primero notas<br />

largas, después largas escalas; se tomaba un respiro y acometía con<br />

temas. Durante quince días no hice otra cosa que esperar escucharlo.<br />

A veces había viento o llovía, o el tráfico, o Manolo Escobar, pero<br />

en general, esos días se fueron llenando de gozo y, proporcionalmente,<br />

comenzaron a mirarme mal en la agencia: no había sido un<br />

fichaje rentable. Dejaron de hablarme, de saludarme, de limpiar mi<br />

despacho. Echarme les hubiera significado tener que largar guita;<br />

preferían tenerme allí, como una estatua, antes que desembolsar.<br />

Llegaron a creer que no existía, pero el sueldo era sistemáticamente<br />

depositado en mi cuenta corriente. Cuando uno tiene un consuelo<br />

la eficacia de la tortura disminuye. Si lo que tiene es una ilusión<br />

–variante poética de la convicción–, el tormento se vuelve prácticamente<br />

inútil.<br />

Los tipos eran salvajemente mediocres, pero yo me refugiaba en<br />

la espera de la noche, en la filtración de los sonidos del saxofonista.<br />

Y además, comencé a leer, una práctica que había abandonado.<br />

Todo obra del saxofonista.<br />

Leía poesía y relatos cortos, piezas que me permitían, día tras día,<br />

dar sentido al encierro, a la batalla silenciosa librada contra los señores<br />

Domenech y Prat, 2 propietarios de la agencia. Nos sonreíamos<br />

con algunos compañeros, dos de ellos provenientes de las playas<br />

remotas: Miguel Bejo y Vicente Battista. Al primero le gustaba el cine<br />

y había co-dirigido una película. El segundo era escritor. Nadie tenía<br />

2<br />

Domenech y Prat fueron, años después, los responsables propagandísticos de alguna<br />

de las reelecciones de Pujol en Cataluña.<br />

idea de qué era el jazz. Veinte años después, Vicente reseñó una de<br />

mis novelas en el diario Clarín de Buenos Aires. Laudatorio estuvo.<br />

Mientras tanto, aunque el ruido lo tapara, estaban España y su<br />

dictador a punto de volverse perpetuo. Estaban los “españoles<br />

todos” que no eran todos. Estaban los de ellos y los de nosotros,<br />

según quien lo dijera. Era como un contenedor de escoria a punto<br />

de estallar. Leo hoy la última frase de una novela de Roberto<br />

Bolaño: “Y después se desata la tormenta de mierda”, 3 casi traduce<br />

lo que se esperaba y temía.<br />

Dadivoso e indiferente al juicio, como parecía estar poniéndose<br />

Miles Davis, allá en su picadero de ricas y famosas, calentándose el<br />

culo en el cuero fino del asiento de su Ferrari Testarossa (amarillo,<br />

la contradicción del ignorando), meta y pon de música espuria en<br />

el radiocasette, a ver si se le pegaba el éxito de la baratura espiritual,<br />

insultando, insultando, desdeñando, despreciando. Yo le hubiera<br />

recomendado a Manolo Escobar, que no la pasaba mal en esa España<br />

que a fuerza de no hallarse estaba por prevalecer. Una España<br />

oscura como las jóvenes paseantes de las Ramblas de Barcelona,<br />

baja estatura, reloj Seiko tamaño gigante, remera azul con cuellito<br />

redondeado, jeans no del todo ajustados porque los culos aún eran<br />

grandes para la altura media y el recato, gafas sin marco, palidez de<br />

perplejidad y de somos europeos, somos.<br />

Un compañero de trabajo, ante mi indiscreta admisión de que<br />

la poesía era de mi interés, dijo:<br />

–Yo la poesía la encontré en el fascismo.<br />

Eso dijo.<br />

Ante lo cual todos los presentes callaron porque ese mismo personaje<br />

(herido de afeitada irregular), concupiscente con las secretarias,<br />

había antes opinado que:<br />

–A Franco se lo respeta mucho en Europa, por ejemplo en el<br />

Vaticano.<br />

3<br />

Roberto Bolaño: Nocturno de Chile, Barcelona, Anagrama, 2000.<br />

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