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NUEVAS AVENTURAS DEL LADRÓN DE DISCOS - Rolling Stone

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C ARLOS SAMPAYO<br />

<strong>NUEVAS</strong> <strong>AVENTURAS</strong> <strong><strong>DE</strong>L</strong> <strong>LADRÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>DISCOS</strong><br />

más honesta que una cita con el héroe de nuestro tiempo, el asesor<br />

financiero.<br />

Miles, resucita y explica que “no hay que detenerse”, que “no<br />

hay que mirar atrás”. Y yo, que lo respeto como muerto y como<br />

vivo, no puedo dejar de preguntarme qué está queriendo ocultar,<br />

qué es lo que no dice.<br />

Al joven ingenuo y un poco inmoral de 1972 no se le hubiera<br />

ocurrido abjurar del jazz, ni del pasado, ni hubiera dicho que no<br />

hay que mirar atrás.<br />

Escuchó On the Corner.<br />

¿Qué pensó?: 1) Que había una equivocación y no se trataba de<br />

un disco de Miles Davis. 2) Que el que había detrás era un intérprete<br />

de música rítmicamente seductora que tenía la suerte de llevar<br />

el mismo nombre que el héroe, para desgracia de aquél. 3) Que,<br />

efectivamente, se trataba de Davis, pero que alguna causa oculta lo<br />

había empujado a la traición.<br />

Caminó por las calles húmedas y con olor a cloaca de una<br />

Barcelona franquista y deprimida, puntualmente necesitado, sin<br />

mirar a nadie. Para mayor desamparo, todo gris, hasta el uniforme<br />

de los policías muertos de hambre y con la lujuria pendiente de un<br />

hilo. Pensó, porque tenía la facultad de hacerlo, que sólo le quedaba<br />

esperar al próximo disco y, mientras tanto, dedicarse a la escucha<br />

de la música ya amada. Llegó a pensar “para esto, mejor no me<br />

expatriaba”.<br />

En la oscura casa de pensión las ventanas cerraban más o menos.<br />

Las rendijas, además de frío y olor, dejaban pasar un sonido espeso e<br />

indiferenciado, algo situado entre el dolor y la necesidad de júbilo.<br />

Allí, la ciudad no tenía fuerzas para bullir, le bastaba con los medios<br />

tonos. La música de las radios, entre Peret y Manolo Escobar, acompañada<br />

de palmas a destiempo. Dormir era difícil, leer, imposible.<br />

Trabajaba en una agencia de publicidad cautiva de una empresa de<br />

detergentes, sita en la periferia norte, un lugar bastante inmundo.<br />

Los pensamientos eran malsanos, pero un día: la sorpresa.<br />

Un sonido armonioso se coló por las rendijas.<br />

El humo del cigarrillo se volvió azul. El vaso se llenó solo y la<br />

fealdad de la habitación ganó en cualidades. El poder de la música.<br />

Unas notas de saxo tenor bien tocado. El tipo no era un aprendiz,<br />

sabía lo que hacía, pensó el expatriado, un quía con suficientes<br />

atributos como para barrer con el tedio.<br />

Unas blue notes que no venían de la frecuentación de los discos,<br />

sino de una cultura.<br />

Escribo hoy. El jazz es universal, pero no me fastidien, lo que no es<br />

universal es el modo en que un jazzman estadounidense resuelve el<br />

blues, cómo lo inserta en una balada, en un standard sin importancia,<br />

en cualquier cosa que haya escuchado y que intente reproducir.<br />

Entonces, nadie tuvo que confirmarme que esos sonidos provenían<br />

de una sensibilidad jazzística auténtica, con historia de<br />

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