NUEVAS AVENTURAS DEL LADRÓN DE DISCOS - Rolling Stone
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C ARLOS SAMPAYO<br />
<strong>NUEVAS</strong> <strong>AVENTURAS</strong> <strong><strong>DE</strong>L</strong> <strong>LADRÓN</strong> <strong>DE</strong> <strong>DISCOS</strong><br />
Así que, piensa, ya que esta música es producto de una charla en<br />
un bar, el de Teddy, en la calle 8 de Manhattan (se nota en los<br />
humores de Clifford) “me compro el disco y que sea lo que Dios<br />
quiera”. Mientras tanto, cuando es observado con severidad por los<br />
vendedores y los otros clientes, ha comenzado Minor Mood y así<br />
entramos en un terreno no-standard, lo cual, tratándose de semejantes<br />
músicos, no significa nada.<br />
Compra el disco y todos los presentes se sorprenden de que esa<br />
especie de barbone disponga de emolumentos y, más aún, de que<br />
tenga a su disposición un buen gusto “moderno” propio de apartamentos<br />
sólidos, sofás de piel de hombre, lámparas dirigidas fuera<br />
de la conciencia demasiado crítica. Qué se le va a hacer, parecen<br />
decir, pero una señora comenta en voz baja:<br />
–Debe ser uno de esos autónomos que ahora escuchan jazz.<br />
El comprador piensa que nada más lejos, que él es un simple e<br />
ingenuo ex comunista venido de otras tierras con la sencilla necesidad<br />
de una inserción que nunca llega a producirse. El pobre no<br />
cree en la extranjería, se dice que la buena voluntad de pueblos y<br />
personas barren las fronteras…<br />
Vi al paseante en Milán varias veces. Me crucé con él cada verano,<br />
otoño, invierno y primavera entre 1975 y 1979. Solía llorar, hay<br />
que ver cómo se reía, caminaba rápido, se caía, robaba páprika y<br />
manteca en el supermercado Coop, se erigía en ciclista, cuidador de<br />
perros, quiromasajista, maquinista de la General, profesor, alumno,<br />
durmiente, saliente y entrante. Es decir, buscaba un acomodo<br />
en el mundo.<br />
Ruin pretensión.<br />
Los reposos preferidos eran Black Saint y Buscemi Dischi, dos<br />
negocios de discos sólo adecuados a presupuestos venturosos. El<br />
tipo tenía que acostumbrarse sólo a la contemplación de las carátulas,<br />
el tacto, el olor y otras promesas de contenido. E ingeniárse-<br />
las para aplicar el principio de la apropiación justa, tan en boga en<br />
esa época, los “años de plomo”.<br />
En 1978, el “poder” tenía miedo después del asesinato de Aldo<br />
Moro: había que aprovechar la coyuntura. Robar o pagar, no era un<br />
dilema, pues lo primordial era el cambio de paisaje interior (de la<br />
cabeza y de esa forma que adquiere, que es el domicilio particular);<br />
quizá hubiera que trabajar, escribir guiones “comerciales”, bajar al<br />
fango, perder la integridad del poeta sin ofenderse. Finalmente,<br />
todo sacrificio merecía una aproximación al arte (dicha esta última<br />
frase a voz en cuello), cuando el paseante la gritó, yo caminaba<br />
tres pasos tras él, era su sombra no proyectada porque era de<br />
noche y en viale Majno habían roto las farolas a pedradas. “Sonidos<br />
naturales, fricción y rotura, instrumentos populares, la música del<br />
proletariado en armas”, se publicó la mañana siguiente en un quotidiano<br />
rabioso, muy en boga, con una guarda roja bajo un encabezamiento<br />
cuyo nombre el paseante guardó en la memoria pero yo<br />
he gentilmente olvidado.<br />
El refugio espiritual llamado Black Saint era factible. El dueño,<br />
única persona que atendía al público, era vanidoso y, en consecuencia,<br />
distraído a raíz de la contemplación de la propia persona.<br />
Buscemi Dischi, en cambio, era un hueso duro de roer: los empleados<br />
no comulgaban con la idea del cambio de manos porque se les<br />
recompensaba con una comisión (microscópica) calculada sobre<br />
los dividendos de cada mes. El mejor modo de preservar un patrimonio.<br />
Los tipos miraban con ojos sanguinarios, cuyos reflejos<br />
prometían durísimos castigos a quien se atreviera a meterse un<br />
disco bajo el abrigo; no debemos olvidar que los LP eran objetos de<br />
indisimulable presencia y espinosa ocultación.<br />
Aquel año de gracia de 1978, la primera aventura fue fructífera<br />
y tuvo como víctima al vanidoso de Black Saint.<br />
El paseante se alisó las barbas, se limpió los zapatos con la poca<br />
saliva que le quedaba después de un Celtique sin filtro, se peinó la<br />
espesura de las cejas y, con aire digno, se dirigió hacia el inmodesto<br />
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