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A VECES AMANECE A LAS 4:48<br />
Tal vez era la madrugada lo que ejercía ese efecto sobre mí. Ni el más dulce licor era<br />
capaz de extasiarme hasta semejante nivel. Los primeros rayos de sol se colaban<br />
tímidamente entre el jolgorio nocturno del centro. Acurrucado en el tejado, cigarro en<br />
mano descansaba. Feliz, pues lo que yo veía, invisible era a ojos de los demás. Apagué<br />
el cigarrillo y me alcé.<br />
Como una llamada al exceso, el sol se escondía y el bullicio, cada vez más frenético,<br />
se apoderaba de la ciudad. Desde el tejado me dedicaba a observarlo todo.<br />
Parsimoniosamente, el humo iba elevándose mientras mis ojos danzaban de una calle<br />
a otra, de un grupo de exaltados jóvenes a otro. En el fondo todo era lo mismo. La<br />
misma melodía cada día, variando solo su tonalidad, se repetía, y me había vuelto ya<br />
un experto en escucharla, en acompañarla, en hacerla mía sin necesidad de intervenir<br />
en ella, de cambiar pequeñas disonancias que la alteraban, a veces<br />
sorprendentemente para bien otras previsiblemente para mal.<br />
Los pasos a mi espalda me hicieron girar. Tambaleándose peligrosamente, con<br />
movimientos torpemente armoniosos y una sincera sonrisa de suficiencia ella<br />
avanzaba. Alaska. Una belleza extraña. No era bonita. Era arte, y el arte no pretende<br />
ser bonito, sino conmoverte.<br />
Su mente era como un diamante. Preciosa pero cortante. Adquiría un sentido distinto<br />
en cada momento, para cada persona, dependiendo del ángulo, de la luz. Sus<br />
palabras no acostumbraban a quedar claras. Sin motivo alguno aparecían, flotaban<br />
unos segundos y se iban. Nadie era capaz de recordarlas aunque un sentimiento de<br />
pérdida te acosaba. Y es que aunque nunca la hubiese observado, su voz era la única<br />
que siempre tan clara había oído, como si de mi conciencia se tratase.<br />
—Quizás cada uno escucha el sonido de la noche a su manera, cada uno ve la luz<br />
donde la quiere ver. Vemos las cosas como nosotros somos, un reflejo de nuestro<br />
interior, no como ellas realmente son, pues en sí, significado alguno no tienen. E<br />
incorrecta puede ser nuestra visión sobre ellas, pero si las odias, puede que a ti mismo<br />
estés odiando”.<br />
Y mientras mi percepción de la ciudad se oscurecía, inseguro de a quien culpar de<br />
aquella negrura, ella violentamente se alzó, gritando al cielo, empapada de una<br />
violeta luz enfermiza y proclamó:<br />
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