Sant Jordi’15

Cuando el tren arrancó, la chica del corazón de cristal calló. Creo que se puso a
contar en cuántos pedazos había partido mi corazón. Yo, acelerando igual que el tren,
empecé a hablar. Dije que me alegraba mucho de que estuviera ahora tan feliz, y que
me gustaría poder decirle lo mismo. Y le expliqué cómo me sentía después de los dos
meses conviviendo con un insomnio que tenía el mismo gusto que sus besos. Su cara
cambió, su sonrisa seguía ahí, pero ya no llegaba a sus ojos. Finalmente, acabó por
esconder sus dientes. Se giró hacia la ventana, y calló durante las seis horas de viaje.
Sin embargo, antes de bajar me besó de un modo que aún no sé cómo interpretar.
Frío, pero apasionado a la vez. Cortés, pero rompiendo las normas. Ese beso fue una
antítesis en mayúsculas. Me prometió que nos volveríamos a ver, pero se fue.
Siento informarles que nunca llegó a cumplir su promesa, aunque yo seguía viéndola
cada noche antes de despertar. Un día, a medianos de febrero, me encontré con una
invitación a una boda. Venía sin sello, así que quienquiera que la había dejado ahí, la
había traído en mano. No sé cómo se lo hizo la chica del corazón de cristal para
dejarla en mi casa pero ahí estaba, en mis manos. La boda se celebraba dentro de
unas semanas, y decidí no ir antes incluso de planteármelo. Me arrepiento de ello
cada día, pues me pregunto qué hubiera pasado si hubiera ido. Des de ese día, me
persiguen las dudas. Créanme, es muchísimo más fácil vivir con un ‘no’ que con un ‘¿y
si…?’.
No logré olvidarla jamás. Seguía apareciendo cada noche en mis sueños y des del día
del tren no volví a besar a nadie. Ni siquiera lo intenté, pues no hubo nadie que tuviera
unos labios dignos de hacerme olvidar los suyos. No hubo nadie digno de borrar su
huella. Ni lo habrá. Ella era, es y será siempre la única chica a quien le di el permiso de
llevarse mi corazón. Y no la reprocho por ello. De todos modos, yo tampoco lo usaba.
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