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Prosa en CASTELLÀ [Batxillerat]<br />
SIN TÍTULO<br />
La historia que les contaré a continuación sucedió hace más de veinticinco años. No<br />
es un cuento típico, ni mucho menos. De hecho, no diría que es un cuento. Más bien<br />
diría que es una memoria. Una de las más tristes que tengo. Siento avanzarles que esta<br />
bonita historia no tiene un final feliz. A decir verdad, tiene un final triste, por lo menos<br />
para mí.<br />
Todo empieza nueve meses después de una noche de alcohol, cuando dos personas<br />
que se supieron amar en silencio, crearon entre caricias a la chica que nació con el<br />
corazón de cristal. Según supe después, la chica perdió su inocencia – y, entiéndanme<br />
bien, por inocencia me refiero a felicidad – poco después de cumplir los dieciséis años.<br />
Por lo que entendí de sus balbuceos, fue su padre quien, cinturón en mano, le robó su<br />
más preciado bien. Tres años después, corazón en mano, la conocí yo, para devolverle<br />
aquello que le faltó.<br />
Vivía en una civilización dónde los corazones rotos buscaban la felicidad que<br />
encontraron en la persona que los había roto. Llegué a ese antro en búsqueda de la<br />
felicidad que mi último y – voy a ser sincero con ustedes – único amor me había<br />
robado; y sólo buscaba un lugar dónde poder apartarme por un rato de mis<br />
pensamientos. Créanme, nadie es suficientemente consciente del montón de cosas<br />
que encuentra cuando no busca nada. Recuerdo con todo detalle la primera vez que<br />
la vi. Se encontraba sentada en la barra de un bar – si es que a eso se le puede llamar<br />
bar – bebiendo una botella de agua. Permítanme remarcar lo gracioso de la situación,<br />
pues no hay mucha gente que esté sola en la barra de un bar a altas horas de la<br />
noche bebiendo agua. Y mucho menos alguien como ella.<br />
No era una chica guapa, aunque tampoco era fea. Era una chica más. Normalmente<br />
no me habría fijado en ella. Quizás, si hubiera tenido mis amigos al lado, nos habríamos<br />
burlado de ella un rato. No con mala intención, por supuesto. Sólo que nunca sabemos<br />
qué hacer en los bares como ese. Aun así, había algo en ella que hacía que no<br />
pudiera dejar de mirarla. Quizás el aura oscura que la envolvía, o quizás su cara<br />
inocente, que no encajaba para nada en un lugar como ese. El caso es que cuando<br />
giró su cabeza y pude ver sus almendrados ojos, supe que había encontrado lo que<br />
andaba buscando. Le sonreí y apartó rápidamente la cabeza, aunque pude ver<br />
perfectamente cómo el color llegaba a sus mejillas. Me acerqué a ella con esa sonrisa<br />
que tenía tan entrenada. ¿Saben ese momento cuando ven a una chica preciosa en<br />
un bar, quieren hablar con ella, y ponen esa horrorosa sonrisa? Pues así le sonreí y,<br />
mirándolo con perspectiva, me arrepiento de ello. Una chica como ella no merecía<br />
una sonrisa como esa. Intenté romper el hielo, pero parecía que no quería hablar. Me<br />
sonreía cortésmente cuando le hacía un cumplido, y respondía con monosílabos o<br />
encogiéndose de hombros a mis preguntas. Quise invitarla a una copa, pero rechazó<br />
mi oferta. Aun así, sí acepto una botella de agua, y otra, y otra. A pesar de todo, yo sí<br />
hablé. Me pasé toda la noche contándole mi vida. Empecé por mi desastrosa infancia<br />
– la cual puede que les cuente otro día – y acabé con el amor que me había llevado<br />
allí. Me escuchaba con atención, y me miraba con los ojos entrecerrados cuando no<br />
entendía algo, pero seguía sin hablar. No fue hasta las tres de la madrugada – creo<br />
que eran las tres, no miré el reloj en toda la noche – que me cogió la mano y me sacó<br />
a trompicones fuera del bar. Así era ella, pasaba de no hablarme a cogerme la mano<br />
y arrastrarme fuera de aquél antro en medio segundo.<br />
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