la complicidad histórica
Existe una vastísima tradición de sustitución de la realidad pretérita por una invención más o menos inspirada. La forma habitual ha sido la idealización, la ficción de un paraíso remoto, de una edad de oro. Ya Jorge Manrique nos recuerda que, “a nuestro parecer” –advertencia cauta-, “cualquier tiempo pasado fue mejor”. En esta época conservadora y tibia, el cantautor José Afonso se muere para algunos ve<strong>int</strong>e años después de haberse muerto, sólo porque Cristina Branco le dedicaba hace algunos meses el hermosísimo disco “Abril”, justo en el momento en que se cumplen dos décadas desde su desaparición. Una desaparición, cabe añadir, producida casi en el anonimato. O sea, una J y una A sobre el cielo azul de la memoria de nuestra desmemoriada Europa. José Afonso, hacia 1967, vivía y lucía en Setúbal con el peinado premeditadamente descuidado y rizado, y la juventud inauguraba luces en sus ojos como cuando los representantes de la administración local inauguran farolas. Era un hombre de mirada firme, serena. Y algo despistada a veces, tras sus gafas de pasta de profesor de instituto, que es cosa que gusta mucho a la izquierda. Izquierda y liberales, todos hoy, recuerdan a José Afonso, recuerdan al hombre que les llenó la vida de canciones y de amor a la libertad. Habría podido hacer vida tranquila en la retaguardia de la enseñanza, pero quiso irse a ganar el frente de <strong>Portugal</strong> cuando su “Grandola Vila Morena” fue radiada como señal para la insurrección de los Claveles. Fue su contribución a una revuelta de ideas floridas y canciones, cuando el país entero corrió tras una tonada sin aire castrense. Zeca, para muchos, deja dos novelas al morir en 1988: la de su propia vida y la que hubiera querido, seguro, escribir. La primera podría tener idéntico título al de la película aquella de Fred Zinnemann, “Un hombre para la eternidad”; la segunda queremos escribirla en esta Mostra, honrando -aunque sea desde estas líneas urgentes- su memoria. En estos días, que tanto se lleva hurgar y rebuscar en las hemerotecas, en estos tiempos de kilométricas autopistas de información, hablar de José Afonso, hablar de su legado, es casi como mostrar una instantánea histórica enfrentada a nuestra realidad cotidiana. Ésta última, la más evidente, es la que alberga esta Mostra, que, tras seis años de andadura, vuelve a localizar el pulso en sus contenidos recordando al cantor. Su legado, el gran libro de la vida de José Afonso, está –aunque no figure en los créditos- en cada una de las actividades que <strong>int</strong>egran un <strong>programa</strong> cultural que, por disponer –precisamente por la labor que Zeca llevó a cabo preferentemente- de un claro protagonismo musical, no podía sustraerse a la influencia que sobre la música popular de <strong>Portugal</strong> han tenido algunas cadencias foráneas como, por ejemplo, la del jazz. Entre los cultivadores más genuinos con los que estas formas de penetración cuentan en las últimas generaciones, sigue sobresaliendo la pareja formada por la vocalista Maria João y por el pianista Mário Laginha. Una y otro disponen de espacio común, y propio, en la <strong>programa</strong>ción. Y casi lo mismo puede apuntarse respecto de las experiencias de confraternización multicultural que lleva a cabo, desde hace años, el multiinstrumentista y compositor Júlio Pereira. El título de su trabajo discográfico más reciente, “Geografías”, no puede ser más explícito en este sentido. También viene este año a la Mostra. 13 VI mostra portuguesa ...una atractiva e <strong>int</strong>ensa recreación de las concomitancias y diferencias de inspiración que animan la obra y las cavilaciones de unos y otros...