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22ganas a mi compadre Urdaneta”. Lamento mucholo que ha pasado, pero fue un gran amigo,un hermano fue Jesús Urdaneta. Él a lo mejorhasta se pone bravo porque yo lo nombro, perono importa, hace poco murió su papá, me doliómucho, el viejo Urdaneta. Bueno, pero yo tengolos recuerdos, pues. ¿Quién me los va a quitar?Nadie me va a quitar mis recuerdos. Es comocuando uno amó a una mujer. Me podrás quitartodo, pero mis recuerdos no me los quita nadie.Los amigos de verdad que pasaron, uno los tieneaquí como recuerdo.Entonces le dije al gringo: “Mira, ¡ah!, tú andasahí fanfarroneando”. Estaba tomando cervezaen el casino, allá en Fuerte Tiuna. Le digo:“A que tú no le ganas a mi compadre Urdaneta”.“¿Apostamos?”. “Epa, Jesús Urdaneta. Venacá, compadre. Mira, este gringo dice que te vaa ganar pulseando”. “¿A mí?”, “¿quién me ganapulseando a mí?”. ¡Ajá! Y todo el mundo rodeóa los dos. Urdaneta que se le reventaban... Yodije: “Voy a ser culpable de que se muera Urdaneta”.Porque aquel gringo era un gigante, chico,y Urdaneta es un hombre fuerte pero no es ungigante, pero con una voluntad, sin duda. Ojaláse mantenga siempre así para cosas buenas. EntoncesUrdaneta, y todos nosotros aplaudiendo.A Urdaneta las arterias parecía que se le iban aexplotar, vale, pero aquel hombre nada. Hastaque el gringo empezó, miren, a “culipandear”.¡Pum! ¡Le volteó Urdaneta la mano al gringo!Les ganamos en todito a los gringos esos. Estánmuy equivocados los que andan diciendo porahí: “Una invasión gringa, una invasión de EstadosUnidos y no duraría cuatro horas la guerra”.O “los Estados Unidos controlarían este país sinnecesidad de poner una bota aquí”. No lo controlaríanni con un millón de botas. ¡A este paísno lo controla nadie! ¡Sólo los venezolanos podemosechar este país adelante!, ¡sólo nosotrospodemos hacerlo!Fuerte José María CarreñoEse cuartel se llama así porque mi general MartínezCafasso, comandante de la División de Caballería,me dijo: “Chávez, mi promoción pasa aretiro, la promoción Carreño. Yo quiero que esefuerte se llame José María Carreño”. Además,él firmó una resolución interna, mandó a hacerun busto de José María Carreño. Me lo mandópara acá en una avioneta. Yo me encargué de laplacita, los bancos junto con el sargento GonzálezMartínez, Tinaquillo, muy buen compañero.A veces yo tenía que darle la orden de que noechara más chistes, porque uno se iba a reventarde reírse: “Sargento, no eche más chistes, unaorden”. Se tapaba la boca. Unos chistes... y además,los echaba en ráfaga: ¡pun, pun, pun! Peromuy bueno, era suboficial, pero como un oficialCUENTOS DEL ARAÑEROpara todos. Yo no tenía distinciones. Siemprequise unificar eso hace tiempo, porque vi que alos hijos de los suboficiales los trataban en muchaspartes como si fueran “subhijos”, pues, menosque los hijos de los oficiales. Y las mujeres delos suboficiales como si fueran menos también.¿Qué es eso? Desde entonces yo tenía ese sueñoque ahora veo hecho realidad: oficiales técnicos.Entonces viene Martínez Cafasso, hacemos laplaza, sembramos una gramita y tal. Como ellosse iban de baja en julio, él invitó a algunos compañerosde promoción y vinieron como doce generalesde división, de brigada, uno que otro coronel.El cura de la división vino. Entonces tuve quebuscar los tres Pinzgauer míos, pedí prestados losdos que tenía la Guardia, y otro camión, un M35.Ninguno era nuevo, eran unos camastrones, perotenían fuerza en el motor. Hicimos la columna enel aeropuerto. Llegaron todos en varias avionetasy un avioncito, un Arabas lleno de generales. Teníamosque ir para el cuartel y después una terneraen el pueblo. Bueno, para el cuartel.Se pegó primero el camión, el M35, se pegódespués el de la Guardia. Los generales se ibanpasando, ya no cabíamos. Se pegó el otro dela Guardia. Quedaban los tres míos, tracciónen las seis ruedas. Se pegó el primero. Cuandoquedaba uno solo ya no cabíamos. Iban apié algunos. Entonces me dice Martínez Cafasso:“Chávez, ven acá, compañero”, y vienen losgenerales llenos de barro, pero eran soldadostodos, ninguno estaba murmurando, estabangozando más bien: “¿Este es Apure?”. “Este esApure. Para que conozcan el llano en invierno,mi general”. “¡El cura!, ¿dónde está el cura?”, dijoMartínez Cafasso. Viene el cura. “Que traigan elagua bendita” y todo. Nos paramos en un morritode barro, y dice Martínez Cafasso: “Chávez,¿en qué dirección queda el escuadrón?”. Le dije:“Allá, mi general, en aquella mata que está allá,la mata de la guacharaca, ahí a la izquierda”.“Bueno, señor cura, proceda desde aquí, a inaugurarla plaza”. ¡Esa plaza se inauguró desde lamitad!, ahí donde está el Paso de los Niños, porqueahí nos pegamos toditos un día y cada oficialtraía sus niños. Llegamos al pueblo con los niñosal hombro, el barro hasta la rodilla o más arriba.Así se inauguró esa plaza del Fuerte José MaríaCarreño. Recuerdos de soldados.ComandanteUnos meses después de “El Caracazo” caigopreso en Miraflores y me llevan al Comando delEjército, acusado de algo que no era cierto. Claro,yo era jefe ya de un movimiento revolucionario,pero nos habían acusado de que íbamosa matar al Presidente y al Alto Mando militar enla cena de Navidad de ese año. Nada más lejos denuestra intención matar a alguien, pero fue un inventodesesperado de algunos miembros del AltoMando y de la Disip que no conseguían cómosacarnos de Miraflores a mí, y a otros compañerosde los segundos comandos de batallonesimportantes como el Ayala y del Batallón Caracas.Estaba Ortiz Contreras en ese batallón delMinisterio de la Defensa.Me detienen el 6 de diciembre, “Tiene una horapara salir del Palacio”. “Tiene que amanecer enMaturín”. Recogí todas mis cosas, agarré mi perolviejo, un carro que yo tenía todo “esperola’o”,metí un poco de cajas, la ropa allá atrás y me vine.Mi jefe estaba muy afectado, porque decía queeso era mentira. Pero bueno, el propio presidenteCarlos Andrés Pérez dio la orden. Entonces amanecíen Maturín. Wilfredo estaba de guardia esanoche, era Jefe de Servicio y me dice: “¿Y ustedqué hace aquí?”. Y le dije: “Vengo a trabajar paraacá”. “¡¿Qué?!”, “¿dónde?” Era diciembre, no sondías de cambio. Pero en la noche había un fiestónahí, me zumbé y me fui para la fiesta, era el Día deMaturín, el 7 de diciembre, así que aquí pasé 24,pasé 31. No podía salir de aquí. Maturín era comouna prisión para mí, pero qué bella prisión y quebellos meses pasé aquí. A los pocos días vino miesposa con mis hijos, que estaban pequeños.Conocí y conseguí viejos amigos. Un tío míovivía aquí. Un día me lo consigo, íbamos trotandoy me pasa por un lado un carro y me dicen:“¡Maisanta!” Yo volteo y era Rubén Chávez, chico.Años sin verlo, su casa fue mi casa. Conseguía aquel muchacho de Sabaneta que fue a un mundialde béisbol, Argenis Lucena, hermano de PanchoBastidas. Su casa era mi casa, hice amigosen los barrios, en la pelota, jugábamos softbol,béisbol. Oficiales que me dieron su afecto comoel mayor Silva y muchos otros. Pero en verdadtenían muy vigilado cada paso que yo daba. Parasalir de Maturín tenía que pedir permiso al comandosuperior, así que pasé aquí diciembre,enero, el Año Nuevo, los carnavales. Nunca losolvidaré, ¡qué maravilla de desfile de carnavalaquí!, en la avenida Bolívar. Después nos fuimosal Paso Maraquero. Luego todos esos meses aquí.Yo pensé que no iba a ascender a comandante,qué voy a ascender acusado de querer matar aun presidente. Sin embargo, no pudieron probarnada y finalmente ascendí, aquí en Maturín, en laplaza del Bolívar ecuestre, al lado de la catedralnueva. Pasé aquí unos meses verdaderamenteinolvidables, de mucha reflexión, porque era unmomento crucial. Yo decía: “Bueno, me voy debaja, se acabó el Movimiento”. Pero no, al pocotiempo empezaron a llegarme los muchachos.DescargoYo entregué mi Batallón Briceño a la Patria, el 4de febrero de 1992. Algunos se fueron, algunosde los muchachos murieron en la rebelión. El

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