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40las sabanas del cielo. ¡Cómo recuerdo a Luis!, “ElCubiro”, cuánto grito y cuánta alegría. Ahí tambiénconocí a Luis Silva. Recuerdo que vino tambiénDenis del Río, también aquel muchacho deMaracay, que era sargento de la Fuerza Aérea.Bueno, un plantel de cantores, Cristóbal Jiméneztambién vino. Diez bolívares costaba aquello, unafiesta popular, casi gratis. Era 19 de marzo. Ya yoandaba en conflicto con el gobernador. En aqueltiempo era un caballero adeco, de la patota deJaime Lusinchi; no voy a nombrarlo, porque novale la pena en un día tan hermoso como este deSan José. Aquella gente no quiso colaborar conlas fiestas patronales. Tuvimos un conflicto hastapersonal, el gobernador y yo, que era mayor, unadiscusión muy dura en San Fernando de Apure.Querían imponerse, como siempre: “Vamos aapoyar las fiestas, pero yo tengo unos amigos,usted sabe, mayor…”. Le dije: “Yo no acepto condiciones;gobernador, guárdese su cheque”, y mevine. Me pasó un informe que era una falta derespeto y tal.Así que dije, bueno, vamos a trabajar aquícon la junta. Nos fuimos por las sabanas a recogervacas flacas. Yo le decía a los ganaderos:“Mire, déme la vaca más flaca que tenga”, unavaca flaca, cuatro pellejos, y la gente colaboró,muchos ganaderos, gente humilde. Al ConsejoMunicipal le solicité que nos diera la chalana.Con los muchachos del liceo cobrábamos ahídos días a la semana la chalana. En ese tiempono había puente sobre el Arauca. Hacíamos rifas,templetes en las esquinas, aquí mismo en lacasa –al frente– vendíamos cervezas, carne, detodo tipo de cosas, rifábamos cochinos, peleasde gallo, hacíamos de todo y recogimos algúndinerito. Recuerdo, Reina, que te pagué catorcemil bolívares en el aeropuerto. Se me había olvidadopagarle, se iba a ir Reina y yo no le ibaa pagar. Cantó aquí como tres días, imagínatetú, un precio muy especial. Yo había coordinadocon mi jefe, que era el general Rodríguez Ochoa,comandante de la División. Él nos ayudó mucho,vinieron los paracaidistas y saltaron aquí. Trajimosun equipo, vino Pompeyo Davalillo a jugarsoftbol aquí en Elorza; el equipo nuestro contraun equipo de la Unellez, de Barinas.Pero me llaman en la mañana que el avióndel ejército, que venía de San Juan de los Morros,estaba dañado. En ese avión tenían quetraerme a Reina y al arpista Guillermo Hernández,del conjunto de Reina. Me dicen a las ochoo nueve de la mañana que no viene Reina. Diosmío, ¿qué hago yo? ¿Saben lo que hice? Le quitéla avioneta al gobernador, ja, ja. Estábamos enplena misa y me le acerco a uno de los ayudantesdel gobernador, que era amigo mío. “Mira, yo novoy a hablar con el gobernador”, porque no noshablábamos pues. Estaba sentado en la misa elgobernador. Y yo le digo: “Mira, vale, convéncelode que nos preste el avión, no le digas que esCUENTOS DEL ARAÑEROpara mí, dile que es para buscar una medicina deurgencia a Mantecal, de un muchacho que estáenfermo. Métanle una coba al gobernador”. Vienenestos amigos, le meten la coba y me montoyo en la avioneta con el piloto que era un señorde aquí de Elorza. Me fui de la misa a San Juande los Morros, a buscar a Reina que estaba esperandoen el aeropuerto. Y Eneas Perdomo, losdos estaban esperando.Nos agarró tormenta pasando Mantecal, peropor fin llegamos después del mediodía a SanJuan de los Morros. Ahí estaba Reina y me dijo:“Bueno, será el próximo año”. “¿Próximo año?”“Mucho gusto, yo soy el mayor Chávez, Reina,vámonos, aquí está la avioneta”. Pero una solaavioneta y eran Eneas, Reina y el conjunto, no cabían.“Bueno, vámonos en el ala guindados, peroesta noche tenemos que tocar. El pueblo está muyentusiasmado. Yo creo que ustedes tenían tiempoque no venían para acá, varios años porque lasfiestas se habían comercializado, habían perdidoun poco su raíz folclórica, cultural, su hermosura”.Llamé a un oficial amigo en San Fernandode Apure, desde el aeropuerto de San Juan, y ledigo: “Consígueme una avioneta, vale, ¿cuánto cobrauna avioneta?”. Cinco mil bolívares cobrabauna avioneta para ir a San Juan de los Morros.“No, no, pero tiene que venir aquí y de aquí paraElorza”; bueno, diez mil bolívares, él tenía el pilotoal lado. Yo no tenía el dinero a la mano. Ledigo: “Vale, dile que yo le pago eso como sea, quese venga para San Juan”. Se fue la avioneta hastaCalabozo, hicimos un trasbordo en Calabozo.Me dijo Eneas Perdomo: “Parecemos unos contrabandistasbrincando de una avioneta en otra”.Y la avioneta del gobernador en la que veníamosnosotros de San Juan, se devolvió a San Juan abuscar al arpista, a Guillermo y el grupo.Nosotros llegamos, pero en otra avioneta.Eran como las seis de la tarde. Estaba el gobernadorhecho una furia en el aeropuerto y todo elAlto Mando, el general de la Guardia Nacional,el jefe de no sé dónde y nos bajamos nosotrosmuy orondos, muertos de las risa, yo feliz, metraje a la gente. Entonces viene el gobernadorya a él le habían contado y pasó todo el día esperando.Él tenía que irse a las dos de la tarde.Viene y me enfrenta: “Mire, mayor, ¿dónde estámi avioneta?” Yo le digo: “Viene en el aire, Gobernador,no se preocupe”. Aquel hombre echabachispas, tuvieron que meterse unos amigos comunesy se lo llevaron por allá, le echaron agua.Lo cierto es que nos fuimos directo a la mangade coleo y allá comenzamos la actividad.Esa noche montamos la gran noche criolla conReina Lucero, Eneas Perdomo, Luis Lozada ytodas las personas que ya he nombrado. Vinoaquel muchacho que también murió: Septuagésimo,¡qué cantor era ese muchacho! Lamentablementeigual que a Luis Lozada, “El Cubiro”,los recuerdo a todos desde mi corazón, en esteCajón de Arauca apureño. Esa noche lleno defortaleza, de ese amor por este pueblo, de esasraíces que uno carga, presenté a Eneas, que esel padre de todos ustedes. Ese es el pilar mayor.El general en jefe le digo yo a Eneas Perdomo.Recuerdo que improvisé una copla, voy a versi la recuerdo: Vibra el cajón del Arauca / y se encabritasu lomo / porque esta noche en Elorza / Noscantará Eneas Perdomo. Y aquella arpa bramaba,vibraba el Arauca.Pata en el suelo¡Cómo han atropellado a los pobres en Venezuela!,¡cómo han atropellado a los campesinosen Venezuela! Yo estaba de Capitán por allá enel Alto Apure y un soldado de mi escuadrón llegóun día: “Mi capitán, tengo un problema, a mipadre lo hirieron, le dieron un disparo de escopeta”.Y le digo: “Pero, ¿y cómo fue eso?”. El meechó el cuento y a los dos días estaba yo con elmuchacho. Me fui de civil como cualquiera, enun jeep civil, digámoslo así, y nos metimos deMantecal hacia adentro, allá en el Alto Apure.Resulta que un terrateniente que tiene milesde hectáreas, pero miles, veinte, treinta mil hectáreas,había decidido sacar a los campesinos queallí habían nacido, los “pisatarios” que allí teníanhasta cementerios, donde habían enterrado a susabuelos, a sus viejos, unas comunidades de campesinosen el Apure. Pero este caballero decíaque esas tierras eran de él, que esos ríos eran deél, que esos árboles eran de él y que esa gentetenía que salir de ahí; la Edad Media, pues, los señoresfeudales. Había contratado a un grupo deterroristas que andaban de noche, enmascaradoscon escopetas y rifles. Le mataban los cochinosal papá de este muchacho soldado y por eso fueque lo hirieron, porque él salió a defender sus cochinos.Aquello le costó toda su vida, le mataronmás de treinta cochinos, le tumbaron el topochalcon un tractor, le llevaron medio rancho; ellosdentro y le tumbaron el rancho. Los niños iban ala escuela a pie, a cinco kilómetros, y en el caminosalían los tipos enmascarados a asustarlos ydándoles con palos a los niños.En aquel entonces investigamos aquello.Claro, yo no tenía más poder que el de investigar.Tampoco eran mis atribuciones, porqueno eran las de un capitán, pero yo me metía enesas cosas, ¿no? Tomé fotos y envié el informeal comando superior en el área militar. Pero mequedé esperando toda la vida que llegara algunasolución. Nunca llegó. ¿Por qué?, porque estecaballero, dueño de esas tierras, era muy amigodel gobernador de Apure de entonces, que habíasido impuesto por el presidente de entonces,aquel caballero que se llama Jaime Lusinchi.Toda una mafia, y los jueces de Apure, todos dela misma patota.

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