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FIDELUno barbudoYo era un niño de ocho años, quizá menos, cuandocomencé a oír hablar de un tal Fidel, de unobarbudo. Porque en mi casa, tú sabes, en unpueblo muy pequeño, mi papá, maestro, muydinámico siempre. Era deportista, jugaba softbol,jugaba bolas criollas. Era parrandero, teníamuchos amigos, y la casa se la pasaba llena deamigos. Un tal John con una guitarra, y dabanserenatas; mi mamá a veces se ponía brava, ¿no?Y la casa de mi abuela, que quedaba ahí, yo vivíaen la casa de mi abuela, a media cuadra. Unoestaba ahí, como dos casas en una.Llegaba mucha gente, mi tío Marcos Chávez,que era adeco y trabajaba en Barinas, era romulero,sigue siéndolo. Él me dijo en estos últimosaños: “Hugo, yo sigo siendo romulero, pero ahoraestoy contigo”. Romulero con Chávez. Y mipapá andaba con el grupo aquel que se salió deAcción Democrática y formó el MEP, el MovimientoElectoral del Pueblo. Y unos amigos demi papá se fueron para la guerrilla. Recuerdoque al médico del pueblo se lo llevaron preso ydespués se fue para la guerrilla. El padrino demi hermano Nacho se fue para la guerrilla.Mi papá se la pasaba parrandeando en elbotiquín de Francisco Orta, en Los Rastrojos,a mí me gustaba ir con él. Me quedaba afuerajugando metras, pero escuchaba lo que allí hablabanlos Orta, de una guerrilla. Hablaban deun tal Fidel, y vi la foto de Fidel. ¡Imagínate losaños que han pasado! Yo recuerdo, Fidel, tu entradapor Sabaneta y cuando te vi entrando —teagachaste— a la casita pequeña donde nosotrosnos criamos. ¿Cuántos años después? Mediosiglo después. Y yo decía: “Increíble, pero escierto, ese es Fidel Castro”. Cuando yo era niñitoen esta misma casa oía hablar de un tal Fidely ahí va Fidel.No querían que viera a FidelUna madrugada, caminando por Miraflores,merodeando por ahí, llego a la central telefónicay está un muchacho medio dormido: “¡Epa!,¿qué fue? ¿Qué llamadas hay por ahí?”. Y mepongo a leer el libro de llamadas. Consigocomo tres o cuatro llamadas de Fidel Castro. Fidelllamando, que quería hablar algo conmigo.Cuando yo recibí el Gobierno, el 2 de febrero,Fidel estuvo aquí hasta el 4 de febrero. Recibíen ese despacho a no sé cuántos presidentes.Vino el colombiano, vino el Príncipe de España,vino la Presidenta de Guyana, vino Menem,casi que vino Carlos Andrés Pérez. Pues, medecían: “Esto es lo que está en la agenda”, “estofue lo que se coordinó”. Yo era un ingenuo, yoera un nuevo: “Ah, bueno, está bien, que pase”.“Que ahí llegó Menem”. “Ah, bueno, que pase”.Y resulta que me entero, después del desfileque hicimos el 4 de febrero, allá cuando entregamosel estandarte a los batallones de paracaidistas,que habían eliminado el batallón Briceño.Llego aquí y prendo el televisor después deldesfile, y veo que está alguien, un funcionariode Cancillería —ni siquiera el Canciller— despidiendoa Fidel en el aeropuerto. Fidel con suuniforme. Yo lo veo que se monta en el avión, ydigo: “¡Dios mío!, Fidel estuvo aquí todos estosdías y yo no lo he recibido”. Sencillamente noquerían que yo recibiera a Fidel. Era Menem,era el secretario de la OEA, era el establishment,solo que yo —veguero al fin— me fui dandocuenta, y también empecé a hacer mi jueguito.Hasta que ese jueguito llevó a la confrontacióninevitable, al golpe del 11 de abril y al contragolperevolucionarioEl único diabloYo, en verdad, a la hora de las reuniones de presidentes,me sentía muchas veces como un solitario,hasta que empezaron a llegar compañeros.Recuerdo la primera Cumbre de presidentes enla que coincidí con Fidel. Fue en el ‘99 y despuésde una intervención que hice, Fidel Castro meenvió un papelito hecho a mano, diciéndome:“Chávez, siento que ya no soy el único diabloen estas cumbres”. Los dos estábamos como quedesentonábamos.

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