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28todos ellos. Los españoles también. Páez, lascaballerías. José Félix Ribas usaba el gorro frigio.Era un jacobino, un verdadero revolucionario.Por aquí lo capturaron y le picaron la cabeza,los brazos, las piernas. Bolívar tuvo que decretarla guerra a muerte porque las tropas españolaseran bárbaras, acuchillaban, degollaban, violaban,mataban, quemaban. Bolívar dijo: ojo por ojo,diente por diente: guerra a muerte. La pelea estabamuy dura y Bolívar había perdido la II República.A pesar de eso nuestro Ejército y nuestraMarina se recuperaban rápido, los golpeabany volvían. La guerra se extendía hacia el sur ydesde el sur. San Martín liberaba las provinciasdel Río de La Plata.Entonces en España hacen una apreciaciónestratégica de la situación, y lo que le recomiendanal Rey, su gran estado mayor, el almirantazgoy el ejército español: “Si queremos acabar conla guerra, hay que acabar con Bolívar, porqueese es el caudillo, ese es el más grande. Hay queacabar con el Ejército de Venezuela, y con la Armada.Si apagamos esa candela, lo demás se vaa ir apagando”. Y el Rey de España manda al“Nuevo Mundo”, así lo llamaban, la más poderosaflota que España haya enviado alguna veza este continente. Vinieron unidades completasde caballería, con los caballos y todo, los cañones.¿Recuerdan ustedes el batallón Valencey,que se replegó en orden hasta Puerto Cabello?Ese era un batallón del Rey, un batallón de línea,con sus oficiales, caballería, artillería, infantería.Los húsares de Fernando VII vinieron aquí. Erantropas como de la Guardia de Honor del Rey. Ymandó a uno de sus más valerosos, inteligentese ilustrados generales: Pablo Morillo.Morillo recorrió todos estos mares con esaflota. Fue el mismo que sitió a Cartagena de Indias.La sometió al hierro del bloqueo y Cartagenaresistió. El pueblo de Cartagena comía ratasy gatos, pero no se rindieron los cartageneros.Después sitió Barcelona y la destrozó. Ahí estánlos restos de la Casa Fuerte, eso fue lo que dejaronlos españoles. Quemaron a Barcelona. Despuésse fueron a Margarita, la rodearon. Morillole manda una carta a Francisco Esteban Gómez,que dirigía las tropas, y al pueblo margariteño:“Ríndase o no quedará piedra sobre piedra deesta isla infiel”. Y le respondió Francisco Esteban,el indio aquél: “Venga por mí. Si ustedtriunfara, sería el rey de las cenizas, porque aquíno quedarán ni cenizas”. Morillo desembarcó, ylo derrotaron en Matasiete los indígenas margariteños.¡Hasta los niños salieron a pelear!¿Tú sabes lo que Pablo Morillo escribió alRey de España después? Eso fue en 1817. Hayuna carta de Morillo que le dice: “Su Majestad,este pueblo de Margarita, estos soldados de Margarita,salieron casi desnudos a dar su pechocontra las mejores tropas del Rey. Eran comoleones y peleaban como gigantes”. Cuentan losCUENTOS DEL ARAÑEROviejos margariteños de aquella época que la islaestaba rodeada de tanto barco español que no seveía el sol, no se veía el horizonte del mar, sinobarcos y barcos. Y tenían uno gigantesco: elSan Pedro Alcántara, que era el barco logístico.Los españoles dijeron que el Alcántara se quemópor un incendio a bordo, por un descuido dela cocina. ¿Se hundió? ¡Lo hundieron los indiosmargariteños! Se tiraron al agua y lo quemaron.Ahí debe estar, en el fondo del mar.Resulta que entonces Morillo viene a buscar aBolívar, sale de Margarita, desembarca. Y Páez,muy hábil, se va replegando con la caballería;contraatacaba, se replegaba. Morillo empieza asentir que esta fuerza era también como gigante,pero a caballo. ¡Y en las sabanas, compadre! Decualquier lado salían los caimanes, la plaga matabaa los españoles, los tigres, los caribes. Encambio, los llaneros no, pasaban los ríos nadandocon la cola del caballo. Morillo le escribe otracarta al Rey donde le dice: “Cuando pasamos todala noche en vela, esperando porque creemos quenos van a atacar, no hay ataque. Y cuando mistropas descansan, de repente viene un ataque”.Páez era un guerrillero indomable, muy astuto,era parte de la sabana. Páez llegó a amarrarlesmatas de esas en la cola de los caballos;entonces cabalgaban por allá, levantaban lapolvareda, y los españoles creían que veníancinco mil caballos. ¡Y eran cien! Porque eranguerrillas en verdad. Hasta que se fue consolidandoel ejército que peleó en Carabobo y quedecidió la batalla, era el ejército de Apure, lacaballería decidió la Batalla de Carabobo. Morillollegó a Las Queseras del Medio, a la costaarauca. Y dice Páez: “¿Dónde estará una caballeríade agua?”. Y se lanza al río Arauca con150 jinetes. Cruzan el río, sorprenden a Morilloy es el grito aquel de “¡Vuelvan caras!”. Y Bolívardice: “Han ejecutado ustedes la más grandeproeza militar de las naciones”: ciento cincuentacontra como cinco mil. Entre ellos FranciscoFarfán, José Cornelio Muñoz...Aquí en Mucuritas se consiguieron Páez yMorillo. Era verano, enero de 1818. Páez lo estámerodeando y le da la vuelta. Se pone contra elviento, para que el viento le pegara en la cara aMorillo y a sus tropas. Le prendió candela a lasabana, y después que la sabana está prendida,los rodeó de candela, los atacó por dos flancoscon unas lanzas. Porque los apureños hacían unalanza larga, liviana, como de dos metros. Y Páez,astuto, calculó —él lo escribe en sus memorias—cuánto tiempo tardaban los españoles en recargarlos cañones. Entonces, disparaban y largaban loscaballos más rápido con lanza larga para tratarde llegarles a los cañones antes de que volvierana disparar. Era una guerra de astucia, sobre el terreno,día y noche. Lo cierto es que Páez destrozóa las fuerzas de Morillo en Mucuritas, otra vez.Se salvaron por un caño que tenía agua todavía,lo pasaron y la candela no los alcanzó. Es cuandoMorillo, en carta al Rey, le escribe aquella frase:“Catorce cargas consecutivas de caballería sobremis cansados batallones me demostraron que estoshombres están resueltos a ser libres”.Cuando el general Morillo regresó a España,el Rey le reclama cómo es posible que unos salvajeslo hayan derrotado a él, que había peleadocontra Napoleón y derrotado sus tropas. Y Morillole dice: “Su Majestad, es que no son ningunossalvajes. Si usted me da un Páez y cien milllaneros de Guárico, Apure y Barinas, le pongo aEuropa completa a sus pies”. Eran indomables,invencibles. No solo los llaneros de Venezuela,también los llaneros de la Nueva Granada, loscentauros del Casanare, del Meta, del Arauca.Somos los mismos.En 1820, siete años de guerra a muerte, Bolívary Morillo se sentaron allá en Los Andes. Firmaronel Tratado de Regularización de la Guerra.Morillo va con una escolta como de veinte soldadosbien armados y uniformados, con buenoscaballos. Llegan al punto de encuentro, ven queviene alguien en una mula, con un sombrerito.Morillo manda a dos oficiales que vayan rápidoa ver quién viene, que parece un campesino, oserá un enviado de Bolívar. Y van los españolesa caballo, como cinco, rápido, con las armas. Regresandespavoridos: “Es Bolívar”. ¡Venía Bolívar,solo! A Morillo le dio una vergüenza tal queretiró rápido a todos los oficiales y se quedósolo. Y se abrazan. Es de ese día una anécdota.Parece que va Morillo con Bolívar caminando yun joven oficial venezolano va delante. Morillo leve la espalda al venezolano y dice: “¡Qué buenasespaldas tiene este mozo!, Bolívar”. Y el oficialvenezolano voltea y le dice: “Señor general Morillo,primera vez que me ve la espalda un español”.Francisco FarfánEn una ocasión preguntaba a algunos amigospor qué se llama este pueblo Elorza. Vaya, pregúnteleal señor tal, me dijeron; era como el reservoriohistórico del pueblo. Pero la juventud,desde el liceo Ignacio Rodríguez, donde yo mela pasaba jugando béisbol, dándoles charlas,después fui padrino de una promoción, nada,ni uno solo sabía por qué se llama Elorza. Entoncescomenzamos desde el escuadrón Farfán,un escuadrón revolucionario donde, cuando llegué,ningún oficial, ningún soldado, ni nadie en esepueblo sabía quién era Farfán.Nos pusimos a investigar, a buscar libros dehistoria y conseguimos la historia maravillosadel “Centauro de Las Queseras”: Francisco Farfán.Hicimos un librito; teníamos unos esténcilsy una máquina de escribir. Sacamos unas hojitasy le pusimos al periódico “El Centauro”. Cuandolos soldados empezaron a saber quién era Fran-

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