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Revista: Año 12 - Número 46 - Fundación del Patrimonio histórico ...

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castillo de montemayor <strong>del</strong> ríomiradasLa actuación cofinanciadapor la Fundación en elcastillo de Montemayorpermite ahora el recorridopor el interior de tres desus torres y la subidaa las almenas, desdedonde se disfrutanunas espectacularespanorámicas.No es muy grande ni su aspecto impone el respeto deotras fortalezas macizas como pan duro de los deantes. Pero se halla en un enclave tan hermoso que,ya solo por eso, dan ganas de conquistarla. O de convertirlaen un palacio en el que encerrarse a vivir la vida tal comovenga, subiendo de vez en cuando hasta las almenas para disfrutarel privilegio de mirar a todos los demás por encima <strong>del</strong> hombro.O extasiarse en la contemplación de la fronda de castañosque se abre en derredor, como una alfombra densa y tan espesaque si alguien cae en ella desaparece. Y esta, más o menos, fue latentación que no resistieron, a partir <strong>del</strong> siglo XVI, los marquesesde Montemayor, con Juan de Ribera de Silva a la cabeza, transformandoen residencia palaciega lo que mucho antes habíacomenzado como una fortaleza vinculada a la vigilancia y protecciónde la Vía de la Plata, que se encajona junto al río Cuerpode Hombre muy cerca de ella.Pero lo que se ve en la actualidad, un castillo señorial coronandolo más alto <strong>del</strong> cerro en torno al que se desenredan lascalles de Montemayor <strong>del</strong> Río, comienza a fraguarse como tal enel largo tiempo que duró la Reconquista, convertido en lanzaderadesde la que afianzar el progreso de los cristianos hacia el sur <strong>del</strong>Sistema Central, para continuar después como pieza clave en losenfrentamientos que traían por la calle de la Amargura a castellanosy portugueses. Es lo que tiene estar tan cerca de las fronteras.Y aquí, en esta hondonada fértil rodeada de bosques, quedaron atiro de piedra, cada una en su momento, dos de armas tomar: elsur musulmán y el oeste portugués. Aunque bien es verdad queincluso en tiempos de hipotética paz el castillo se vio a menudoenvuelto en refriegas señoriales por ver quién era capaz dequedarse la magnífica fuente de ingresos que suponía tener unafortaleza al pie mismo de las rutas trashumantes que trajinabanganado de arriba abajo y de abajo arriba, siempre previo pago <strong>del</strong>os debidos peajes, por supuesto.Es pasadas aquellas convulsiones bélicas, que a lo largo de laEdad Media debieron de parecer una enfermedad larga e interminable,cuando, en el juego <strong>del</strong> toma y daca que se traían siemprelos reyes de antes, la villa y el castillo de Montemayor <strong>del</strong> Ríoacaban por llegar, en el siglo XV, a manos de Juan de Silva, alférezmayor <strong>del</strong> rey Juan II de Castilla y notario mayor <strong>del</strong> reino deToledo, entre otros cargos, instaurándose con él un mayorazgoque, con su hijo, pasa a convertirse en marquesado.A partir de ese momento –ya es sabido cómo aspiran a vivirlos marqueses– el castillo se convierte en una posesión palaciegamucho más pensada para el goce que para el roce de la resistenciabélica. Y así, con el paso de los siglos, a golpe de matrimonioy herencia, este castillo enamorado <strong>del</strong> bosque que lo rodeacasi por todas partes acabó perdiéndose en la memoria de quienesdeberían de haberlo tenido por una joya, hasta el punto deque ya en el siglo XVII se le da por deshabitado con peligro dederrumbe. Tanto, que ni siquiera Napoleón y su ejército hicieronintención de usarlo como parapeto a su paso por aquí en su guerrade conquistas peninsulares.Por suerte, y a pesar de los pesares, el castillo de Montemayorlogró mantenerse en pie el tiempo suficiente como para que hoymuestre la imagen gallarda y bien plantada que tuvo en aqueltiempo de más trajines. Con el añadido de que, tras las últimasactuaciones financiadas en parte por la Fundación, ahora es posibleno solo contemplarlo; también recorrer su interior, instruirsesobre el mundo medieval y, para algunos la mejor recompensa atanta escalinata, asomarse a unas almenas que son como un balcónprivilegiado desde el que las casitas de Montemayor se vencomo manso rebaño de bellos tejados e inamovible compostura.El caso es que el castillo de San Vicente se asienta en la colinasobre una planta de lados irregulares y bien servido de torres,cuatro cuadradas y dos semicirculares, desde las que elegir haciaqué lado asomarse. Tuvo un doble recinto exterior, uno de loscuales abrazaba la parte alta <strong>del</strong> pueblo y llegaba hasta la plazaMayor, y <strong>del</strong> que aún quedan restos bien visibles en la calle <strong>del</strong>Cubo, nombre que alude a los que se han conservado en ese tramo.De ese doble recinto exterior también formaban parte lasdos torretas que salvaguardan el paso levadizo sobre el foso.sigue en la página 18PATRIMONIO <strong>46</strong> 15

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