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Biblioteca - Gredos

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Dice Elizabeth Clark, la gran narradora estadouni-<br />

dense, que las razones que tienen para esto hasta las<br />

personas más reacias a contar son triples. La primera<br />

es tan simple que casi no hay necesidad de decirla.<br />

Es la voluntad de contur, el deseo de comunicar a<br />

otros lo que nos ha pasado. Tal vez los otros no nos<br />

quieran escuchar, pero nosotros queremos contarlo.<br />

Lo que nos ha ocurrido nos parece de tal importancia<br />

que no podemos dejar de difundirlo.<br />

La otra razón es el recuerdo de los antecedentes del<br />

hecho, de la relación de la persona que nos ha ofendido<br />

o nos ha hecho un favor, con nuestro pasado.<br />

Y, por último, es la visión clara del suceso. Al con-<br />

tarlo, volvemos a vivirlo con la misma intensidad con<br />

que lo hemosvivido en el momento en que ocumó.<br />

Aplicado todo esto a la narración del cuento que<br />

contamos con inseguridad, tomará la fuerza de las<br />

cosas vividas.<br />

Primero, el interés: necesitamos interesamos por<br />

el cuento que vamos a estudiar. Dicen algunos narra-<br />

dores de cuentos que el cuento debe servir para nues-<br />

tro propio deleite. Que el cuento es preciso que nos<br />

guste para entrar en él. Que estemos convencidos de<br />

que es un hermoso cuento digno de ser contado, que<br />

es llamativo, impresionante, interesante ... No cabe<br />

duda de que cuanto más nos interese a nosotros<br />

mejor lo contaremos y mayor interés tendremos en<br />

difundirle.<br />

Sin embargo, hay muchos cuentos a los que a prime-<br />

ra vista no encontraremos belleza ninguna, porque<br />

suele ocurrir que los cuentos que los adultos preferi-<br />

mos no son los que los niños prefieren. Primero debe-<br />

moscomenzara mirar el cuento con ojos de niño ... des-<br />

pués analizarlo escrupulosamente, y es posible que<br />

entonces le encontremos bellezas iporadas.<br />

Dicc una narradora que los niños más chiquitos de<br />

una escuela le pedían con insistencia el cuento del<br />

Nabo. Este es un cuento extraordinariamente inge-<br />

nuo y a ella no le gustaba. Las primeras veces contó<br />

una versión simplificada, y dice que interiormente se<br />

burlaba de aquella cómica familia que habia sembra-<br />

do un nabo en la huerta y que luego no podian arran-<br />

carlo. Sin embargo procuraba contarlo lo mejor posi-<br />

ble y los ojos de los niños, clavados en ella, acabaron<br />

por impresionarla y hasta por interesarla en lo que<br />

ocurría a aquella familia del cuento. Hasta que, visto<br />

el interés de los niños, volvió a leerlo varias veces, a<br />

encontrar gusto en los pequeños detalles de cada<br />

escena y terminó por hacer una verdadera amistad<br />

con aquella familia tan pobre y tan unida ... y acabó<br />

por contarlo como si lo hubiera vivido.<br />

Si el cuento que vamos a aprender para contar, es<br />

únicamente un cuento moral en que se trata de dorar<br />

la píldora para que el niño se la trague, creo que no<br />

vale la pena contarlo. El cuento tiene que ser, en pri-<br />

M Jesús Santos. 'Puigarcito". Cuentos de Gnmm. Anaya.<br />

1999<br />

mer lugar, una pequeña obra de arte y el resto es la<br />

añadidura.<br />

Hay relatos bíblicos o trozos de Historia que tam-<br />

bién deben formar parte de nuestro repertorio, por su<br />

belleza y su valor histórico, sobre todo cuando el<br />

niño comienza a pedimos realidades, lo que ocurre<br />

en cuanto pasa de los diez años. Para contarlos con-<br />

viene conocer a fondo el hecho para extraer única-<br />

mente lo que tienen de belleza y de valor moral. Ver-<br />

los con claridad para vivirlos.<br />

Es, en fin, preciso que el cuento o la historia nos<br />

guste de tal manera que sintamos el deseo urgente de<br />

comunicárselo a los niños para que ellos sientan el<br />

placer que nosotros hemos sentido al conocerlo.<br />

El mismo deseo, la misma voluntad de contar que<br />

cuando nos ha ocurrido algo interesante y nos empe-<br />

ñarnos en hacérselo oír a otra persona, quiera o no<br />

escuchamos.<br />

Ahora viene la parte segunda, es decir, conocer<br />

perfectamente y con absoluta seguridad los antece-<br />

dentes. Ya dije a ustedes que el método de aprender<br />

el cuento palabra por palabra no es bueno, ni lo es<br />

tampoco el de leerlo una o dos veces y darlo por sabi-<br />

do.<br />

En general, yo aconsejo hacer un esquema del<br />

cuento. Es un buen plan anotar los contornos del<br />

hecho tan concisamente como sea posible, reducién-<br />

dolo a su fondo. En este tiempo estamos asegurando<br />

la comprensión de él, nos estamos apoderando de él,<br />

haciéndolo nuestro, dibujando el cuadro al que más<br />

tarde hemos de darle colorido.<br />

Voy a leer a ustedes un esquema de Los cisnes<br />

salvajes, hecho en mis tiempos de narradora.<br />

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