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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />

Psicólogo. Consejero del Servicio “Drogas” de la Asociación Cáritas de Berlín.<br />

De acuerdo a nuestras estimaciones, la proporción de drogadicción de adolescentes<br />

entre los doce ay los dieciséis años de la República Federal de Alemania y de Berlín Occidental<br />

ascendió del 0 al 20% durante los tres últimos años. Christianne es una típica representante de<br />

este nuevo blanco explotado por los traficantes de drogas, al igual que su amiga Babsi, quién<br />

nos consultó en 1977 y murió dos meses después de una sobredosis. Nos habíamos sentido<br />

impotentes al tratar de ayudar a una muchacha de catorce años. Después Stella y otros adictos<br />

de la pandilla de Christianne vinieron a consultarnos. Ellos tipificaban las características de<br />

esta nueva generación de pre-adolescentes: eran manifiestamente agresivos, además, poseían<br />

aún el infantil deseo de sentirse protegidos, considerados; estaban ávidos de afecto y calidez.<br />

Nos trajeron a Babsi en Mayo de 1977 que habían asumido, en su consideración, sus<br />

responsabilidades educativas. Su comportamiento era el de una niñita triste, apegada todavía a<br />

las polleras de su madre. En realidad, ella había conocido todos los altos y bajos de la vida de<br />

los toxicóm<strong>anos</strong>: una vida que comenzó a llevar a partir de los diez años.<br />

En algún momento de sus vidas, todos los drogadictos intentan liberarse de la esclavitud de<br />

la heroína y de sus consecuencias: prostitución, delincuencia, debilidad fisiológica. Los de<br />

mayor edad - aquellos que han caído en la dependencia física alrededor de los diecisiete,<br />

dieciocho o diecinueve años- después de intentar numerosas e infructuosas tentativas para<br />

salir adelante solos, recurren a los servicios especializados. Hasta la fecha, ellos tienen a su<br />

disposición todo un abanico de probabilidades: consejería, curación y terapia, los que se han<br />

elaborado en función de la salud de los adultos jóvenes de nuestra población. El principio<br />

básico era que llegaran por su propia voluntad y que nuestro trabajo consistiera en brindarles<br />

ayuda para salir adelante.<br />

Nosotros disponemos de 180 plazas para terapia de una población aproximada de 50.000<br />

drogadictos en el sector público y 1.100 del sector privado (clínicas, comunidades, etc.). Los<br />

que fueron drogadictos viven en colectividad y están sujetos a un programa riguroso.<br />

No tenemos cifras confiables sobre la proporción de éxitos entre las terapias practicadas. Se<br />

estima que el orden de la reincidencia alcanza el 80%. Destacamos este hecho porque al<br />

finalizar la desintoxicación, estas personas están sumergidas en el mismo entorno que cuando<br />

iniciaron su desintoxicación: es por eso que reinciden en el vicio.<br />

En cuanto a los grupos, cada vez son más numerosos aquellos que cuentan en sus filas con<br />

adictos entre los doce y los dieciséis años, los que no disponen de ayuda ninguna. Es efectivo<br />

que recibimos consultas de niñas como Babsi, las que llegan bajo la presión de un educador o<br />

de un visitador social. El problema que presentan es que rechazan las severas reglas de los<br />

actuales centros de terapia y luego, no cumplen la condición obligatoria para ser admitidos:<br />

presentarse por su propia voluntad.<br />

Después de escuchar los relatos de los adictos que han reincidido acerca de las<br />

“atrocidades” que se cometen en los centros terapéuticos, se sienten atemorizados y huyen<br />

despavoridos. La misma Babsi se mostró llena de desconfianza ante nuestros servicios y<br />

permaneció totalmente indiferente en la entrevista inicial. Nosotros éramos incapaces de<br />

disipar su temor porque actuaba a la defensiva. Es una decisión difícil para cualquier<br />

drogadicto entrar a un centro de terapia. Lo reconocemos. De hecho, ellos sufren por su<br />

adicción y por todas sus consecuencias, y el sufrimiento ha dejado de ser algo desconocido<br />

para ellos.<br />

Dentro de una comunidad terapéutica se ven obligados a renunciar a su entorno familiar, a<br />

sus relaciones habituales, pero además deben aceptar que un extraño les diga lo que deben y<br />

no deben dejar de hacer, lo que atenta contra sus libertades individuales. Por ejemplo; deben<br />

cortar sus cabellos como símbolo de ruptura con el mundo de la droga. Además, deberán<br />

cambiar su modo de vestirse y renunciar definitivamente a la música que los estimulaba.<br />

Sin embargo, para un chico de catorce años, el peinado, la ropa y la música son muchísimos<br />

más importantes que para un adicto de veinte años. Lo más probable es que hayan batallado<br />

durante dos años en contra de sus padres para llevar el cabello largo, jeans ajustados y<br />

escuchar sus discos. Y por eso se sienten contrariados cuando solicitan con angustia lo que<br />

ellos desean en los centros terapéuticos. En síntesis, se les solicita el sacrificio de aquellos<br />

atributos conquistados después de una ardua lucha, los que les ha valido la consideración de<br />

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