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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />

hombre. Y terminaba todas mis relaciones cuando me daba cuenta que mi pololo se quería<br />

acostar.<br />

Eso también era parte de la cuenta que había que saldar por mi pasado. Yo había pensado<br />

de buena fe que la prostitución iba a tener un efecto secundario en mi vida, que había sido<br />

parte de ser toxicómana. Pero afectó mis relaciones con los muchachos. Pensaba que me<br />

querían explotar una vez más.<br />

Intenté sacarle provecho a mi experiencia con los varones. Ayudaría a mis compañeras de<br />

clases sin decirles cómo había adquirido esa experiencia. Y mi mensaje fue entendido<br />

perfectamente. Me convertí en una especie de “Correo del Corazón” a quién todas las chicas<br />

venían a solicitarle consejos- ellas notaban que era más experimentada. Lo que no podía<br />

hacerles comprender era porqué debían comportarse de tal o cual manera.<br />

La mayoría de las chicas no vivían más que para los muchachos y aceptaban pasivamente<br />

su crueldad e insensibilidad. Si un tipo plantaba a su polola y se iba con otra, no criticaban al<br />

tipo pero si a la nueva pololita. Entonces ella era la puta, la desgraciada, la no sé cuánto… Y<br />

los ful<strong>anos</strong> más brutales eran los más admirados.<br />

Todo aquello no lo había logrado comprender plenamente hasta que tuve la gran<br />

oportunidad de viajar con mi curso al Palatino. Estábamos alojadas cerca de una discoteca, y<br />

la mayoría de las niñas querían ir allí a partir de la primera noche. Cuando regresaron no<br />

hacían otra cosa que hablar de unos tipos sensacionales con unos tremendos aparatos: se<br />

referían los muchachos de la localidad. Para ellas, los palatinos eran unos verdaderos dioses.<br />

Fui a darle una mirada a la famosa discoteca. Lo que allí sucedía era fácil de explicar. Los<br />

tipos de los alrededores acudían allí con sus motos o con sus autos para enganchar a las<br />

chicas que venían en viaje de estudios.<br />

Me esforcé en hacerles comprender a las muchachas de mi curso que esos tipos sólo querían<br />

explotarlas. ¡Qué pérdida de tiempo! Al menos una hora antes de que abrieran la discoteca,<br />

estaban todas esas mocosas sentadas frente a sus espejos para maquillarse y ponerse<br />

cachirulos. Después, no se atrevían ni a moverse por temor a despeinarse.<br />

Delante de esos espejos perdían su identidad. Ellas sólo representaban máscaras encargadas<br />

de complacer a esos montadores de hembras. Me quedé enferma de ver todo aquello. Hasta<br />

hacía un tiempo atrás, yo también me maquillaba y me disfrazaba para agradar a esos<br />

infelices: primero, a los fumadores de hachís, después a los drogadictos. También me había<br />

despojado de mi personalidad para transformarme en una toxicómana.<br />

Durante todo el viaje no hubo otro tema aparte de aquel relacionado con esos despreciables<br />

ful<strong>anos</strong>. Sin embargo, la mayoría tenía a un cornudo esperándola en casa. Elke, mi compañera<br />

de cuarto, había pasado toda la primera noche escribiéndole a su pololo. Al día siguiente fue a<br />

la disco, después comenzó a estar más y más deprimida. Me contó que un tipo la había<br />

m<strong>anos</strong>eado. Pienso que aquello le sucedió porque quería demostrarles a las demás que había<br />

sido capaz de que uno de esos tipos increíbles se interesara en ella. Atormentada por los<br />

remordimientos, lloraba como una Magdalena. Para colmo, el tipo le había preguntado a otra<br />

compañera de nuestro curso si era fácil acostarse con una chica y señaló a Rosie. Eso fue una<br />

catástrofe. Un profesor la descubrió besándose dentro de un coche. La pobre desgraciada<br />

estaba completamente ebria, el tipo la había hecho ingerir una tremenda cantidad de Coca-<br />

Cola con ron, una detrás de la otra. Rosie era virgen y ahora estaba sumida en plena<br />

depresión. Las otras chicas convocaron a una asamblea general para resolver qué haríamos<br />

con ella: el retorno a su hogar fue solicitado por unanimidad. A nadie le importó un pepino<br />

censurar al tipo que la obligó a embriagarse y que casi, poco más o menos, la violó. Yo fui la<br />

única que votó en contra. Por todo lo que ella señaló que habían visto y escuchado en la<br />

discoteca, los profesores tomaron la decisión de prohibirnos el ingreso a ese lugar.<br />

Esa falta de solidaridad entre nosotras, las mujeres, me desagradó. Desde que comenzó el<br />

asunto de los muchachos, los lazos de amistad pasaron a segundo término. Tal como ocurría<br />

entre Babsi, Stella y yo cuando se trataba de heroína.<br />

Aún cuando aquella historia no me concernía directamente, me dejó un gusto amargo en la<br />

boca. Durante los dos últimos días sufrí una inmensa recaída. La voladura no se me pasó<br />

hasta que regresamos a casa.<br />

A pesar de todo, había pensado arreglármelas para adaptarme al mundo tal como era. Había<br />

dejado de pensar en escapar. Sabía que si lo hacía, me refugiaría de nuevo en las drogas.<br />

Todo aquello lo mantenía en secreto y cada vez tenía más en claro que la adicción no era una<br />

solución. Me decía que tenía que existir algún modo de sobrevivir en esta sociedad corrupta<br />

para luego poder adaptarme a ésta. Había logrado encontrar un apoyo: un amigo que me<br />

brindaría mucha seguridad.<br />

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