christiane-f-13-anos-drogadicta-y-prostituta-IX.pdf
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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />
esa forma, un poco más oblicua, de lo contrario, no va a funcionar.” El tipo estaba totalmente<br />
confundido. Así y todo me puso la inyección en una vena totalmente endurecida. Respiró<br />
tranquilo, no se había derramado ni una gota de sangre. Para finalizar, la aguja se desprendió<br />
literalmente, de mi brazo, a causa del vacío que se había provocado dentro de la jeringa.<br />
Después de eso, me preguntó dónde la podía colocar finalmente. Dormí durante dos días<br />
completos. Mi ictericia era contagiosa. Al cuarto día, mi graduación hepática había disminuido,<br />
mi orina estaba menos roja y mi rostro, poco a poco, recuperaba su color original.<br />
Llamaba todos los días al Centro Anti-Drogas, tal como habíamos convenido. Tenía la<br />
esperanza de que me encontraran, a la brevedad, una vacante en terapia. Y un día domingo, a<br />
la hora de visitas, una sorpresa: mi madre venía acompañada de Detlev. Lo habían liberado.<br />
Juramentos de amor, besos, caricias, felicitaciones. Deseábamos estar solos, nos fuimos a<br />
dar una pequeña vuelta al parque del Hospital. Fue como si jamás nos hubiésemos separado.<br />
Y de repente nos encontramos en la estación del Zoo. Tuvimos suerte: nos encontramos con<br />
un compañero, Billi. Era afortunado: vivía con un homosexual que era médico y además, un<br />
escritor de renombre. Billi tenía un montón de dinero para el bolsillo y estudiaba en un colegio<br />
privado.<br />
Nos regaló una dosis y yo regresé al hospital a la hora de cenar. Detlev apareció a la mañana<br />
siguiente. Ese día no pudimos conseguir ni una pizca de droga y regresé a las diez y media de<br />
la noche. Para colmo, no pude ver a mi padre: se había ido a despedir antes de partir a<br />
Tailandia.<br />
En su siguiente visita, mi madre, nuevamente, tenía un lamentable aspecto de<br />
desesperación. ¡Ya era demasiado! Además, el tipo de Info-Drogas me había visitado y dijo<br />
que mi caso era irrecuperable. Le juré que toda mi voluntad estaría al servicio de abandonar la<br />
droga. Se lo juré a los demás y a mí misma. Detlev dijo que todo aquello que había sucedido<br />
era por su culpa. Se puso a llorar. Después fue a conocer a las personas del centro Anti-<br />
Drogas y al cabo de unos días me dijo que le habían encontrado una vacante en terapia.<br />
Comenzaría al día siguiente.<br />
Lo felicité.”Ahora sí que vamos a lograrlo”. También me darán una vacante y nunca más<br />
volveremos a cometer estupideces”.<br />
Fuimos a dar un paseo al parque. Le propuse:” ¿Y si vamos de una carrera a la estación del<br />
Zoo?” Podría comprar el tercer tomo de “Regreso del planeta de la Muerte” (una novela de<br />
terror que deseaba leer). Mi madre no la había podido hallar.<br />
Detlev:”Bueno, viejita, te diré que estás totalmente enloquecida. Por eso quieres ir a la<br />
estación del Zoo y ni más ni menos que para comprar tu novela de terror. ¿Porqué no dices de<br />
frentón que lo que deseas es mandarte una volada?”<br />
Aquello de ver a Detlev con esos aires de superioridad logró exasperarme. Se las estaba<br />
dando de santurrón. Además, yo no estaba ocultando nada. Sólo tenía ganas de leer el final de<br />
“Regreso del Planeta de la Muerte”. Le contesté:”Haz lo que quieras. Por lo demás, no estás<br />
obligado a acompañarme”.<br />
Por supuesto que me acompañó. En el metro me dediqué a mi pasatiempo habitual:<br />
fastidiar a las ancianas. Eso siempre le había molestado a Detlev. Se refugió entonces al otro<br />
lado del vagón. Y yo me puse a vociferar.”Oye, viejito, escúchame. Deja de hacerte el<br />
desconocido. No eres mejor que yo y eso cualquiera lo puede notar”. De repente, mi nariz<br />
comenzó a sangrar.<br />
Desde hacía algunas semanas, aquello me estaba sucediendo desde que ponía los pies en<br />
el metro. Era algo horripilante y estaba todo el tiempo limpiando la sangre de mi rostro.<br />
Afortunadamente encontré de inmediato la novela que buscaba. De mejor humor, le sugerí a<br />
Detlev hacer un pequeño paseo. Después de todo, era nuestro último día de libertad. Nuestros<br />
pasos nos condujeron de inmediato a la Scène. Stella estaba allí, las dos Tinas también. Stella<br />
se puso loca de alegría de volver a verme. Pero las dos Tinas estaban súper mal: en plena<br />
crisis de abstinencia. Habían regresado de la Kurfurstenstrasse con las m<strong>anos</strong> vacías. Habían<br />
olvidado que era domingo. Y el domingo los clientes estaban de wikén con sus esposas y los<br />
niños.<br />
Me sentía muy feliz de haber salido de toda esa mierda. No temía las crisis de abstinencia.<br />
No volví al cuento de la prostitución desde hacía un buen tiempo ya. Sentí una sensación de<br />
superioridad, una alegría exuberante. Es que no dejaba de ser agradable poder pasearme por<br />
la Scène sin tener deseos de drogarme.<br />
Estábamos en un paradero de bus, cerca de la estación de la Kurfurstendamm. A nuestro lado,<br />
dos extranjeros. Me hicieron señas todo el tiempo. A pesar de mi ictericia, yo era la que tenía el<br />
aspecto más saludable de nosotros cuatro porque había permanecido “limpia” por un buen<br />
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