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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />

mirada a mí alrededor para ver si había algún modo de escapar. Pero estaba demasiado<br />

agotada para intentarlo.<br />

¡Hamburgo! ¡Qué vulgaridad! Tenía una abuela, una tía, un tío y un primo que vivían en un<br />

pueblo a cincuenta kilómetros de Hamburgo. No podían ser más aburguesados. La casa<br />

estaba impecablemente tenida, al punto que daban ganas de vomitar. No había un residuo de<br />

polvo. Un día que caminé con los pies desnudos durante horas, no tuve necesidad de lavarme<br />

los pies al acostarme. ¡Cómo estarían de limpios!<br />

En el avión aparenté estar absorbida en mi novela de terror. Mi madre permanecía muda<br />

como si le hubieran puesto un candado en la boca. Tampoco me dijo nada acerca de adónde<br />

nos dirigíamos.<br />

En el momento en que la aeromoza recitó sus habituales frasecitas…les deseamos un<br />

agradable viaje….esperamos verlos muy pronto…etc., me percaté que mi madre estaba<br />

llorando. Y después comenzó a hablar con la rapidez de una ametralladora. Para ella no existía<br />

otra cosa que mi bienestar, siempre había querido lo mejor para mí. Durante los últimos días<br />

había soñado que me encontraba muerta en un WC con las piernas totalmente retorcidas,<br />

sangre por todas partes. Muerta, apaleada a golpes<br />

por un dealer. Y la policía le pedía que me fuese a identificar.<br />

Siempre pensé que mi madre tenía cualidades parapsicológicas. Si me decía una noche:”No<br />

salgas, pequeña. Tengo un extraño presentimiento” siempre ocurría algo: una redada, algún<br />

escándalo, riñas. Cuando la escuché contarme ese sueño pensé en Polo, en sus amenazas y<br />

en sus amigos proxenetas. Mi madre había venido quizás a salvarme la vida. No quise pensar<br />

en nada más. Me lo prohibí a mí misma. Después de fracasar en mi segunda escapada, no<br />

quería pensar en nada más.<br />

Mi tía me esperaba en el aeropuerto. Almorzamos con mi madre que regresaba en el próximo<br />

vuelo. Pedí un Florida-Boy: no lo conocían ni en broma en esa cafetería súper lujosa.<br />

Hamburgo era un verdadero agujero perdido en la nada, y por lo tanto, me reventé de sed.<br />

Mi madre y mi tía me contaron mi futuro. Tardaron media hora en trazar un mapa de mis<br />

próximos años: iría a clases, haría nuevas amistades, aprendería materias interesantes y<br />

regresaría a Berlín provista de la garantía que otorga una capacitación profesional. ¡Qué simple<br />

parecía!<br />

Mi madre lloró cuando me despedía. Yo me prohibí el intento de ser vulnerable.<br />

Estábamos a <strong>13</strong> de Noviembre de 1977.<br />

LA MADRE DE CHRISTIANNE.<br />

La jornada había sido muy dura. Estaba enferma y a punto de desmoronarme. Por fin había<br />

podido llorar durante el vuelo de regreso. Estaba triste y aliviada a la vez: triste por la<br />

separación con Christianne, aliviada de haber logrado por fin alejarla de la heroína.<br />

Por primera vez, estaba segura de haber tomado la decisión adecuada. El fracaso de la<br />

experiencia de Narconon me confirmó que la única solución para Christianne era trasladarla a<br />

un ambiente en donde no hubiera heroína. Era su única oportunidad de sobrevivir. Cuando su<br />

padre se la llevó a vivir con él, me dio la oportunidad de juzgar el pasado en forma analítica y<br />

meditar profundamente sobre el problema de Christianne. Llegué a la conclusión de que si se<br />

quedaba en Berlín, estaba condenada. Mi ex-marido tuvo la buena idea de asegurarme que<br />

ella estaba desintoxicada. No lo creí. Hacía mucho tiempo que temblaba<br />

por la vida de Christianne y jamás pensé que podía empeorar. Pero después de la muerte de<br />

Babsi no tuve nunca más un minuto de tranquilidad.<br />

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