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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />

Para mí se trataba de una experiencia completamente nueva. En Berlín no existía esa tipo de<br />

segregación. Ni en la Escuela Polivalente, ni con mayor razón, entre los drogadictos. Aquí la<br />

cosa comenzaba en el momento de salir a recreo: los grupos se dividían en dos mediante una<br />

gran franja blanca. Estaba prohibido franquearla.<br />

Por una parte estaban los alumnos del C.E.S. y por el otro, los del curso complementario. Si<br />

quería conversar con mis antiguos condiscípulos, debíamos mantenernos a un lado y al otro de<br />

la franja. Separaban también cuidadosamente a los jóvenes que tenían un futuro prometedor<br />

de aquellos que habían sido calificados como ciudad<strong>anos</strong> desechables- a nosotros, los del<br />

curso complementario.<br />

Así era entonces la sociedad a la que me pedían adaptarme. “Adaptarme” era el término<br />

favorito de mi abuela. Después de mi retiro de la C.E.S., ella me aconsejaba que evitara a los<br />

compañeros del curso complementario fuera de las horas de clases. Decía que debía<br />

seleccionar a mis amistades entre los lice<strong>anos</strong> y los colegiales. Yo le respondí:” Sería<br />

conveniente que entres en razón: tu nietecita está en un Curso Complementario. Me adapto,<br />

por lo tanto, me haré amiga de mis compañeros de clase”. Esa respuesta mía le daba tiritones.<br />

Mi primera reacción fue desinteresarme completamente de mis deberes escolares. Pero me<br />

di cuenta que el profesor principal era un tipo muy especial. Era de cierta edad, con ideas<br />

totalmente “retro”, un auténtico “facho”. También me dio la impresión de que no se había desnazificado<br />

en un ciento por ciento. Pero tenía autoridad, sabía hacerse respetar sin vociferar.<br />

Cuando entraba a clase, todo el mundo se ponía de pié. Espontáneamente. Era con el único<br />

que lo hacíamos. Jamás daba la impresión de estar estresado y se ocupaba individualmente de<br />

cada uno de nosotros. De mí también.<br />

Seguramente muchos de nuestros jóvenes profesores eran súper idealistas. Sólo que ellos<br />

estaban sobrepasados por su trabajo. No estaban mejor preparados que nosotros, los<br />

alumnos, para un montón de cuentos. En numerosas ocasiones, se armaba la debacle,<br />

empezaban los gritos…pero sobretodo, no tenían respuestas claras a los problemas que nos<br />

inquietaban. Siempre salían con un “si “condicional o un “pero” - y se sentían abochornados<br />

delante nuestro por no poder responder apropiadamente.<br />

Nuestro profesor principal no permitía que nos hiciéramos muchas ilusiones al egresar del<br />

Curso Complementario. No disimuló la realidad de que nuestro futuro sería difícil. Sin embargo,<br />

nos hizo saber que en determinadas materias estaríamos mejor preparados que los lice<strong>anos</strong>.<br />

Por ejemplo, en ortografía. Los bachilleres desconocían la correcta ortografía. El hecho de<br />

saber redactar correctamente y sin errores una solicitud de empleo nos brindaría una ventaja<br />

comparativa. Intentó que aprendiéramos a comportarnos delante de las personas que se creían<br />

superiores. Y siempre tenía algún proverbio que citar. Generalmente del siglo pasado. A veces<br />

nos reíamos de ellos- por otra parte -la mayoría de los alumnos lo hacía- pero yo consideraba<br />

que cada uno de ellos contenía un grano de veracidad. No compartí siempre las opiniones de<br />

aquel profesor pero era lejos el que más me gustaba. Lo que más parecía agradarme de él era<br />

que daba la impresión de que distinguía el negro del blanco. La gran mayoría de mis<br />

compañeros lo consideraban demasiado exigente. Los enervaba ese cuento de que siempre<br />

estaba intentando moralizar. En líneas generales, mis compañeros no estaban interesados en<br />

nada. Algunos se daban la molestia de estudiar para obtener su Licenciatura: sospechaban que<br />

les iba a abrir las puertas del mundo laboral. Realizaban sus deberes en forma puntual y<br />

sigilosa pero no hacían ningún esfuerzo por aprender o investigar algo fuera de lo exigido. No<br />

se les pasaba por la mente leer un buen libro o interesarse en alguna disciplina de estudios<br />

extra-escolares. Cuando, por ventura, el profesor jefe intentaba fomentar algún tema para<br />

discutirlo en clases, no conseguía escuchar más que risitas estúpidas entre dientes. Mis<br />

compañeros no tenían proyectos para el futuro como yo. Por otra parte ¿cómo podría un<br />

alumno de un Curso Complementario tener proyectos? Si al egresar tenía la suerte de<br />

encontrar una vacante como obrero, estaría obligado a tomarla, le gustase o no.<br />

Muchos, en realidad, se burlaban de todo lo que estuviera relacionado con el desempeño<br />

profesional. Razonaban de la siguiente manera: ¿Para qué vamos a preocuparnos si en este<br />

país nadie se muere de hambre? No tenemos ninguna posibilidad al egresar del Curso<br />

Complementario. Entonces ¿Para qué nos vamos a preocupar?”<br />

Algunos de estos muchachos se perfilaban como los futuros gangsters y otros ya habían<br />

empezado a beber. Respecto de las chicas, ellas no se quebraban la cabeza. En algún<br />

momento se encontrarían con el hombre que se preocuparía de satisfacer todas sus<br />

necesidades. Mientras esperaban, podían trabajar como dependientas en una tienda o como<br />

obreras de una fábrica. Necesitaban trabajar encadenadas- o también permanecer rezagadas<br />

en sus casas.<br />

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