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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />

Perdí los estribos instantáneamente de la impresión. No quería regresar nunca más a la<br />

escuela. Era incapaz de hacerle frente, era demasiado para mí, que al menor incidente<br />

intentaban deshacerse de mí.<br />

Me sumergí en mi concha. Anteriormente- y en parte bajo la influencia de mi pololo- había<br />

prometido trabajar muy duro para intentar salir adelante, a pesar de las dificultades que debía<br />

enfrentar por egresar de un Curso Complementario, de repasar todas las materias de la<br />

enseñanza paralela para poder dar mi bachillerato. Después de lo ocurrido ya no había nada<br />

más que hacer. Sabía que nunca lograría salir a flote. Era necesario pasar bien los tests<br />

psicológicos, obtener una autorización especial del Inspector de la Academia, etc. De hecho,<br />

sabía que además mi expediente me perseguiría por todas partes.<br />

Sólo me quedaba mi pololo, aquel muchacho tan razonable. Con el tiempo me empecé a<br />

relacionar con otros muchachos del pueblo. Personas muy diferentes a mí pero eran gratos.<br />

Individuos más seguros de sí mismos que los del pueblo vecino. Formaban una verdadera<br />

comunidad. Tenía su propio club. Un club sin depredadores. Allí, de hecho, todavía reinaba un<br />

cierto orden, a la antigua usanza. Bueno, de vez en cuando, los muchachos bebían un poco<br />

más de la cuenta. La mayoría de esos muchachos y muchachas me habían aceptado a pesar<br />

de lo diferente que era de ellos. También llegué a creer, durante un tiempo, que podría ser<br />

como ellos. O como mi pololo. Pero aquello no duró. Me vi. obligada a terminar con él- al inicio<br />

de la mala racha- cuando se quiso acostar conmigo. Yo no podía hacerlo. No podía acostarme<br />

con otro que no fuera Detlev. Ni siquiera podía pensarlo. Todavía lo amaba. Pensaba mucho<br />

en él aunque me esforzaba en no hacerlo. Le escribía de vez en cuando, a la dirección de Rolf.<br />

Pero fui lo suficientemente racional para no despachar las cartas.<br />

Me enteré que de nuevo estaba en la cárcel. Igual que Stella.<br />

Me volví a reunir con algunos de los jóvenes de los alrededores por lo que me había sentido<br />

particularmente atraída. Podía hablar más libremente de mis problemas. Junto a ellos me<br />

sentía considerada, no sentía temor por mi pasado. Su pensamiento acerca de la vida se<br />

asemejaba al mío. Era inútil intentar un personaje, un “rol”. “adaptarse”, transmitíamos en la<br />

misma onda. No obstante, al comienzo los mantenía a la distancia. Porque todos ellos, de una<br />

manera u otra, se sentían tentados por la ingestión de la droga.<br />

Mi madre, mi tía y yo creíamos que la droga era desconocida en aquellos parajes. Al<br />

menos, las drogas duras. Cuando la prensa hacía mención de la heroína, la noticia siempre<br />

provenía de Berlín y con mayor seguridad, de Frankfurt. Estaba convencida de ser la única ex<br />

–toxicómana en miles de kilómetros a la redonda.<br />

El primer viaje de compras con mi tía me desengañó. Fue a comienzos de 1978. Fuimos a<br />

Norderstetd, una nueva ciudad, una suerte de ciudad-habitacional, en los suburbios de<br />

Hamburgo.<br />

Como de costumbre, notaba de inmediato a los tipos que lucían un poco diferentes de los<br />

demás. Me pregunté entonces:” ¿Serán fumadores, heroinóm<strong>anos</strong> o simples estudiantes?”<br />

Entramos a un snack. Un grupo de extranjeros ocupaban una mesa. Dos de ellos se levantaron<br />

bruscamente de la mesa y se fueron a sentar a otra. No supe porqué pero noté en seguida la<br />

atmósfera que rodeaba el tráfico de heroína. Le dije a mi tía que quería retirarme de ese lugar<br />

sin explicarle el porqué.<br />

Cien metros más adelante, delante de la boutique de jeans, me sentí aterrizar en plena<br />

Scène. Reconocí de inmediato a los drogadictos. Y me imaginé que ellos me reconocerían. Se<br />

darían cuenta que era toxicómana. Tuve pánico. Agarré a mi tía del brazo. Le dije que<br />

teníamos que irnos de allí en seguida. Ella estaba confundida pero intentó calmarme. “Tú ya no<br />

tienes nada que ver con todo eso” Le dije:”Todavía no soy capaz de enfrentarlo”.<br />

Apenas llegué a la casa, me cambié de ropa y me saqué el maquillaje. No volví a ponerme<br />

las botas con tacos de aguja. A partir de ese día, intenté parecerme- físicamente al menos, a<br />

las chicas de mi curso.<br />

Pero en el club cada vez me encontraba más y más seguido con personas que fumaban hachís<br />

y que se pegaban sus voladas. En cierta ocasión me fumé un pito y en otra ocasión se me<br />

ocurrió una excusa para rechazarlo.<br />

Después ingresé a una pandilla fabulosa. Eran jóvenes de otros pueblos vecinos. Todos<br />

trabajaban como aprendices. (En Alemania, los obreros especializados pasan primero por el<br />

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