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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />

algún día dejaría el campo. Pero, en el fondo, tampoco lo quería hacer, realmente. Tenía<br />

demasiado miedo de aquello que durante dos años había conocido como “libertad”.<br />

Mi tía logró apresarme como si estuviese dentro de una apretada malla de prohibiciones:<br />

tenía quince años, pero si por casualidad me daban permiso para salir, tenía que estar de<br />

regreso a las nueve y media de la noche. Yo desconocía todo eso a partir de los once años.<br />

Aquello me exasperó. Pero, curiosamente, cumplí casi siempre con todas las reglas.<br />

Fuimos a realizar compras de Navidad a Hamburgo. Partimos en la mañana temprano. Nos<br />

dirigimos a las grandes tiendas. Fue horroroso. Uno tardaba horas en transitar dentro de todo<br />

ese gentío de pueblerinos miserables que intentaban atrapar algún objeto, y que luego<br />

hurgaban en sus suculentas billeteras. Mi abuela, mi tía, mi tío y mi primo estaban en la<br />

sección trapos. No encontraron regalos para la tía Edwige, para la tía Ida, Joachim ni para el<br />

señor ni la señora Machinchose. Mi tío buscaba un par de plantillas para el calzado y después<br />

nos llevó a ver los autos, así podríamos contemplar el coche que deseaba comprarse.<br />

Mi abuela era muy pequeñita, se puso a luchar con tanta animosidad en las grandes<br />

tiendas, que terminó por perderse entre aquellos conglomerados hum<strong>anos</strong>. Tuvimos que partir<br />

en su busca. De tanto en tanto, me encontré completamente sola, y por cierto, pensé en<br />

desaparecerme de allí. Ya había localizado una Scène en Hamburgo. Me bastaba con salir a la<br />

calle, entablar conversación con uno o dos tipos respecto de la droga y todo continuaría como<br />

antes. Pero no me decidí porque no sabía qué era lo quería, en realidad. Por supuesto<br />

pensaba:”Miren a todas esas personas: lo único que las hace vibrar es el hecho de comprar y<br />

correr en medio de las grandes tiendas”. Era preferible reventar dentro de un asqueroso WC<br />

que convertirme en uno de ellos. Y sinceramente, si en ese instante me hubiera abordado un<br />

adicto habría partido.<br />

Pero en el fondo no quería irme. Cada vez que me sentía tentada a huir, le suplicaba a la<br />

familia que me llevara de regreso a casa.”Ya no puedo más. Regresemos. Podrán hacer las<br />

compras sin mí”. Pero ellos me miraron como si estuviera a punto de volverme loca: para ellos,<br />

hacer las compras navideñas era, sin duda, la época más entretenida del año.<br />

En la noche, no pudimos encontrar el auto. Corrimos de estacionamiento en<br />

estacionamiento, y ni sombra del cacharro. Por mi parte, valoré aquella situación en la que<br />

estábamos todos juntos, nos habíamos convertido en una comunidad. Todo el mundo hablaba<br />

a la vez, a cada cual se le ocurría una idea diferente, pero teníamos un objetivo en común:<br />

encontrar ese detestable cacharro. Se me ocurrió que todo ese cuento era muy divertido y no<br />

paraba de reírme, mientras los otros estaban cada vez más desconcertados. Comenzó a hacer<br />

frío. mucho frío, todo el mundo se puso a tiritar menos yo: mi organismo había sufrido cosas<br />

peores.<br />

Para colmo, mi tía se fue a instalar delante del calefactor de aire caliente que estaba a la<br />

entrada de Karstadt y se negaba a moverse un milímetro de allí. Mi tío se vio obligado a<br />

arrastrarla por la fuerza desde su cómodo refugio. Todo el lío acabó cuando encontramos el<br />

famoso auto y el asunto terminó con una risotada general.<br />

El viaje de regreso tuvo un ambiente especial. Me sentía bien. Tenía la impresión de ser<br />

parte de una familia.<br />

Me fui adaptando poco a poco. Al menos, lo intentaba. Era difícil.Tenía que poner atención en<br />

mi lenguaje. En cada palabra. En cada frase. Cuando se me escapaba algún “mierda”, mi<br />

abuela me reprendía de inmediato: “Una palabra tan perversa en una boca tan hermosa”.<br />

Como aquella frase me enervaba, me daban ganas de discutir, pero después me mordía los<br />

labios y me tragaba la rabia.<br />

El día de Navidad se hizo presente. Mi primera Nochebuena en familia, bajo un alero<br />

después de un par de años: los dos años anteriores había pasado la Navidad en la Scene. No<br />

sabía si estar si o no contenta. Decidí, en todo caso, hacer un esfuerzo por no aparentarlo, al<br />

menos, en el momento de los regalos. Pero luego no tuve que hacer ningún esfuerzo, ellos<br />

realmente me habían logrado complacer. Nunca me habían regalado tantas cosas para la<br />

Navidad. Por un momento, me sorprendí haciendo un cálculo de cuánto habría costado todo<br />

aquello y cuántas dosis de heroína representaban…<br />

Mi padre vino a pasar la Navidad con nosotros. Como siempre, llegó retrasado. El 25 y 26 por<br />

la noche me llevó a una discoteca local. Las dos veces me tragué entre seis y siete Coca-Colas<br />

con Ron, después de lo cual me quedé dormida encima de la banqueta del bar. Mi padre<br />

estaba satisfecho de verme beber alcohol. Me decía a mí misma que terminaría por adaptarme<br />

a ese ambiente, a esos jóvenes provinci<strong>anos</strong> y a la música disco.<br />

Al día siguiente, mi padre regresó a Berlín: había un partido de jockey sobre hielo que no podía<br />

perderse. Esa era su nueva pasión.<br />

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