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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />

grupo anarquista, apóstoles de la violencia. La juventud actual está expuesta a dejarse seducir<br />

por la droga tal como los adultos se sienten atraídos por la industria farmacéutica.<br />

Cada muchacho o muchacha conoce a alguien, ya sea amigo o conocido que consume droga<br />

o está en vías de hacerlo. Las motivaciones de los drogadictos de hoy son muy diferentes a la<br />

de aquellos novatos que ingerían hachís y se “volaban” en los años sesentas. Ellos no actúan<br />

como los hippis de antaño que buscaban una prolongación de la conciencia. En la actualidad<br />

se busca una supresión de la realidad. Lo mismo está ocurriendo con el alcoholismo o las<br />

drogas dulces. Es por eso que hoy no se puede clasificar a los jóvenes en peligro de ser<br />

“alcohólicos”, “fumadores de hachís” y “yunkis”. Ellos pasan con suma facilidad de lo uno a lo<br />

otro y persiguen el mismo fin.<br />

Por lo tanto, estamos forzados a señalar que la opinión pública esta insuficientemente<br />

informada de la verdadera dimensión del problema de la drogadicción, incluyendo los<br />

caracteres cuantitativos y cualitativos de ésta. La mayoría de los políticos manejan una imagen<br />

de una suerte de vago sin destino, próximo a recaer. También los parlamentarios nos hablan<br />

de “reprimir” el fenómeno de la droga como si se tratara de cerrar la llave de una cañería.<br />

En la realidad, nuestra sociedad produce cada vez mayor cantidad de marginales<br />

voluntarios. Muchos jóvenes se refugian porque no encuentran una respuesta a sus<br />

necesidades en el colegio, ni en el mundo laboral, menos aún en sus tiempos libres.<br />

Paralelo a este proceso (el que se desarrolla con una progresiva rapidez) hay que agregar que<br />

las drogas ilegales como el hachís, el LSD, y la heroína han pasado a convertirse junto con el<br />

alcohol, en una fuente de ingresos de primera magnitud. Su comercio está aparentemente,<br />

extraordinariamente bien administrado. Si consideramos- y en esto realizamos un cálculo<br />

modesto- que sólo en Berlín Occidental- un grupo aproximado de 5.000 personas que<br />

constituyen el núcleo de consumidores forzosos de heroína, movilizan a diario medio millón de<br />

marcos (por la prostitución y por el robo simple o a mano armada) debemos presuponer que la<br />

cifra que alcanza a nivel nacional es aún mucho más alta. Los criminales que obtienen<br />

beneficios de la toxicomanía no están, evidentemente dispuestos a renunciar a éstos, y los<br />

policías locales y regionales no son capaces de contenerlos. Las cantidades de heroína como<br />

de drogas dulces que caen m<strong>anos</strong> de la policía no representan más que una mínima fracción<br />

del consumo real.<br />

El tráfico de droga extendido hoy en día sobre la República Federal Alemana y en Berlín<br />

Occidental opera a través de una cerrada red de distribución. De tal modo que si existe alguna<br />

empresa dedicada a la distribución de las drogas dulces, las de heroína arrasan en todas<br />

partes. Por lo tanto, no existen, prácticamente, zonas preservadas: con excepción de las<br />

provincias, el peligro de contagio es casi inminente.<br />

Cada ciudad ya tiene su propia “Scene”. En las zonas rurales, los revendedores han<br />

instalado sus cuarteles generales en las discotecas y en los lugares de reunión de los jóvenes.<br />

La omnipresencia de la droga es ciertamente un factor decisivo de su creciente consumo: el<br />

joven que busca un comportamiento compensatorio lo encuentra sin mayor dificultad. Tanto en<br />

la ciudad como en el campo, muchos jóvenes están profundamente aburridos, o tienen un<br />

sentimiento confuso acerca del sentido de sus existencias. Su única distracción consiste en la<br />

obligada visita semanal a una discoteca. Pero allí los muchachos encuentran escasas formas<br />

de comunicarse, y quedan marginados de la comunicación verbal. Después de dejarse aturdir<br />

por la música, el joven sale decepcionado una vez más porque no experimentó una experiencia<br />

de valor.<br />

Esos años y esos jóvenes, insatisfechos del presente, no buscan un estímulo en sus<br />

perspectivas del futuro y no pueden extraer de su pasado. Porque su infancia, -ese período de<br />

espontaneidad y regocijo relativamente libre y garantizado de manipulaciones y por lo tanto,<br />

estabilizador- ha llegado a su término con la entrada a la escuela. A partir de ese momento, su<br />

universo pasa a ser el de la competencia y el del consumo pasivo. Comienzan a correr de<br />

estímulo en estímulo, incapaces de proveerse de defensas para resistir las múltiples<br />

tentaciones de la sociedad de consumo, tentaciones a la que están expuestos desde su más<br />

tierna infancia.<br />

Entre aquellos jóvenes frustrados desde su infancia se vislumbran las siguientes<br />

características: pobreza de imaginación, escasa confianza en si mismos, reducida capacidad<br />

de autonomía.<br />

Por otra parte, la selección escolar es cada vez más rigurosa, y cuando llegan al período de<br />

la pubertad, comprueban que todos sus esfuerzos, sus futuros medios económicos, no les<br />

permitirán acceder a los encantos prometidos a través de las vitrinas y de la publicidad, a ese<br />

mundo que los ha fascinado desde sus primeros años de vida. Desde luego, simularán algunas<br />

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