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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />

camuflados en mi cuaderno de cálculo. El 3 95 47 73 se traducía en 3,95 marcos+ 47<br />

pfennings+ 73 pfennings.<br />

Un día Henri descubrió la misteriosa desaparición de Stella. Estaba en la cárcel. Aquello fue<br />

como si le hubieran dado una patada en la cara. No por Stella si no porque ella podía<br />

arriesgarse a contarle todo a la policía. Así fue cómo me enteré que Henri ya tenía un<br />

expediente en el cuerpo. Por corrupción de menores. Hasta el momento el asunto no lo había<br />

inquietado. Su abogado- dijo- era el mejor de Berlín. El problema se agravaba si a Stella se le<br />

ocurría decir que pagaba con heroína los servicios prestados. Más grave aún si se trataba de<br />

menores.<br />

A mi también me provocó un schock la noticia. Y tal como lo hizo Henri, dejé de<br />

preocuparme por la pobre Stella y me puse a pensar en mí. Si la policía la había metida presa<br />

a pesar de sus catorce años, a mí no me reducirían el plazo. Y yo no tenía ningún deseo de ir a<br />

la cárcel.<br />

Llamé a Narconon para darle la noticia a Babsi. La llamaba por teléfono casi a diario. Hasta esa<br />

fecha, se encontraba bien, a pesar de haber realizado dos intentos de fuga. El motivo: pegarse<br />

una volada. Ese día no pudo hablarme: estaba hospitalizada. Una ictericia.<br />

A Babsi y a mí nos ocurrían los mismos cuentos: cuando decidíamos tomarnos en serio la<br />

abstinencia, nos enfermábamos de ictericia. Babsi iba en su enésima tentativa. La última vez<br />

había estado en Tübingen, acompañada de un consejero del centro Anti-Drogas, para<br />

practicarse una terapia. En el último momento se aterró porque le dijeron que el Internado<br />

Tübingen era muy estricto. Babsi se encontraba en el mismo lamentable estado físico que<br />

yo.Por eso que siempre nos vigilábamos la una con la otra. Nos servía como espejo para<br />

comprobar la dimensión de los estragos de la droga en nuestros cuerpos.<br />

Al día siguiente por la mañana, partí zumbada para ver a Babsi en el Hospital Westend.<br />

Yianni y yo tomamos el metro hasta la Plaza Theodor-Heüss, después caminamos a paso<br />

acelerado. Era un barrio bastante elegante. Con unas mansiones fabulosas, rodeadas de<br />

césped y árboles. Yo no tenía la menor idea de que en Berlín existían semejantes sitios. En el<br />

fondo, no conocía Berlín. Sólo Gropius y sus alrededores, el barrio Kreutzberg donde vivía mi<br />

madre y las cuatro cuadras que circundaban la “Sound”. Llovía a cántaros. Yianni y yo<br />

estábamos mojados pero contentos porque corrimos por el pasto y - al menos yo- vería a<br />

Babsi.<br />

No dejaron entrar a Yianni dentro del hospital. No se me había ocurrido. Pero uno de los<br />

porteros era simpático: aceptó cuidarlo mientras yo regresaba. Subí por la escalera de servicio<br />

y busqué en vano a Babsi. Finalmente le pregunté al primer médico que vi pasar: “Yo también<br />

quisiera saberlo” me respondió. Me dijo que ella había escapado el día anterior. Además, corría<br />

el riesgo de liquidarse porque a la menor ingestión de droga, de cualquier droga, su organismo<br />

sería incapaz de absorberlo. Ella no se había curado de la ictericia y su hígado estaba hecho<br />

una miseria.<br />

Recuperé a Yianni y nos fuimos del Hospital. En el vagón del metro me puse a pensar: si el<br />

hígado de Babsi estaba destruido, el mío también lo estaba. Nosotras dos siempre corríamos<br />

de a parejas. ¡Si pudiera encontrarla! -pensaba para mis adentros. Me había olvidado de todas<br />

nuestras disputas. Yo pensaba que nos necesitábamos la una con la otra. Ella seguramente<br />

tendría una gran necesidad de hablar y por otra parte, la podría convencer de que regresara al<br />

hospital. Pero volví a la realidad: me di cuenta que ella no iba a regresar a ese lugar después<br />

de haberse fugado hacía dos días y menos si se había drogado. Yo tampoco lo hubiera hecho.<br />

También sabía dónde encontrarla: en el hipódromo, al costado de la Scene o en casa de un<br />

cliente. No tenía tiempo para andar averiguando por todas partes, mi padre no tardaría en<br />

telefonear. Me conformé con la moral del drogadicto: uno debe preocuparse sólo de sí mismo.<br />

Entré a la casa. Yo, por otro lado, no tenía ganas de ir a arrastrarme por el escenario de la<br />

droga. Henri proveía bien mis necesidades.<br />

A la mañana del día siguiente partí a comprar el “Bild Zeitung”. Lo hacía todas las semanas.<br />

Después que mi madre había dejado de leerme los titulares que anunciaban con regularidad:”<br />

Una nueva víctima de la droga”, no había tomado conciencia que después era lo primero que<br />

leía. Los artículos cada vez eran más breves y más frecuentes. Sin embargo, los nombres de<br />

los jóvenes que encontraban muertos con una aguja plantificada en el brazo me resultaban<br />

más y más familiares.<br />

Bueno, aquella mañana me había preparado una galleta con mermelada para comer mientras<br />

hojeaba el diario. Un titular destacado en la primera página señalaba:” Ella sólo tenía catorce<br />

años”. Lo comprendí de inmediato. Sin leer la información. Babsi. Tenía el<br />

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