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Christiane F, <strong>drogadicta</strong> y <strong>prostituta</strong>, capítulo <strong>IX</strong><br />

Tenía ganas de salir, de ir a la Scène, de drogarme, de bailar, de beber cerveza o vino, pero<br />

sobretodo, de no pensar. Hasta que acertara a realizarme un debido “hot shot”. El medico, lleno<br />

de preocupación, me procuró un par de muletas. Me fui y desaparecí de su casa con ellas pero<br />

en el camino las arrojé. No podía realizar mi reaparición apoyada en esas dos muletas:<br />

apretando los dientes, podría arreglármelas.<br />

Clopin, clopán, llegué rengueando hasta el césped de la estación del Zoo. Me hice de<br />

numerosos clientes. También había un extranjero en el montón. No era turco, era griego. ¡Qué<br />

curioso había sido aquel convenio que hicimos con Stella y Babsi, de no aceptar a los<br />

extranjeros! En honor a la verdad, no tenía nada en contra de los extranjeros. De todos modos,<br />

ahora todo me daba igual. Quizás, en el fondo de mi alma, tenía la esperanza de que mi madre<br />

viniese por mí. Si lo hacía, vendría a la estación del Zoo. Fue por eso que no fui a la<br />

Kurfurstenstrasse. Pero en el fondo tenía la sensación de que nadie vendría por mí.<br />

Estaba en un buen momento, la época en que mi madre esperaba impaciente por mí.<br />

Compré una dosis, me inyecté y regresé a trabajar. Necesitaba dinero por si no encontraba un<br />

cliente conocido donde pudiera pasar la noche. En ese caso debía ir a un hotel.<br />

De repente me encontré con Rolf, el antiguo cliente de Detlev. Detlev había regresado a su<br />

casa pero Rolf había dejado de ser un cliente. Se había metido en la heroína y estaba al otro<br />

lado del cerco, como nosotros. Parecía que le iba mal con los clientes: es que ya tenía<br />

veintiséis años. Le pregunté si tenía novedades de Detlev. Se largó a llorar. Si, Detlev estaba<br />

en terapia. Sin él, la vida era una mierda, la vida no tenía sentido, quería desengancharse de<br />

frentón porque amaba a Detlev, quería suicidarse. En resumen, me soltó la eterna letanía de<br />

los toxicóm<strong>anos</strong>. Toda esa virutilla sobre Detlev me asqueó. No podía comprender cómo ese<br />

miserable maricón se sentía con derechos sobre Detlev.<br />

Dijo que Detlev debería abandonar la terapia y regresar. Nada menos. También le había dejado<br />

una llave del departamento. Al escuchar eso, estallé:”Eres un puerco, un asqueroso. Le dejas<br />

la llave como si estuviera a punto de claudicar, como si ya hubiese fracasado en su terapia. Si<br />

lo quisieras de verdad, intentarías hacer todo lo posible para que se desenganche. Pero, ¿qué<br />

se podía esperar de ti, marica asqueroso?”<br />

Rolf estaba con crisis de abstinencia y yo no tuve ningún empacho en hacerlo papilla. Pero<br />

de pronto me asaltó una idea ¿Y si me quedaba a alojar en su casa? Me calmé y le propuse<br />

hacerme de un cliente para comprarle una dosis de heroína. Rolf se alegró mucho cuando se<br />

enteró que yo iría a alojar a su casa. Fuera de Detlev y de mí, no conocía a nadie más.<br />

Dormimos juntos en una cama grande. Cuando Detlev no estaba, me entendía mejor con él.<br />

Me desagradaba, es cierto, pero en el fondo era un pobre y triste infeliz. Así fue como entonces<br />

los dos amores de Detlev terminaron metidos en una misma cama de dos plazas. Y todas las<br />

noches escuchaba el mismo cuento: me machacaba que amaba a Detlev y lloraba un buen<br />

poco por él antes de dormirse. Eso me ponía los nervios de punta pero me aguantaba porque<br />

necesitaba un espacio en la cama de Rolf. Tampoco me indigné el día que me hizo saber que<br />

después de nuestra desintoxicación, Detlev y él vivirían en el mismo departamento. Por otra<br />

parte, todo me daba igual. Además, Detlev y yo teníamos una responsabilidad respecto de<br />

Rolf: si no hubiese sido por nosotros habría terminado siendo un simple homosexual, solitario y<br />

abandonado, que de vez en cuando se pegaba una borrachera para olvidar sus miserias y eso<br />

sería todo.<br />

Las cosas funcionaron bien durante una semana. El hipódromo, un pinchazo, el hipódromo,<br />

un pinchazo. Y en la noche escuchaba los lamentos de Rolf.<br />

Una mañana me desperté cuando escuché que alguien abría la puerta de entrada. Luego<br />

caminaron en forma apresurada por el pasillo. Sin duda, era Rolf. Entonces vociferé: “No<br />

hagas tanto ruido, tengo sueño” Era Detlev.<br />

Nos abrazamos y nos besamos. ¡Qué felices éramos! De pronto caí en la cuenta:” ¡Te<br />

escapaste!”<br />

Me explicó: como a los demás novatos, le encargaron que hiciera las veces de despertador<br />

durante un período de tres semanas. Exigirle puntualidad a un drogadicto es casi pedir un<br />

imposible. Le pedían que se levantara todas las mañanas a despertar a los otros: eso fue<br />

imponerle una tremenda prueba. Ese era el sistema de selección que utilizaban: las escasas<br />

vacantes se las daban a los individuos dotados de una mayor fuerza de voluntad. Detlev no<br />

pudo resistir la disciplina: sólo en tres ocasiones se logró despertar y lo despidieron.<br />

Detlev me contó que la terapia no era del todo mala. Bueno, quizás era dura, pero la<br />

próxima vez lograría salir adelante. Mientras esperaba, se esforzaría por mantenerse “limpio” -<br />

y por otro lado- muy pronto se pondría en campaña para ocupar una vacante en terapia. Me<br />

contó que se encontró allí con muchas de nuestras antiguas amistades. Frank, por ejemplo, el<br />

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