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parecía una comunidad isleña normal. Pequeñas tiendas y restaurantes se alineaban<br />
en las calles. Había incluso tiendas regentadas por mortales y destinadas a ellos. Las<br />
prístinas playas eran para morirse.<br />
A los daimons no les gustaba viajar por el agua. Cuando un puro se pasaba al<br />
lado oscuro, su magia elemental cambiaba y sólo podía usarla si estaba tocando suelo.<br />
No tener contacto los debilitaba. Eso hacía de la isla un escondite perfecto para los<br />
nuestros.<br />
Era demasiado pronto para que hubiese nadie por las calles, y en cuestión de minutos<br />
cruzamos el segundo puente. En esta parte de Deity Island, situada entre zonas<br />
pantanosas, playas y bosques prácticamente intactos, se encontraba el Covenant.<br />
Elevándose entre el interminable mar y hectáreas de playas blancas, la extensa estructura<br />
de arenisca por la que pasamos era la escuela donde los puros y mestizos iban<br />
a clase. Con sus gruesas columnas de mármol y estatuas de los dioses estratégicamente<br />
colocadas, era un lugar intimidante, como de otro mundo. Los mortales pensaban que<br />
el Covenant era una escuela privada de élite donde ninguno de sus hijos tendría nunca<br />
el privilegio de entrar. Tenían razón. La gente tenía que tener algo súper especial en la<br />
sangre para llegar hasta aquí.<br />
Tras el edificio principal estaban las residencias que contaban también con más<br />
columnas y estatuas. Edificios más pequeños y bungalows salpicaban el terreno, y los<br />
enormes gimnasios e instalaciones de entrenamiento estaban al lado del patio. Siempre<br />
me recordaba a los antiguos coliseos, excepto que los nuestros estaban bajo techo;<br />
los huracanes podían llegar a ser muy bestias aquí.<br />
Todo era bonito —un lugar que amaba y odiaba al mismo tiempo. Ahora que lo<br />
veía, me daba cuenta de cuánto lo echaba de menos… y a mamá. Ella se quedaba en la<br />
isla principal mientras yo iba a clase, pero era una habitual en el campus, apareciendo<br />
para llevarme a comer después de las clases, convenciendo al antiguo Decano para que<br />
me dejase quedarme con ella los fines de semana. Dioses, sólo quería otra oportunidad,<br />
otro segundo para decirle—<br />
Me contuve.<br />
Control —tenía que estar bajo control ahora mismo, y hundirme en mi pena perpetua<br />
no iba a ayudarme. Armándome de valor, salí del Hummer y seguí a Aiden<br />
hacia la residencia de las chicas. Éramos los únicos moviéndonos por los silenciosos<br />
pasillos. Siendo principios de verano, por allí solo habría unos pocos estudiantes.<br />
—Aséate. Volveré a por ti en un rato —comenzó a darse la vuelta, pero paró—.<br />
Encontraré algo que ponerte y lo dejaré en la mesa.<br />
Asentí, falta de palabras. Incluso a pesar de estar intentando calmar mis emociones,<br />
algunas se colaban. Hace tres años mi futuro estaba perfectamente planeado.<br />
Todos los Instructores del Covenant habían alabado mis habilidades en las sesiones<br />
de entrenamiento. Incluso llegaron a decir que podría convertirme en Centinela. Los<br />
Centinelas eran los mejores —y yo era una de las mejores.<br />
Tres años sin entrenamientos me habrían puesto por detrás de cualquier mestizo.<br />
Una vida entera de servidumbre era lo que posiblemente me esperaba —un futuro que<br />
no podía soportar. Ser súbdita de los deseos de los puros, sin tener voz ni voto sobre<br />
nada —la posibilidad me mataba de miedo.<br />
Una posibilidad que empeoraba por mi necesidad apremiante de cazar daimons.<br />
Luchar contra ellos estaba arraigado en mi sangre, pero después de ver lo que