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Pedro Páramo<br />
Juan Rulfo<br />
-¿No serás tú?<br />
-¡Cómo se pone a creer que yo!<br />
-Yo creo hasta el bendito. Mañana comenzaremos a arreglar nuestros asuntos.<br />
Empezaremos por las Preciados. ¿Dices que a ellas les debemos más?<br />
-Sí. Y a las que les hemos pagado menos. El padre de usted siempre las pospuso para<br />
lo último. Tengo entendido que una de ellas, Matilde, se fue a vivir a la ciudad. No sé si a<br />
Guadalajara o a Colima. Y la Lola, quiero decir, doña Dolores, ha quedado como dueña de<br />
todo. Usted sabe: el rancho de Enmedio. Y es a ella a la que tenemos que pagar.<br />
-Mañana vas a pedir la mano de la Lola.<br />
-Pero cómo quiere usted que me quiera, si ya estoy viejo.<br />
-La pedirás para mí. Después de todo tiene alguna gracia. Le dirás que estoy muy<br />
enamorado de ella. Y que si lo tiene a bien. De pasada, dile al padre Rentería que nos<br />
arregle el trato. ¿Con cuánto dinero cuentas?<br />
-Con ninguno, don Pedro.<br />
-Pues prométeselo. Dile que en teniendo se le pagará. Casi estoy seguro de que no<br />
pondrá dificultades. Haz eso mañana mismo.<br />
-¿Y lo del Aldrete?<br />
-¿Qué se trae el Aldrete? Tú me mencionaste a las Preciados y a los Fregosos y a los<br />
Guzmanes. ¿Con que' sale ahora el Aldrete?<br />
-Cuestión de límites. Él ya mandó cercar y ahora pide que echemos el lienzo que falta<br />
para hacer la división.<br />
-Eso déjalo para después. Note preocupen los lienzos. No habrá lienzos. La tierra no<br />
tiene divisiones. Piénsalo, Fulgor, aunque no se lo des a entender. Arregla por de pronto<br />
lo de la Lola. ¿No quieres sentarte?<br />
-Me sentaré, don Pedro. Palabra que me está gustando tratar con usted.<br />
-Le dirás a la Lola esto y lo otro y que la quiero. Eso es importante. De cierto, Sedano,<br />
la quiero. Por sus ojos, ¿sabes? Eso harás mañana tempranito. Te reduzco tu tarea de<br />
administrador. Olvídate de la Media Luna.<br />
«¿De dónde diablos habrá sacado esas mañas el muchacho? -pensó Fulgor Sedano<br />
mientras regresaba a la Media Luna-. Yo no esperaba de él nada. "Es un inútil", decía de<br />
él mi difunto patrón don Lucas. "Un flojo de marca." Yo le daba la razón. "Cuando me<br />
muera váyase buscando otro trabajo, Fulgor." "Sí, don Lucas." "Con decirle, Fulgor, que<br />
he intentado mandarlo al seminario para ver si al menos eso le da para comer y mantener<br />
a su madre cuando yo les falte; pero ni a eso se decide." "Usted no se merece eso, don<br />
Lucas." "No se cuenta con él para nada, ni para que me sirva de bordón servirá cuando yo<br />
esté viejo. Se me malogró, qué quiere usted, Fulgor." "Es una verdadera lástima, don<br />
Lucas."»<br />
Y ahora esto. De no haber sido porque estaba tan encariñado con la Media Luna, ni lo<br />
hubiera venido a ver. Se habría largado sin avisarle. Pero le tenía aprecio a aquella tierra;<br />
a esas lomas pelonas tan trabajadas y que todavía seguían aguantando el surco, dando<br />
cada vez más de sí... La querida Media Luna... Y sus agregados: «Vente para acá, tierrita<br />
de Enmedio». La veía venir. Como que aquí estaba ya. Lo que significa una mujer después<br />
de todo. «¡Vaya que sí!», dijo. Y chicoteó sus piernas al trasponer la puerta grande de la<br />
hacienda.<br />
Fue muy fácil encampanarse a la Dolores. Si hasta le relumbraron los ojos y se le<br />
descompuso la cara.<br />
-Perdóneme que me ponga colorada, don Fulgor. No creí que don Pedro se fijara en mí.<br />
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