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Pedro Páramo<br />
Juan Rulfo<br />
-¿Me vas a dejar sola a la noche?<br />
-Puede que sí.<br />
-No podré soportarlo. Necesito tenerte conmigo. Es la única hora que me siento<br />
tranquila. La hora de la noche.<br />
-Esta noche iré por el becerro.<br />
-Acabo de saber -intervine yo- que son ustedes hermanos.<br />
-¿Lo acaba de saber? Yo lo sé mucho antes que usted. Así que mejor no intervenga. No<br />
nos gusta que se hable de nosotros.<br />
-Yo lo decía en un plan de entendimiento. No por otra cosa.<br />
-¿Qué entiende usted?<br />
-Nada -dije-. Cada vez entiendo menos -y añadí-: Quisiera volver al lugar de donde<br />
vine. Aprovecharé la poca luz que queda del día.<br />
-Es mejor que espere -me dijo él-. Aguarde hasta mañana.<br />
No tarda en oscurecer y todos los caminos están enmarañados de breñas. Puede usted<br />
perderse. Mañana yo lo encaminaré.<br />
-Está bien.<br />
Por el techo abierto al cielo vi pasar parvadas de tordos, esos pájaros que vuelan al<br />
atardecer antes que la oscuridad les cierre los caminos. Luego, unas cuantas nubes ya<br />
desmenuzadas por el viento que viene a llevarse el día.<br />
Después salió la estrella de la tarde, y más tarde la luna.<br />
El hombre y la mujer no estaban conmigo. Salieron por la puerta que daba al patio y<br />
cuando regresaron ya era de noche. Así que ellos no supieron lo que había sucedido<br />
mientras andaban afuera.<br />
Y esto fue lo que sucedió:<br />
Viniendo de la calle, entró una mujer en el cuarto. Era vieja de muchos años, y flaca<br />
como si le hubieran achicado el cuero. Entró y paseó sus ojos redondos por el cuarto. Tal<br />
vez hasta me vio. Tal vez creyó que yo dormía. Se fue derecho a donde estaba la cama y<br />
sacó de debajo de ella una petaca. La esculcó. Puso unas sábanas debajo de su brazo y se<br />
fue andando de puntitas como para no despertarme.<br />
Yo me quedé tieso, aguantando la respiración, buscando mirar hacia otra parte. Hasta<br />
que al fin logré torcer la cabeza y ver hacia allá, donde la estrella de la tarde se había<br />
juntado con la luna.<br />
-¡Tome esto! -oí.<br />
No me atrevía a volver la cabeza.<br />
-¡Tómelo! Le hará bien. Es agua de azahar. Sé que está asustado porque tiembla. Con<br />
esto se le bajará el miedo.<br />
Reconocí aquellas manos y al alzar los ojos reconocí la cara. El hombre, que estaba<br />
detrás de ella, preguntó:<br />
-¿Se siente usted enfermo?<br />
-No sé. Veo cosas y gente donde quizás ustedes no vean nada. Acaba de estar aquí una<br />
señora. Ustedes tuvieron que verla salir.<br />
-Vente -le dijo él a la mujer-. Déjalo solo. Debe ser un místico.<br />
-Debemos acostarlo en la cama. Mira cómo tiembla, de seguro tiene fiebre.<br />
-No le hagas caso. Estos sujetos se ponen en ese estado para llamar la atención.<br />
Conocí a uno en la Media Luna que se decía adivino. Lo que nunca adivinó fue que se iba<br />
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