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RULFO+JUAN.+Pedro+Paramo

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Pedro Páramo<br />

Juan Rulfo<br />

lo que tienen. ¿O acaso creen que tú eres su pilmama y que estás para cuidarles sus<br />

intereses? No, Damasio. Hazles ver que no andas jugando ni divirtiéndote. Dales un<br />

pegue y ya verás como sales con centavos de este mitote.<br />

-Lo que sea, patrón. De usted siempre saco algo de provecho.<br />

-Pues que te aproveche.<br />

Pedro Páramo miró cómo los hombres se iban. Sintió desfilar frente a él el trote de<br />

caballos oscuros, confundidos con la noche. El sudor y el polvo; el temblor de la tierra.<br />

Cuando vio los cocuyos cruzando otra vez sus luces, se dio cuenta de que todos los<br />

hombres se habían ido. Quedaba él, solo, como un tronco duro comenzando a desgajarse<br />

por dentro.<br />

Pensó en Susana San Juan. Pensó en la muchachita con la que acababa de dormir<br />

apenas un rato. Aquel pequeño cuerpo azorado y tembloroso que parecía iba a echar<br />

fuera su corazón por la boca. «Puñadito de carne», le dijo. Y se había abrazado a ella<br />

tratando de convertirla en la carne de Susana San Juan. «Una mujer que no era de este<br />

mundo.»<br />

En el comienzo del amanecer, el día va dándose vuelta, a pausas; casi se oyen los<br />

goznes de la tierra que giran enmohecidos; la vibración de esta tierra vieja que vuelca su<br />

oscuridad.<br />

-¿Verdad que la noche está llena de pecados, Justina?<br />

-Sí, Susana.<br />

-¿Y es verdad?<br />

-Debe serlo, Susana.<br />

-¿Y qué crees que es la vida, Justina, sino un pecado? ¿No oyes? ¿No oyes cómo<br />

rechina la tierra?<br />

-No, Susana, no alcanzo a oír nada. Mi suerte no es tan grande como la tuya.<br />

-Te asombrarías. Te digo que te asombrarías de oír lo que yo oigo. Justina siguió<br />

poniendo orden en el cuarto. Repasó una y otra vez la jerga sobre los tablones húmedos<br />

del piso. Limpió el agua del florero roto. Recogió las flores. Puso los vidrios en el balde<br />

lleno de agua.<br />

-¿Cuántos pájaros has matado en tu vida, Justina?<br />

-Muchos, Susana.<br />

-¿Y no has sentido tristeza?<br />

-Sí, Susana.<br />

-Entonces ¿qué esperas para morirte?<br />

-La muerte, Susana.<br />

-Si es nada más eso, ya vendrá. No te preocupes.<br />

Susana San Juan estaba incorporada sobre sus almohadas. Los ojos inquietos,<br />

mirando hacia todos lados. Las manos sobre el vientre, prendidas a su vientre como una<br />

concha protectora. Había ligeros zumbidos que cruzaban como alas por encima de su<br />

cabeza. Y el ruido de las poleas en la noria. El rumor que hace la gente al despertar.<br />

-¿Tú crees en el infierno, Justina?<br />

-Sí, Susana. Y también en el cielo.<br />

-Yo sólo creo en el infierno -dijo. Y cerró los ojos.<br />

Cuando salió Justina del cuarto, Susana San Juan estaba nuevamente dormida y<br />

afuera chisporroteaba el sol. Se encontró con Pedro Páramo en el camino.<br />

-¿Cómo está la señora?<br />

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