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Pedro Páramo<br />
Juan Rulfo<br />
-Mal -le dijo agachando la cabeza.<br />
-¿Se queja?<br />
-No, señor, no se queja de nada; pero dicen que los muertos ya no se quejan. La señora<br />
está perdida para todos.<br />
-¿No ha venido el padre Rentería a verla?<br />
-Anoche vino y la confesó. Hoy debía de haber comulgado, pero no debe estar en gracia<br />
porque el padre Rentería no le ha traído la comunión. Dijo que lo haría a hora temprana,<br />
y ya ve usted, el sol ya está aquí y no ha venido. No debe estar en gracia.<br />
-¿En gracia de quién?<br />
-De Dios, señor.<br />
-No seas tonta, Justina.<br />
-Como usted lo diga, señor.<br />
Pedro Páramo abrió la puerta y se estuvo junto a ella, dejando que un rayo de luz<br />
cayera sobre Susana San Juan. Vio sus ojos apretados como cuando se siente un dolor<br />
interno; la boca humedecida, entreabierta, y las sábanas siendo recorridas por manos<br />
inconscientes hasta mostrar la desnudez de su cuerpo que comenzó a retorcerse en<br />
convulsiones.<br />
Recorrió el pequeño espacio que lo separaba de la cama y cubrió el cuerpo desnudo,<br />
que siguió debatiéndose como un gusano en espasmos cada vez más violentos. Se acercó<br />
a su oído y le habló: «¡Susana!» . Y volvió a repetir: «¡Susana!».<br />
Se abrió la puerta y entró el padre Rentería en silencio moviendo brevemente los labios:<br />
-Te voy a dar la comunión, hija mía.<br />
Esperó a que Pedro Páramo la levantara recostándola contra el respaldo de la cama.<br />
Susana San Juan, semidormida, estiró la lengua y se tragó la hostia. Después dijo:<br />
«Hemos pasado un rato muy feliz, Florencio». Y se volvió a hundir entre la sepultura de<br />
sus sábanas.<br />
_¿Ve usted aquella ventana, doña Fausta, allá en la Media Luna, donde siempre ha<br />
estado prendida la luz?<br />
-No, Ángeles. No veo ninguna ventana.<br />
-Es que ahorita se ha quedado a oscuras. ¿No estará pasando algo malo en la Media<br />
Luna? Hace más de tres años que está aluzada esa ventana, noche tras noche. Dicen los<br />
que han estado allí que es el cuarto donde habita la mujer de Pedro Páramo, una<br />
pobrecita loca que le tiene miedo a la oscuridad. Y mire: ahora mismo se ha apagado la<br />
luz. ¿No será un mal suceso?<br />
-Tal vez haya muerto. Estaba muy enferma. Dicen que ya no conocía a la gente, y<br />
dizque hablaba sola. Buen castigo ha de haber soportado Pedro Páramo casándose con<br />
esa mujer.<br />
-Pobre del señor don Pedro.<br />
-No, Fausta. Él se lo merece. Eso y más.<br />
-Mire, la ventana sigue a oscuras.<br />
-Ya deje tranquila esa ventana y vámonos a dormir, que es muy noche para que este<br />
par de viejas andemos sueltas por la calle.<br />
Y las dos mujeres, que salían de la iglesia muy cerca de las once de la noche, se<br />
perdieron bajo los arcos del portal, mirando cómo la sombra de un hombre cruzaba la<br />
plaza en dirección de la Media Luna.<br />
-Oiga, doña Fausta, ¿no se le figura que el señor que va allí es el doctor Valencia?<br />
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