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Pedro Páramo<br />
Juan Rulfo<br />
-Sí. Yo también te perdono en nombre de él. Puedes irte.<br />
-¿No me deja ninguna penitencia?<br />
-No la necesitas, Dorotea.<br />
-Gracias, padre.<br />
-Ve con Dios.<br />
Tocó con los nudillos la ventanilla del confesionario para llamar a otra de aquellas<br />
mujeres. Y mientras oía el Yo pecador su cabeza se dobló como si no pudiera sostenerse<br />
en alto. Luego vino aquel mareo, aquella confusión, el irse diluyendo como en agua<br />
espesa, y el girar de luces; la luz entera del día que se desbarataba haciéndose añicos; y<br />
ese sabor a sangre en la lengua. El Yo pecador se oía más fuerte, repetido, y después<br />
terminaban: «por los siglos de los siglos, amén», «por los siglos de los siglos, amén», «por<br />
los siglos...».<br />
-Ya calla -dijo-. ¿Cuánto hace que no te confiesas?<br />
-Dos días, padre.<br />
Allí estaba otra vez. Como si lo rodeara la desventura. «¿Qué haces aquí? -pensó-.<br />
Descansa. Vete a descansar. Estás muy cansado.»<br />
Se levantó del confesionario y se fue derecho a la sacristía. Sin volver la cabeza dijo a<br />
aquella gente que lo estaba esperando:<br />
-Todos los que se sientan sin pecado, pueden comulgar mañana. Detrás de él, sólo se<br />
oyó un murmullo.<br />
Estoy acostada en la misma cama donde murió mi madre hace ya muchos años; sobre<br />
el mismo colchón; bajo la misma cobija de lana negra con la cual nos envolvíamos las dos<br />
para dormir. Entonces yo dormía a su lado, en un lugarcito que ella me hacía debajo de<br />
sus brazos.<br />
Creo sentir todavía el golpe pausado de su respiración; las palpitaciones y suspiros con<br />
que ella arrullaba mi sueño... Creo sentir la pena de su muerte...<br />
Pero esto es falso.<br />
Estoy aquí, boca arriba, pensando en aquel tiempo para olvidar mi soledad. Porque no<br />
estoy acostada sólo por un rato. Y ni en la cama de mi madre, sino dentro de un cajón<br />
negro como el que se usa para enterrar a los muertos. Porque estoy muerta.<br />
Siento el lugar en que estoy y pienso...<br />
Pienso cuando maduraban los limones. En el viento de febrero que rompía los tallos de<br />
los helechos, antes que el abandono los secara; los limones maduros que llenaban con su<br />
olor el viejo patio.<br />
El viento bajaba de las montañas en las mañanas de febrero. Y las nubes se quedaban<br />
allá arriba en espera de que el tiempo bueno las hiciera bajar al valle; mientras tanto<br />
dejaban vacío el cielo azul, dejaban que la luz cayera en el juego del viento haciendo<br />
círculos sobre la tierra, removiendo el polvo y batiendo las ramas de los naranjos.<br />
Y los gorriones reían; picoteaban las hojas que el aire hacía caer, y reían; dejaban sus<br />
plumas entre las espinas de las ramas y perseguían a las mariposas y reían. Era esa<br />
época.<br />
En febrero, cuando las mañanas estaban llenas de viento, de gorriones y de luz azul.<br />
Me acuerdo. Mi madre murió entonces.<br />
Que yo debía haber gritado; que mis manos tenían que haberse hecho pedazos<br />
estrujando su desesperación. Así hubieras tú querido que fuera. Pero ¿acaso no era alegre<br />
aquella mañana? Por la puerta abierta entraba el aire, quebrando las guías de la yedra.<br />
En mis piernas comenzaba a crecer el vello entre las venas, y mis manos temblaban tibias<br />
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