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Pedro Páramo<br />
Juan Rulfo<br />
»Entonces yo ni me momoví. Esperé que fuera de nonoche y aquí estoy para anunciarle<br />
lo que papasó.<br />
-¿Y qué esperas? ¿Por qué no te mueves? Anda y diles a ésos que aquí estoy para lo<br />
que se les ofrezca. Que vengan a tratar conmigo. Pero antes date un rodeo por La<br />
Consagración. ¿Conoces al Tilcuate? Allí estará. Dile que necesito verlo. Y a esos fulanos<br />
avísales que los espero en cuanto tengan un tiempo disponible. ¿Qué jaiz de<br />
revolucionarios son?<br />
-No lo sé. Ellos ansí se nonombran.<br />
-Dile al Tilcuate que lo necesito más que de prisa.<br />
-Así lo haré, papatrón.<br />
Pedro Páramo volvió a encerrarse en su despacho. Se sentía viejo y abrumado. No le<br />
preocupaba Fulgor, que al fin y al cabo ya estaba «más para la otra que para ésta». Había<br />
dado de sí todo lo que tenía que dar; aunque fue muy servicial, lo que sea de cada quien.<br />
«De todos modos, los "tilcuatazos" que se van a llevar esos locos», pensó.<br />
Pensaba más en Susana San Juan, metida siempre en su cuarto, durmiendo, y cuando<br />
no, como si durmiera. La noche anterior se la había pasado en pie, recostado en la pared,<br />
observando a través de la pálida luz de la veladora el cuerpo en movimiento de Susana; la<br />
cara sudorosa, las manos agitando las sábanas, estrujando la almohada hasta el<br />
desmorecimiento.<br />
Desde que la había traído a vivir aquí no sabía de otras noches pasadas a su lado, sino<br />
de estas noches doloridas, de interminable inquietud. Y se preguntaba hasta cuándo<br />
terminaría aquello.<br />
Esperaba que alguna vez. Nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por<br />
intenso que sea que no se apague.<br />
Si al menos hubiera sabido qué era aquello que la maltrataba por dentro, que la hacía<br />
revolcarse en el desvelo, como si la despedazaran hasta inutilizarla.<br />
Él creía conocerla. "Y aun cuando no hubiera sido así, ¿acaso no era suficiente saber<br />
que era la criatura más querida por él sobre la tierra? Y que además, y esto era lo más<br />
importante, le serviría para irse de la vida alumbrándose con aquella imagen que borraría<br />
todos los demás recuerdos.<br />
¿Pero cuál era el mundo de Susana San Juan? Ésa fue una de las cosas que Pedro<br />
Páramo nunca llegó a saber.<br />
«Mi cuerpo se sentía a gusto sobre el calor de la arena. Tenía los ojos cerrados, los<br />
brazos abiertos, desdobladas las piernas a la brisa del mar. Y el mar allí enfrente, lejano,<br />
dejando apenas restos de espuma en mis pies al subir de su marea...»<br />
Ahora sí es ella la que habla, Juan Preciado. No se te olvide decirme lo que dice.<br />
«... Era temprano. El mar corría y bajaba en olas. Se desprendía de su espuma y se iba,<br />
limpio, con su agua verde, en ondas calladas.<br />
»-En el mar sólo me sé bañar desnuda -le dije. Y él me siguió el primer día, desnudo<br />
también, fosforescente al salir del mar. No había gaviotas; sólo esos pájaros que les dicen<br />
«picos feos», que gruñen como si roncaran y que después de que sale el sol desaparecen.<br />
Él me siguió el primer día y se sintió solo, a pesar de estar yo allí.<br />
»-Es como si fueras un «pico feo», uno más entre todos -me dijo-. Me gustas más en las<br />
noches, cuando estamos los dos en la misma almohada, bajo las sábanas, en la<br />
oscuridad.<br />
»Y se fue.<br />
»Volví yo. Volvería siempre. El mar moja mis tobillos y se va; moja mis rodillas, mis<br />
muslos: rodea mi cintura con su brazo suave, da vuelta sobre mis senos; se abraza de mi<br />
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