Revista Sala de Espera Venezuela Nro. 155 Junio 2017

presente y futuro
Enredo digital
En el contexto actual, el uso excesivo de las redes y los sistemas de mensajería
puede producir adicción y ansiedad. Un psicólogo explica cómo manejarlos
Por Magaly Rodríguez
Conectarse continuamente
al flujo
de información de
las redes sociales se
ha vuelto una costumbre
masiva. Es
la oportunidad de enterarse de qué pasa en
el mundo, de ponerse al día con los otros
y de compartir la cotidianidad. Como
siempre proponen algo nuevo y estimulante.
Mucho se ha escrito sobre su capacidad
para generar adicción.
Unos las usan como una palestra de
catarsis. También es cierto que algunos
las aprovechan para mostrar la imagen
propia que desean que los otros vean y
que pocos muestran sus ángulos desfavorables.
El psicólogo y motivador Carlos
Valero (@carlosvalero84) recomienda
que en lugar de dejarse intimidar
por estas impresiones de perfección, esa
inquietud se convierta en una oportunidad
de introspección y reflexión.
“Con redes o sin ellas, es recomendable
que de vez en cuando, cuando abramos
los ojos en las mañanas, nos preguntemos:
¿soy feliz? Si la respuesta es
negativa o sentimos que nos falta algo
importante, es un buen momento para
evaluar qué podemos hacer para actuar
en esa dirección: no para competir o
para equipararnos con lo que tienen los
demás, sino en función de lo que consideremos
necesario para sentirnos bien
con nosotros mismos”.
El yugo del Whatsapp
Es sabido que los grupos que se crean
en esta aplicación permiten agilizar la
comunicación en gran medida sobre temas
de interés común. El problema tiende a
aparecer cuando uno o varios de los miembros
desvían la conversación hacia mensajes
con los que no todos pueden sentirse
cómodos o cuando se manejan situaciones
en un tono inapropiado. Valero indica
que es válido fijar reglas sobre los códigos
y el tema central del grupo, y si alguien las
infringe, cabe recordárselo.
“Uno puede expresarse con respeto
para rescatar ese acuerdo, y si esas reglas
repetidamente no se cumplen o sentimos
malestar, podemos salirnos del grupo con
total libertad. Hay gente que no lo hace por
temor a no enterarse después de las novedades
que se expongan en ese grupo –sea
el condominio del edificio, el salón de los
hijos, etc.– o por diplomacia para no causar
incomodidad, ¿pero por qué tienes que
quedarte?”, pregunta el experto.
“Nadie te obliga, uno no tiene que
estar donde no quiere estar. Es como
permanecer con una pareja que te maltrata:
no te hace bien y punto. Si te quieres
enterar de lo que pase o necesitan tu
participación para algo, puedes pedirle
a alguien del grupo que te avise –o preguntar
tú después– y listo”, opina. “No
hay por qué sentir culpa ni preocuparse
por las murmuraciones de los demás.
Lo que ellos opinen no determina lo que
somos y de todos modos nunca vamos a
poder complacer a todo el mundo”.
Ansiedad a raya
Parte de un manejo efectivo de estas
vitrinas digitales consiste en identificar
cuáles de ellas generan ansiedad. Por eso
una recomendación esencial es depurar
la cantidad de personas a las que se sigue
y aprender a detectar qué tipo de mensajes
puntuales evadir –videos violentos,
audios con rumores, cuentas específicas–
para no mortificarse más de lo necesario.
Valero señala que, si bien las redes son
fuente clave de información en el contexto
actual, saber dosificarlas es igualmente
importante, pues su uso excesivo
puede acarrear problemas significativos
en la dinámica familiar, laboral y social.
“Sobre todo en esta atmósfera tensa,
ante tantas noticias inquietantes, es muy
fácil cargarse de ansiedad. El reto es identificar
esa ansiedad a tiempo: si notamos que
lo que vemos en las redes nos genera taquicardia,
angustia, dolor de cabeza, problemas
estomacales o insomnio, necesitamos
moderar esa exposición y nunca descuidar
la atención que requieren asuntos más
importantes, como nuestra pareja o nuestros
hijos”, concluye.
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