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Tema de tapa<br />

seis<br />

EL DISCURSO<br />

AMOROSO<br />

Este último mes tuve la suerte de<br />

acceder al maravilloso material de los<br />

archivos personales de varios políticos<br />

brasileños. Maravilloso, al menos, para<br />

aquellos que disfrutamos de los papeles<br />

viejos con manchas y polvo, donde se<br />

lee la historia cuando todavía es presente.<br />

Y aunque estaba bastante lejos del<br />

objetivo de mi investigación, pasé parte<br />

de mi tiempo leyendo aquellas cartas<br />

donde dejaban de ser políticos por un<br />

rato y hablaban de un desafortunado<br />

encuentro con las olas de Copacabana<br />

o de la goiabada casera con gustito a<br />

patria que mandaba en encomienda<br />

una vieja amiga bahiana. Sin ánimos de<br />

excusarme por mi poco eficiente uso<br />

del tiempo, las cartas donde las figuras<br />

políticas se corren de su rol pueden<br />

ayudarnos a entenderlos también como<br />

políticas o políticos. Quizás, la goiabada<br />

(o la bahiana) expliquen la vuelta a Brasil<br />

de un embajador o un desafortunado<br />

encuentro con el mar, un giro hacia<br />

políticas menos arriesgadas.<br />

Tal vez sea por eso, y no de “chusmas”<br />

que somos nomás (aunque sí, lo somos),<br />

que las cartas de amor de los políticos<br />

nos despiertan tanto pero tanto interés.<br />

Si, como desarrolla en sus estudios Max<br />

POR Emilia Simison*<br />

Harris, profesor del All Souls College<br />

de Oxford, la política es inevitablemente<br />

emocional y las ideas políticas implican<br />

siempre sentimientos, ¿qué mejor que<br />

sus palabras de amor para conocer a los<br />

políticos? Pensemos, por ejemplo, en qué<br />

nos dicen de Napoleón Bonaparte sus<br />

cartas a Josefina. Textos donde vemos<br />

frases como: “me despierto todo lleno de<br />

ti. Tu imagen y el placer intoxicante de<br />

anoche, no le permiten descanso a mis<br />

sentidos. Dulce e inigualable Josefina,<br />

qué extraño cómo obras en mi corazón”<br />

o “hasta entonces, miles de besos, mio<br />

dolce amor! Pero no me des ninguno de<br />

vuelta porque incendian mi sangre”, que<br />

viran con los años hacia duras acusaciones<br />

y reproches. Asimismo podemos<br />

atisbar algo de su carácter en sus cartas<br />

desde el frente donde le escribía frases<br />

como: “lejos de ti no hay alegría; lejos<br />

de ti, el mundo es un desierto donde<br />

estoy solo y no puedo abrir mi corazón<br />

(…) ¡Oh, mi esposa adorable! No sé qué<br />

me depara el destino, pero si me sigue<br />

manteniendo separado de ti, ¡será insoportable!<br />

Mi coraje no es suficiente para<br />

eso”. También la zarina Alejandra le<br />

escribía al zar Nicolás II: “de nuevo<br />

te vas solo y es con un gran peso en el<br />

corazón que me separo de ti. Ya no más<br />

besos y tiernas caricias tuyas por tanto<br />

tiempo (…) Eres mi vida misma, corazón,<br />

y cada separación me produce un<br />

infinito dolor… Adiós mi ángel, esposo<br />

de mi corazón, envidio a las flores que te<br />

acompañarán. Te sujeto con fuerza a mi<br />

pecho, beso cada dulce lugar con tierno<br />

amor…”. ¿Qué cosas podrían haber sido<br />

distintas, si no hubiesen extrañado o sido<br />

extrañados tanto?<br />

También podríamos pensar qué<br />

hubiese cambiado si la famosa Rosa<br />

Luxemburgo no hubiese extrañado<br />

tanto a su amante y luego esposo.<br />

Tanto, que escribía: “no puedo trabajar.<br />

Mi pensamiento se vuelve hacia ti<br />

constantemente. Es necesario que te<br />

escriba unas líneas. Querido mío, mi<br />

amado, en este momento no estás aquí,<br />

cerca de mí, pero toda mi alma está<br />

llena de ti, te abraza”. Y estas líneas de<br />

Rosa también nos muestran otra parte<br />

de ella, una menos conocida, una mujer<br />

con otras pasiones, además de su causa<br />

revolucionaria.<br />

Otra cara de un político más que famoso<br />

nos muestra la correspondencia entre<br />

Winston Churchill y su esposa Clementine.<br />

Hay cartas de juventud en<br />

que dice amarla con pasión, escritas en<br />

francés porque le da menos vergüenza,<br />

que nos ponen a pensar que, al fin y al<br />

cabo, hasta los mejores oradores pueden<br />

ponerse colorados. Otro intercambio<br />

bellísimo es aquel en que, luego de<br />

varios años de casados, Clementine le<br />

escribe: “Oh, querido, estoy pensando<br />

mucho en cómo enriqueciste mi vida.<br />

Te he amado mucho, pero desearía<br />

haber sido una esposa más entretenida<br />

para ti. Qué bello sería ser jóvenes de<br />

nuevo”, a lo que Churchill le responde:<br />

“En tu carta desde Madrás escribes unas<br />

líneas muy queridas para mí, sobre mí,<br />

habiendo enriquecido tu vida. No puedo<br />

decirte cuánto placer me dio, porque<br />

siempre me sentí tan abrumadoramente<br />

en deuda contigo, si es que puede<br />

haber cuentas de amor… Lo que ha<br />

sido para mí vivir todos estos años en tu<br />

corazón y compañerismo ninguna frase<br />

puede transmitirlo (…). El tiempo pasa<br />

rápido, pero ¿no es una alegría ver qué<br />

tan grande y en expansión es el tesoro<br />

que hemos conseguido juntos, pese a<br />

las tormentas y tensiones de tantos años<br />

agitados y, por momentos, trágicos y<br />

terribles?”. Al final, un romántico, ¿no?<br />

Es interesante, también, cómo algunas<br />

cartas nos sorprenden, como las<br />

de Rosa y Winston o aquella en que<br />

George Bush padre, además de firmar<br />

como “Poppy”, le dice a su futura<br />

esposa y entonces prometida Bárbara:<br />

“Te amo, preciosa, con todo mi corazón<br />

y saber que me amas significa mi vida.<br />

Qué seguido pensé en la felicidad inconmensurable<br />

que será nuestra algún<br />

día (…). Buenas noches, mi hermosa.<br />

Cada vez que te llamo hermosa estás a<br />

punto de matarme, pero tendrás que<br />

aceptarlo”. Otro romántico al final.<br />

Otras cartas, sin embargo, no nos sorprenden<br />

tanto. Si les digo, por ejemplo,<br />

que un famoso político de la época de<br />

Churchill firmaba sus cartas a su amante<br />

como “tu amigo y amante salvaje”,<br />

estoy segura que varios adivinarían que<br />

era Benito Mussolini. También, las<br />

palabras del entonces príncipe heredero<br />

Eduardo VIII a su amante casada:<br />

“te bendigo con todo mi ser, querida,<br />

amada, preciosa, pequeña Fredie<br />

Wedie, por todo tu amor divino que<br />

es todo lo que pido en este mundo y<br />

en el próximo, sea lo que sea que eso<br />

signifique”, parecen las de alguien lo<br />

suficientemente apasionado como para<br />

abdicar por amor, ¿no es cierto?<br />

Pero no solo en el hemisferio norte tenemos<br />

políticos y políticas enamorados.<br />

María Guadalupe de la Cuenca, le<br />

escribió a su esposo Mariano Moreno:<br />

“ay, Moreno, de mi corazón: No tengo<br />

vida sin vos, se fue mi alma y este cuerpo<br />

sin alma no puede vivir y si quieres que<br />

viva vente pronto o mándame llevar. No<br />

me consuela otra cosa más que cuando<br />

me acuerdo las promesas que me hiciste<br />

los últimos días, antes de la salida, de<br />

no olvidarte de mí, de tratar de volver<br />

pronto, de quererme siempre, de serme<br />

fiel, porque a la hora que empieces a<br />

querer a alguna inglesa adiós Mariquita”.<br />

La respuesta, lamentablemente, no<br />

existió, ya que Moreno no llegó a leer la<br />

carta. También pone la piel de gallina la<br />

última nota de Ladislao Gutiérrez<br />

a Camila O’ Gorman: “Camila mía:<br />

acabo de saber que mueres conmigo. Ya<br />

que no hemos podido vivir en la tierra,<br />

unidos, nos uniremos en el cielo, ante<br />

Dios. Te abraza, tu Gutiérrez”. Con un<br />

desenlace más favorable para los involucrados,<br />

son también famosas las líneas<br />

que Juan Domingo Perón le escribió<br />

a Evita desde su prisión: “Solo cuando<br />

estamos apartados de quienes amamos,<br />

sabemos cuánto les amamos. Desde que<br />

te dejé ahí, con el mayor dolor que se<br />

pueda imaginar, no he podido sosegar mi<br />

desdichado corazón. Ahora sé cuánto te<br />

amo y que no puedo vivir sin ti. Esta inmensa<br />

soledad está llena de tu presencia.<br />

Que no te pase nada o de lo contrario mi<br />

vida habrá acabado. Cuídate mucho y<br />

no te preocupes por mí, pero quiéreme<br />

mucho, porque necesito tu amor más<br />

que nunca”.<br />

Pero el podio, si, como escribía Churchill,<br />

puede haber cuentas de amor y<br />

de pasión, se lo lleva la extensa correspondencia<br />

entre los patriotas latinoa-<br />

mericanos Manuela Sáez y Simón<br />

Bolívar, publicada en forma de libro<br />

hace algunos años. Ella, por ejemplo, le<br />

escribía: “Señor mío, mi amor: No me<br />

basta decir te quiero; por eso lo escribo,<br />

por la necesidad y el apremio de mi<br />

pecho. Quiero grabarlo en las nubes,<br />

en el cielo de mi Quito, quiero; en el<br />

Pichincha es mi anhelo y en su Colombia<br />

como una antorcha, inundada de<br />

luz por nuestro amor y por la gloria.<br />

Lléveme con usted al mismo abismo,<br />

donde grito y ruego que lo quiero.<br />

Deje usted allí crecer mis besos y esos<br />

besos suyos bajo el sol de la esperanza<br />

y en silencio, como crecen las flores en<br />

esa tierra suya donde vieron nacer su<br />

hombría y sus desvelos”. También, le<br />

pedía que regresara a ella con líneas<br />

como: “conozca usted a una verdadera<br />

mujer, leal y sin reservas” o “…aquí hay<br />

todo lo que usted soñó y me dijo sobre<br />

el encuentro de Romeo y Julieta… y<br />

exuberancias de mí misma”. Líneas que<br />

surtieron el efecto deseado, sin dudas,<br />

con una respuesta que vale la pena citar<br />

in extenso: “Manuela bella, Manuela<br />

mía, hoy mismo dejo todo y voy, cual<br />

centella que traspasa el universo, a<br />

encontrarme con la más dulce y tierna<br />

mujercita que colma mis pasiones con<br />

el ansia infinita de gozarte aquí y ahora,<br />

sin que importen las distancias (…) Tú<br />

me nombras y me tienes al instante.<br />

Pues sepa usted, mi amiga, que estoy<br />

en este momento cantando la música y<br />

tarareando el sonido que tú escuchas.<br />

Pienso en tus ojos, tu cabello, en el aroma<br />

de tu cuerpo y la tersura de tu piel y<br />

empaco inmediatamente, como Marco<br />

Antonio fue hacia Cleopatra. Veo tu<br />

etérea figura ante mis ojos y escucho el<br />

murmullo que quiere escaparse de tu<br />

boca, desesperadamente, para salir a mi<br />

encuentro. Espérame, y hazlo ataviada<br />

con ese velo azul y transparente, igual<br />

que la ninfa que cautiva al argonauta”.<br />

Si la política es pasión, entonces, parece<br />

que con ellos América Latina se sacó<br />

la grande, ¿o no?<br />

*Magister en Ciencia Política (UBA-UTDT), PhD Student (MIT).<br />

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