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Aguirre-Sergio-La-Venganza-De-La-Vaca

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Cuando ya no lo podía soportar más, le dije a Clara que quería conocer la casa. Necesitaba salir de<br />

ese<br />

lugar. Inmediatamente se levantó y me dijo “Vení, te voy a mostrar el tambo”.<br />

Salimos de la casa y comenzamos a caminar hacia un costado, donde estaba el tambo. Temía que<br />

me preguntara por qué no había ido a la pileta, porque estaba seguro que no había creído la<br />

excusa que le di en mi casa. Sin embargo no dijo nada.<br />

Cuando entramos al tambo, el olor a guano, el excremento de las vacas, me golpeó. Muchas veces<br />

había estado en el campo pero nunca ese olor me había resultado tan penetrante como ésa. Clara<br />

comenzó a contarme cómo era el trabajo que hacían sus padres. Mientras caminábamos por los<br />

bretes, veía las vacas, quietas y sumisas, que a su vez me miraban de la misma manera pacífica,<br />

inofensiva, que ... (en ese instante sentí ese aliento caliente en la nuca)... siempre me había mirado<br />

y me estaba mirando Clara cuando quise apartarme de su lado, demasiado tarde. Me había echado<br />

los brazos al cuello y me acercaba su boca, la misma horrible boca de su madre, en la que pude ver,<br />

todavía dando vueltas, la pasta en la que se había convertido el bizcochuelo. Traté de contener un<br />

grito y salí corriendo del establo. Llegué a la moto sin aliento y con el corazón palpitándome.<br />

Arranqué, y mientras me alejaba por el camino de tierra, me pregunté si también había visto, o fue<br />

una alucinación, la lengua. Esa enorme y monstruosa lengua de vaca lo que apareció cuando Clara<br />

abrió su boca para besarme.<br />

Ese día, Susana López, la profesora de inglés, llegó temprano al colegio. <strong>De</strong>cidió aprovechar para<br />

corregir unas pruebas que le habían quedado pendientes del día anterior, para lo cual se dirigió a<br />

la biblioteca, que era el lugar más silencioso en todo el enorme edificio. Una vez más, se<br />

lamentaba de ser<br />

profesora de inglés, porque, pensaba, debía leer los exámenes completos y no como sus colegas de<br />

ciencias que, comparando los resultados, ya podían calificar.<br />

Sin embargo le gustaba el inglés y le gustaba ser profesora en ese colegio. Ella misma había<br />

cursado allí el secundario y tenía hermosos recuerdos de cuando era adolescente, en esas aulas.<br />

Quería ese lugar, donde aprendió que su trabajo en esta vida sería enseñar. Por eso, después de<br />

tener su hijo decidió seguir dando clases, a pesar de las protestas de su marido, que insistió en que<br />

se quedara en la casa.<br />

Y no se había arrepentido. Aunque joven, era muy respetada por sus colegas y, entre todos los<br />

alumnos, una de las profesoras más queridas. Y no la sorprendía que la quisieran tanto. Sabía que<br />

los sentimientos casi siempre se corresponden, y quizás porque le gustaban los adolescentes -ella,<br />

tal vez, era una- apenas conocía a sus alumnos, empezaba a quererlos.

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