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<strong>De</strong>spués de que Manuel tumbó la pesada mesa contra el entablonado de la sala, con un tronar de<br />
madera que pareció estremecer toda la casa, se dirigió al sótano, donde los demás lo esperaban.<br />
Alumbrados apenas con una linterna, estaban parados a lo largo de la escalera que bajaba a la caja<br />
de luz. El ruido seguramente había despertado a Marcela porque, en el silencio de la noche,<br />
escucharon lo que parecían ser pasos, o por lo menos indicios de que su víctima estaba despierta.<br />
Trataron de seguir los sonidos que les llegaban desde arriba e imaginaron sus movimientos:<br />
primero<br />
levantarse, tratar de encender la luz, salir al pasillo, el olor, y la desesperación. Oyeron los primeros<br />
gritos, y el golpe los percató de que había encontrado la cabeza. Encendieron la luz.<br />
Los alaridos no les dejaron dudas de que la había visto. Ahora era el terror. El terror de Marcela,<br />
que era su castigo; el precio que debía pagar por la muerte de Nicolás y el dolor de su amiga. Y el<br />
momento que todos habían esperado.<br />
Duró unos segundos y después escucharon un silencio. Fue un instante, y después el ruido del<br />
cuerpo de Marcela rodando escaleras abajo, golpeando con su peso contra los escalones hasta el<br />
silencio final. En ese momento tuvieron miedo.<br />
El miedo de haber ido demasiado lejos.