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La Bocina Nº 359 - Julio 2018

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JuLio <strong>2018</strong><br />

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Al Maestro<br />

ANTONIO PUJÍA<br />

Con una profunda<br />

tristeza recibí la<br />

noticia. El Sábado<br />

26 de Mayo falleció<br />

el Maestro Escultor<br />

Antonio Pujía. No lo<br />

podía creer, tuve que<br />

hacer varios llamados<br />

para confirmarlo. Me comuniqué con Claudio Serrentino<br />

y me contó que él pudo despedirse el domingo por la<br />

mañana.<br />

Lo había visto el 18 de marzo, Día del Barrio Villa Real.<br />

Venía siempre a mis charlas, le gustaba recordar hechos<br />

del Barrio y conocer otros datos. También leía las notas<br />

en <strong>La</strong> <strong>Bocina</strong> y solía llamarme.<br />

Tuve la suerte de hacerle unos reportajes en el 2010,<br />

que hoy los vuelvo a evocar. Viene muy bien para conocer<br />

a este noble ser humano que fue Antonio Pujía. Me<br />

parece mentira tener que hablar en tiempo pasado.<br />

Nació el 11 de Junio de 1929 en Polia, sobre los<br />

Apeninos Calabreses, Italia. Vino en el año 1937 a la<br />

Argentina. Vivió un tiempo en el barrio de Caballito, en<br />

la calle Campichuelo 560. Luego su familia se afincó en<br />

Versalles, primero en la calle El Ferrocarril 6349 y luego<br />

en Lisboa 769, frente a la Plaza Ciudad de Banff.<br />

Me dijo que lo emocionó mucho el abrazo que le dio su<br />

papá en el puerto. El había venido dos años antes.<br />

Trabajó y juntó un dinero para pagar los pasajes de su<br />

mamá, su hermana. Recordaba que su mamá lo invocaba<br />

a su papá todos los días, en la lejana Italia.<br />

Me contó las dificultades que tuvo cuando fue a la<br />

escuela: “No me entendían por el idioma, extrañaba a<br />

mis compañeros, era introvertido y se reían de mí.<br />

Estaba perturbado, dibujaba en las márgenes del cuaderno<br />

para no gastar hojas… <strong>La</strong> maestra Teresa no sólo no<br />

me retó, me palmeó y le pidió a mi compañera que me<br />

prestara los lápices de colores. Eran una joya para mí,<br />

era la primera vez que veía algo así. Entonces dibujé en<br />

la hoja: era la figura de un diarero. <strong>La</strong> maestra me llevó<br />

a la dirección y a todos los grados para que viera lo que<br />

había hecho. Esto me cambió el humor y empecé a sentir<br />

la escuela como un lugar normal. Teresa fue providencial<br />

para mí, y también me abrió la ventana y la puerta de mi<br />

vida. Fue una manifestación embrionaria y mi primer<br />

éxito en el idioma universal que es el arte. Por eso, años<br />

después, hice una exposición: ‘Homenaje a la Mujer,’ por<br />

medio de mis esculturas, en el Museo Sívori”.<br />

Y cuenta que el Dr. Forlani hizo una excelente interpretación<br />

del dibujo: “en mi pueblo no había diareros, era<br />

un personaje nuevo, y era el canillita el que llevaba la<br />

noticia, el comunicador, era el intermediario de la comunicación,<br />

justamente lo que me faltaba: la expresión verbal.<br />

Pasados los años, yo empezaba a ser conocido, y<br />

volví a la escuela después de 30 años, quise encontrar a<br />

mi maestra, pero no di con ella, y era probable que ya no<br />

viviera”.<br />

Recordaba por qué su familia llega a vivir al barrio de<br />

Versalles: “Vinimos con mi papá y un amigo, tomamos el<br />

colectivo 11, porque se remataban unos lotes próximos a<br />

la Estación, y mi papá compró uno”.<br />

Me contó que la mudanza al barrio la hicieron en un solo<br />

viaje, en un carro con caballo, carecían de muchas cosas<br />

pero “teníamos radio propia”, era a lámpara y válvulas.<br />

“En mi pueblo, el farmacéutico ponía la radio fuerte los

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