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AL borde delacaverna número 15(1)

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en negar tanto en la adolescencia como en la edad cochina: la masturbación o como le

decimos jocosamente aquí: “pelea de cobardes”, porque es una lucha de cinco contra

uno, en la que el uno siempre se vomita encima de los cinco. O manuela, como le dicen

en casi todos los países hispanohablantes.

Su narración me retrotrae a aquellos días de las charlas morbosas en el colegio y del

espejito que nos amarrábamos al zapato para hacerle exploraciones ginecológicas flash

a todas las colegialas que se quitaban los calzones en el baño y se dejaban mirar sin

pudor.

Me contó que sus cinco dedos lo auxiliaron muchas veces en aquellas noches calientes

en las que Manuela no le daba arrimada. Para él, manuela era un alivio fugaz. Manuela

en cambio, era un deseo pertinaz. En manuela encontraba la inmediatez. En Manuela

encontraba la sensatez. A manuela no tenía que cortejarla. A Manuela tenía que

piropearla. Sus noches eran de manuela. Sus días eran para Manuela y por Manuela.

Por culpa de manuela se volvía un hombre animal. Gracias a Manuela posaba de ser

un hombre racional.

Cada día la llevaba de paseo a los lugares escondidos de su pueblo, donde le robó sus

primeros besos y empezó a cuentearla para ganarse su corazón y algo más. Inventó

universos paralelos y le bajó la luna protagonista de todos los amores, cuando en

realidad lo que quería era bajarle los calzones.

Las mujeres siempre lo saben y alargan el juego para mantener el fuego. Descubren

rápidamente la torpeza del hombre que quiere ser romántico mientras “arma toldo” bajo

su pantalón y tose para desviar la atención fuera de su erección. Es la fiebre de la

liebre, el aguacero que moja, pero no refresca, la canción animal que no cantamos, pero

susurramos. Es ese torrente al que le ponés exclusas y terminás deshaciéndote en

excusas.

Me contó que la primera vez que consumó su pasión obsesión tuvo miedo de no poderse

controlar y terminar precozmente y por ende vergonzosamente. Porque hay pocas

palabras tan aterradoras en ese momento como el “¿ya?” que te reduce a la presa del

Kraken que a las mujeres no atraen como imanes, pero sí a los titanes.

Luego su cara se iluminó para contarme que llegó al final de la faena con su reputación

intacta. Manuela empezó a matar a manuela. Cinco azotes digitales fueron

reemplazados por los cinco sentidos de una mujer de carne y hueso que lo empujó a

querer siempre más de eso. Manuela le enseñó que el que persevera, alcanza. Y que el

que promete, mete. Que las aguas alcanzan su punto de ebullición cuando el fuego es

constante y electrizante.

© 2020, Malcolm Peñaranda.

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