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en negar tanto en la adolescencia como en la edad cochina: la masturbación o como le
decimos jocosamente aquí: “pelea de cobardes”, porque es una lucha de cinco contra
uno, en la que el uno siempre se vomita encima de los cinco. O manuela, como le dicen
en casi todos los países hispanohablantes.
Su narración me retrotrae a aquellos días de las charlas morbosas en el colegio y del
espejito que nos amarrábamos al zapato para hacerle exploraciones ginecológicas flash
a todas las colegialas que se quitaban los calzones en el baño y se dejaban mirar sin
pudor.
Me contó que sus cinco dedos lo auxiliaron muchas veces en aquellas noches calientes
en las que Manuela no le daba arrimada. Para él, manuela era un alivio fugaz. Manuela
en cambio, era un deseo pertinaz. En manuela encontraba la inmediatez. En Manuela
encontraba la sensatez. A manuela no tenía que cortejarla. A Manuela tenía que
piropearla. Sus noches eran de manuela. Sus días eran para Manuela y por Manuela.
Por culpa de manuela se volvía un hombre animal. Gracias a Manuela posaba de ser
un hombre racional.
Cada día la llevaba de paseo a los lugares escondidos de su pueblo, donde le robó sus
primeros besos y empezó a cuentearla para ganarse su corazón y algo más. Inventó
universos paralelos y le bajó la luna protagonista de todos los amores, cuando en
realidad lo que quería era bajarle los calzones.
Las mujeres siempre lo saben y alargan el juego para mantener el fuego. Descubren
rápidamente la torpeza del hombre que quiere ser romántico mientras “arma toldo” bajo
su pantalón y tose para desviar la atención fuera de su erección. Es la fiebre de la
liebre, el aguacero que moja, pero no refresca, la canción animal que no cantamos, pero
susurramos. Es ese torrente al que le ponés exclusas y terminás deshaciéndote en
excusas.
Me contó que la primera vez que consumó su pasión obsesión tuvo miedo de no poderse
controlar y terminar precozmente y por ende vergonzosamente. Porque hay pocas
palabras tan aterradoras en ese momento como el “¿ya?” que te reduce a la presa del
Kraken que a las mujeres no atraen como imanes, pero sí a los titanes.
Luego su cara se iluminó para contarme que llegó al final de la faena con su reputación
intacta. Manuela empezó a matar a manuela. Cinco azotes digitales fueron
reemplazados por los cinco sentidos de una mujer de carne y hueso que lo empujó a
querer siempre más de eso. Manuela le enseñó que el que persevera, alcanza. Y que el
que promete, mete. Que las aguas alcanzan su punto de ebullición cuando el fuego es
constante y electrizante.
© 2020, Malcolm Peñaranda.