20 <strong>SOMOS</strong> OCT/DIC 2020
"ESTAD QUIETOS, Y CONOCED YO SOY DIOS" En estos días Dios nos ha quitado a todos la ilusión de control que tanto nos caracteriza. Y con impaciencia todos estamos tratando de recuperarla, aun abrigando las mejores intenciones; entre estas ministrar o ayudar a otros. <strong>No</strong> podemos quedarnos quietos. Parece que ni siquiera para quedarnos quietos podemos dejar de movernos. Nuestro miedo nos empuja a realizar frívolos esfuerzos por tener alguna sensación de control, con lo que intentamos opacar profundas inseguridades. El falso “Yo”, que no es sino la máscara que utilizamos en nuestros fútiles intentos por salvarnos a nosotros mismos, aflora cuando nos abruma el estrés o el peligro. Es decir, cuando nos sentimos amenazados, buscamos ponernos a salvo de la única manera en la que sabemos hacerlo: hablando mucho, moviéndonos mucho, entreteniéndonos o comiendo demasiado, trabajando en exceso, preocupándonos a mansalva, estando excesivamente a la defensiva o criticándolo todo, y proyectando la postura de un sabelotodo. <strong>No</strong> me malentienda; siempre estamos intentando salvarnos a nosotros mismos. La única diferencia es que en las crisis el falso “Yo” está en esteroides o en temporada alta. Y, créanme, no queremos eso. Es triste, pero tendemos a subestimar la intención de Dios al llamarnos a estar quietos durante una crisis. Muchas veces nos resignamos a la crisis como una incomodidad temporera que debemos soportar y no como un medio para un fin realmente valioso, con nuestro “estarnos quietos” teniendo un rol esencial en ello. Toda crisis expone nuestra triste condición: prisa, miedo, esclavitud, inseguridad, infelicidad, soledad y mucho más. <strong>No</strong> aguantamos el silencio, así que abrazamos el ruido. <strong>No</strong> sabemos estar solos, pero eso no quiere decir que sepamos estar juntos. Y por no saber estar solos echamos a perder nuestros pobres intentos de vivir juntos. Es igual con el silencio; debido a que lo evadimos, no sabemos qué, cuándo ni cómo hablar. Aquellos que lideran —en cualquier capacidad— tienden a pensar mucho en términos de “la tarea a la mano” y poco en “la mano en la tarea”; o sea, en la persona que son al liderar. Pero prestar atención a su propio mundo interior tiene que ir primero, tanto para hacer las cosas correctamente como para hacer las cosas correctas, especialmente porque hacer lo correcto muchas veces implicará decepcionar a otros. Aunque nos cueste creerlo, liderar tiene mucho que ver con decepcionar a otros, en particular a otros líderes. En Marcos 1:36-39 Jesús decepciona a una multitud que lo buscaba, porque él sabía bien a qué habían venido. Él nunca lideró por encuestas ni por presión externa alguna, sino a partir de la más profunda intimidad con su Padre. El verso anterior lee así: “De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario” (Marcos 1:35). En Mateo 26:6-11, Jesús decepciona a sus propios discípulos cuando estos regañaban a una mujer por hacer algo que él estimó más bien como muy oportuno y digno de alabar. De hecho, al leer los Evangelios emerge cierto patrón que se hace evidente: Jesús les enseñó mucho decepcionándoles. Hay que estar hecho de cierto material para liderar así y para hacer discípulos así; viendo y haciendo lo que otros no harían, muchas veces cuando menos lo esperan. Les propongo que esto tiene mucho que ver con la intencionalidad de Jesús para estar quieto y a solas en la presencia de Dios. Cuando el Espíritu dirigió a Jesús a su propia cuarentena en el desierto, él de manera voluntaria dejó al mundo OCT/DIC 2020 <strong>SOMOS</strong> 21