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Trobairitz 5 - 2023 AGO

El 19 de agosto se cumplirán 87 años del asesinato de Federico García Lorca. Ese día, perdimos una voz que clamaba libertad desde una palabra privilegiada de belleza, fuerza y es-tilo indispensables no solo para la Literatura sino también para el alma de nuestra cultura. Acallar la voz de un poeta siempre es tan terrible como matar una paloma de una pedrada. Quisieron que dejara de existir, y lo hicieron eterno.

El 19 de agosto se cumplirán 87 años del asesinato de Federico García Lorca. Ese día, perdimos una voz que clamaba libertad desde una palabra privilegiada de belleza, fuerza y es-tilo indispensables no solo para la Literatura sino también para el alma de nuestra cultura. Acallar la voz de un poeta siempre es tan terrible como matar una paloma de una pedrada. Quisieron que dejara de existir, y lo hicieron eterno.

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desastre, pero ya me da igual, ¿a quién quiero

conquistar?

Santi y Martu salen disparados a los juegos

en cuanto ponemos los pies en la plaza. No

hay otros chicos, se ve que los míos fueron los

únicos con ganas de salir, o será que no los he

podido llevar de shopping, como mucha gente

hace cuando los días son horribles como los que

hemos tenido. No quiero pensar en la culpa ni

reprochar al padre, demasiadas discusiones tuve

con él como para seguir sumando más a la lista.

Los oigo pelearse de nuevo, esta vez,

porque uno no puede ir al sube y baja sin el

otro, y sé cuánto Martu adora ese juego.

—Dale, Santi, ¡vení!

—No, eso es de nenas. —Le saca la lengua.

—Te ordeno tu parte de la pieza.

—No.

—Te doy mis figus.

—¿Tenés al capitán América?, ¿a Spiderman?,

¿a Batman?

—Eh… No.

—¿Para qué me ofrecés entonces? —

Santi revolea los ojos y sube al tobogán.

—¡Mamá! —grita Martu—, decile que

juegue conmigo, no hay nadie más a quien

pueda pedirle.

—Santi… —lo llamo—, andá un rato

con tu hermana.

—No quiero —me responde

mientras se tira.

—Santiago —lo nombro—,

haceme el favor de ir con

tu hermana o no comés galletitas.

—Ufa —se queja, y se

deja deslizar por el tobogán y va

hasta donde está su hermana,

refunfuñando.

—Nenita —le dice

cuando se coloca en uno de los

dos lados.

—Bajá, primero me

tengo que subir yo.

—No.

—¿No ves que no llego?

—No me importa.

—¡Santino! ¡Mamá!

—Bebita.

Están colmando mi paciencia, y eso que

suelo tener bastante.

—¡Basta los dos! —grito, y lo saco a Santi

de su lugar.

—¡Mamá! —se queja y patalea.

—¡Santi, cortala! —le ordeno, pero sigue

con su berrinche.

—Nenito —la oigo a Martu.

—Bruja —responde Santi, y le tira de

una de las trenzas.

—Bruto —contesta ella y le hace burlas.

—¡Basta los dos! —grito, y ambos se callan.

Suspiro de alivio y ayudo a cada uno a

subirse al juego. Cuando noto que la paz vuelve

a reinar (Santi se queja, pero sé que le gusta estar

en el sube y baja con Martu), me giro con la

intención de volver al banco donde estaba para

preparar el mate. Pero me quedo de piedra, todos

mis movimientos se vuelven nulos cuando

veo el rostro que me mira fijo.

—¿Tati? —pregunta, y yo no sé si asentir,

salir corriendo o qué, puesto que tener frente

a mí a Sergio, aquel chico de la adolescencia por

el que todas suspirábamos y con quien casi tuve

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