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Antología de Literatura Contemporánea Española. - Ministerio de ...

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Oh, tú que lo sabías<br />

SEFARAD<br />

Desaparecen un día, se pier<strong>de</strong>n y quedan borrados para siempre, como si hubieran muerto, como si<br />

hubieran muerto hace tantos años que ya no perduran en el recuerdo <strong>de</strong> nadie, que no hay signos<br />

tangibles <strong>de</strong> que hayan estado en el mundo. Alguien llega, irrumpe <strong>de</strong> pronto en una vida, ocupa<br />

en ella unas horas, un día, la duración <strong>de</strong> un viaje, se convierte en una presencia asidua, tan<br />

permanente que se da por supuesta y que ya no se recuerda el tiempo anterior a su aparición. Todo<br />

lo que existe, aunque sea durante unas horas, enseguida parece inmutable. En Tánger, en la oficina<br />

oscura <strong>de</strong> una tienda <strong>de</strong> tejidos, o en un restaurante <strong>de</strong> Madrid, o en la cafetería <strong>de</strong> un tren, un<br />

hombre le cuenta a otro fragmentos <strong>de</strong> la novela <strong>de</strong> su vida y las horas <strong>de</strong>l relato y <strong>de</strong> la<br />

conversación parece que contienen más tiempo <strong>de</strong>l que cabe en las horas comunes: alguien habla,<br />

alguien escucha, y para cada uno <strong>de</strong> los dos la cara y la voz <strong>de</strong>l otro cobran la familiaridad <strong>de</strong> lo<br />

que se conoce <strong>de</strong>s<strong>de</strong> siempre. Y sin embargo una hora o un día <strong>de</strong>spués ese alguien ya no está, y<br />

ya no va a estar nunca más, no porque haya muerto, aunque pue<strong>de</strong> que muera y quienes lo<br />

tuvieron tan cerca no lleguen a saberlo, y años enteros <strong>de</strong> presencia calcificados por la costumbre<br />

se disuelven en nada. Durante catorce años, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el 30 <strong>de</strong> julio <strong>de</strong> 1908, Franz Kafka acudió<br />

puntualmente a su oficina en la Sociedad para la Prevención <strong>de</strong> Acci<strong>de</strong>ntes Laborales en Praga, y<br />

<strong>de</strong> pronto un día <strong>de</strong>l verano <strong>de</strong> 1922 salió a la misma hora <strong>de</strong> siempre y ya no volvió más, porque<br />

le habían dado la baja <strong>de</strong>finitiva por enfermedad. Desapareció con el mismo sigilo con que había<br />

ocupado durante tanto tiempo su pulcro escritorio, en uno <strong>de</strong> cuyos cajones guardaría bajo llave<br />

las cartas que le escribía Milena Jesenska, y en el armario que había sido suyo siguió colgado<br />

durante algún tiempo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su <strong>de</strong>saparición un abrigo viejo que Kafka reservaba para los días<br />

<strong>de</strong> lluvia, y al poco tiempo el abrigo <strong>de</strong>sapareció también, y con él el olor peculiar que había<br />

i<strong>de</strong>ntificado su presencia en la oficina durante catorce años. Lo más firme se esfuma, lo peor y lo<br />

mejor, lo más trivial y lo que era necesario y <strong>de</strong>cisivo, los años que alguien pasa trabajando<br />

tristemente en una oficina o remordido <strong>de</strong> indiferencia y lejanía en un matrimonio, el recuerdo <strong>de</strong>l<br />

viaje a una ciudad don<strong>de</strong> se vivió o a la que se prometió volver al final <strong>de</strong> una visita única y<br />

memorable, el amor y el sufrimiento, hasta algunos <strong>de</strong> los mayores infiernos sobre la Tierra<br />

quedan borrados al cabo <strong>de</strong> una o dos generaciones, y llega un día en que no queda ni un solo<br />

testigo vivo que pueda recordar. Decía el señor Salama, en Tánger, que fue a visitar el campo <strong>de</strong><br />

Polonia don<strong>de</strong> las cámaras <strong>de</strong> gas se habían tragado a su madre y a sus dos hermanas, y que sólo<br />

había un gran claro en un bosque y un cartel con un nombre en una estación <strong>de</strong> ferrocarril<br />

abandonada, y que el horror <strong>de</strong>l que no quedaban ya huellas visibles estaba sin embargo contenido<br />

en ese nombre, en ese cartel <strong>de</strong> hierro oxidado que oscilaba sobre un andén más allá <strong>de</strong>l cual no<br />

había nada, sólo la anchura <strong>de</strong>l claro y los pinos gigantes contra un cielo bajo y gris <strong>de</strong>l que<br />

manaba una lluvia silenciosa, <strong>de</strong>sleída en la niebla, que goteaba en el alero <strong>de</strong>l único cobertizo <strong>de</strong><br />

la estación. Tan sólo un gran claro circular en un bosque, que podía ser el resultado <strong>de</strong> un antiguo<br />

trastorno geológico, <strong>de</strong> la caída <strong>de</strong> un meteorito.<br />

74<br />

2001

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