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Nº22 | mayo | 2009 - Mass Cultura

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aprendido a esquivar la frustración que<br />

puede acarrear la profesión de guionista.<br />

Una ávida lectora que, como sus colegas<br />

de gremio, ha tenido que encajar muchas<br />

críticas y rehacer sus historias hasta 6, 7, 8 y 9 veces. Todas las<br />

versiones que hicieran falta hasta obtener el voto de calidad<br />

de quienes sacan adelante una película. Defensa de un proyecto<br />

ante una <strong>mayo</strong>ría que opina sobre todo. Algo parecido a<br />

lo que tendrá que hacer en el Consejo de Ministros.<br />

Le ponemos sobre la mesa el asunto de la piratería, del canon<br />

digital, y del valor y el precio de la cultura. Asume González<br />

Sinde que el anuncio, promovido desde el Ministerio de <strong>Cultura</strong>,<br />

que se proyecta en las salas de cine españolas “no es<br />

útil, ni comunica la idea”. Y va al grano: “La responsabilidad<br />

no puede ser de quien tiene un ordenador en su casa. Los<br />

fabricantes de tecnología , las teleoperadoras, nos han puesto<br />

un grifo en casa de donde sale música y cine, y ahora quieren<br />

que nos lo regulemos... No puede ser”.<br />

Y una segunda explicación, todavía más clara: “Se ha construido<br />

muy rápidamente el habito de la cultura gratuita —dice<br />

la actual Ministra— potenciado por quien saca el beneficio,<br />

que no es quien paga el ADSL, el más caro de Europa por<br />

cierto, ni tan poco quien produce el contenido; la única que<br />

se lleva el dinero es la teleoperadora”.<br />

Si González Sinde responsabiliza a las teleoperadoras de los<br />

daños que ocasiona la piratería, usa el mismo argumento para<br />

sostener que deben ser los fabricantes quienes se hagan cargo<br />

del canon digital. No han de ser los usuarios del iPod quienes<br />

compensen a los autores de las canciones que escuchan<br />

mientras caminan por la calle, sino los fabricantes del aparato.<br />

Un aparato que sólo tiene razón de ser gracias a las descargas<br />

de música. González Sinde aboga por que los fabricantes “detraigan<br />

de sus beneficios el canon digital”, en vez de repercutirlo<br />

en el precio de los aparatos que venden.<br />

Reflexiones<br />

González Sinde ha dedicado tiempo de navegante<br />

para escudriñar las carteleras de todos los cines<br />

de España. Se repiten las mismas películas con<br />

frecuencia. Y se repiten doblemente: la misma<br />

película en todos los sitios y en varias sesiones. No<br />

es un drama; habida cuenta de que desde Cuenca<br />

hasta Moratalaz pasando por Máguez querrían ver<br />

Ben Hur en sus cines. Pero sí lo es cuando sólo se<br />

proyecta lo que más se ha visto en Estados Unidos.<br />

Éxitos de taquilla en el otro lado del Charco, que<br />

se presuponen éxitos de taquilla en España. González<br />

Sinde entiende que el empresario “quiere<br />

asegurarse el éxito”; como toda empresa privada<br />

que quiera sobrevivir, pero critica que por esa circunstancia<br />

el público español esté perdiendo paladar.<br />

Acostumbrado como está, por la oferta de<br />

“Los fabricantes de<br />

tecnología tienen que<br />

detraer de sus beneficios<br />

el canon digital”<br />

la televisión privada (se salva La 2) y de los multicines,<br />

a un modelo de cine muy determinado. Con<br />

gags, ritmos y montajes concretos. “¿Cuántas películas<br />

europeas llegan a Lanzarote”. Respondemos<br />

con mueca de haber mordido un limón podrido:<br />

“Bueno, las que El Almacén pueda conseguir, fundamentalmente”.<br />

González Sinde asiente y hace<br />

una curiosa reflexión sobre la Unión Europa y el<br />

cine de los 60: “El Cine Club de los años 60 ponía<br />

películas de Luis de Funes, Belmondo, Laura Antonelli,<br />

Nino Manfredi… Pregunta ahora a un<br />

niño cuántos actores franceses conoce. Sólo a<br />

Mónica Bellucci, y porque ha salido en James<br />

Bond”. Los mercados de los países europeos están<br />

“muy blindados” y es milagroso o tremendamente<br />

freak que un español pueda o quiera ver el cine<br />

“Las multinacionales han creado una demagogia<br />

que mucha gente se cree: la cultura<br />

tiene que ser gratis. Como si fuéramos<br />

a empezar una gran revolución bolchevique<br />

por la cultura. ¿Por qué no empezamos mejor por la<br />

electricidad que antes era pública? O por el uso de agua para<br />

beber, que es un bien de primera necesidad. O por el pan o<br />

por los cereales. Resulta que hay que hacer la gran revolución<br />

marxista empezando por la cultura...”.<br />

González Sinde habla sin ambages de la demagogia y la hipocresía<br />

que esconde este “plan magníficamente organizado”<br />

por las multinacionales. Que luego son las que abanderan<br />

la cultura gratuita. “Pica todo el mundo”. Hasta “gente<br />

de izquierdas”. “¿Por qué la única propiedad que se cuestiona<br />

es la intelectual? ¿Qué hay de la propiedad inmobiliaria?<br />

No cuestionamos la propiedad privada de la vivienda, que<br />

también es un bien de primera necesidad. En cambio, cuestionamos<br />

la propiedad intelectual, que es una conquista de<br />

la Revolución Francesa. Fue entonces cuando se dijo que<br />

una idea tenía el mismo valor que un palacio”, sentencia la<br />

escritora.<br />

No es fácil defender ciertas actuaciones de la SGAE (por ejemplo,<br />

la contratación de investigadores para que graben la selección<br />

del pinchadiscos en una boda) y González Sinde, si<br />

bien defiende con absoluta firmeza la propiedad intelectual,<br />

aconseja a la Sociedad General de Autores de España que “revise<br />

su estrategia de comunicación”.<br />

Nos despedimos hablando de cortometrajismo, que es el tema<br />

central de este número. Su recomendación: Miente, de Isabel<br />

Docampo, ganador de los Goya de este año. Su teoría:<br />

“Rodar y rodar cortos... Es la mejor práctica”. Su crítica: “Los<br />

cortometrajistas son víctimas del negocio que existe en torno<br />

al cortometraje y tienen que hacer una inversión para que su<br />

corto se distribuya. Es una pena”.<br />

que se hace en, pongamos, Noruega. Con el menú<br />

de cine que nos ofrece el empresario en general,<br />

puede pasarnos lo que a Hanna, la protagonista<br />

de La vida secreta de las palabras: de tanto comer<br />

arroz, pollo y media manzana, nos sorprenderemos<br />

ingratamente al probar un cordero asado.<br />

¿Soluciones a corto plazo? 1) Apañar un cine club<br />

en casa, como hace González Sinde (tiene dos<br />

hijas, de 8 y 11 años, y Charlot le priva a la pequeña...),<br />

y 2) exigir a los centros educativos que<br />

usen las películas como herramientas educativas,<br />

y no como método de evasión. Por cierto: dice la<br />

actual Ministra de <strong>Cultura</strong>, como post data, que la<br />

Filmoteca Canaria, junto a la de Zaragoza, tienen<br />

los dos mejores programas de educación<br />

audiovisual de España.<br />

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