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vida_de_flavio_josefo

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por una dracma mientras que en Giscala, los ochenta sextarios, por cuatro;

envió pues a Cesárea toda la provisión de aceite, dando a entender que lo hacía

con mi autorización. Yo le había dado permiso, no por mi gusto, sino por

miedo a que me lapidase el pueblo si lo impedía. El caso es que yo consentí y

gracias a ese engaño, Juan consiguió una suma considerable de dinero.

Medidas de Josefo para apaciguar Galilea

Dejé que mis compañeros regresaran de Giscala a Jerusalén y yo me ocupé

de las armas, los suministros y las fortificaciones de las ciudades. Hice venir a

los bandidos más arrojados y, como vi que no había modo de quitarles las

armas, convencí al pueblo de que les pagara un sueldo como mercenarios, con

el argumento de que era mejor darles voluntariamente un poco de dinero que

ver las posesiones sometidas al pillaje sin poder remediarlo. Hice jurar a los

bandidos que no entrarían en nuestro territorio salvo que fueran llamados o no

recibiesen su paga y los despedí ordenándoles que no atacaran ni a los

romanos ni a sus vecinos. Me preocupaba ante todo mantener la paz en

Galilea. A los magistrados de Galilea, setenta en total, quise mantenerlos, bajo

pretexto de amistad, como garantía de fidelidad y los convertí en mis

camaradas y compañeros de viaje. Contaba con ellos en los juicios y

pronunciaba las sentencias con su aprobación, procurando no violar las leyes

con decisiones precipitadas y manteniéndome alejado de cualquier corrupción

en esos asuntos.

Declaración de integridad

Aproximadamente a los treinta años, una edad en la que, aunque uno se

mantenga alejado de las malas pasiones, es difícil sustraerse a las calumnias de

la envidia, sobre todo cuando se ocupa un puesto que confiere gran autoridad,

yo había respetado siempre a las mujeres y había rechazado toda clase de

regalos porque me parecían superfluos; es más, ni siquiera aceptaba de quienes

me los traían los diezmos que se me debían como sacerdote. Sin embargo,

cuando vencí a los sirios que habitaban las ciudades circundantes, tomé parte

del botín, que admito haber enviado a mis parientes de Jerusalén. Pero cuando

conquisté dos veces Séforis, cuatro veces Tiberíade y una Garaba, y aunque

tuve a mi merced a Juan, que había conspirado tanto contra mí, no me vengué

de él ni de ninguno de los pueblos que he citado, como se demostrará en el

curso del relato. Por eso, creo yo que Dios, para el que no pasan inadvertidos

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