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saliendo de la aldea, me situé en un lugar bien visible. Los tiberienses, al
verlo, salían continuamente y me cubrían de insultos; su locura llegó a tal
extremo que colocaron un magnífico lecho fúnebre, y de pie alrededor de él
lloraban por mí entre bromas y risas; yo me divertía con el espectáculo de su
locura.
Josefo ataca a la ciudad de Tiberíade
Con la intención de coger en una trampa a Simón y con él a Joazar, les
envié un mensaje invitándoles a ir a un lugar cercano a la ciudad bajo la
protección de numerosos amigos; quería, les dije, bajar allí para pactar con
ellos el reparto del gobierno de Galilea. Simón, llevado por su juventud y su
codicia, no dudó en acudir, pero Joazar, que sospechaba la trampa, no se
movió. Llegó, pues, Simón escoltado por sus amigos y yo le salí al encuentro;
le saludé amistosamente y le di las gracias por haber venido. Al poco rato,
dimos un paseo como si quisiera hablar a solas con él, y cuando estábamos
lejos de sus amigos, cogiéndole por la cintura, lo llevé hasta la aldea y lo
entregué a mis amigos; luego ordené a los soldados que bajaran y con ellos
procedí al asalto de Tiberíade. Fue un combate encarnizado por ambas partes y
los tiberienses estuvieron a punto de alcanzar la victoria, ya que nuestros
soldados habían emprendido la huida; pero yo, al darme cuenta de lo que
pasaba, hice una llamada a las tropas y con ellas perseguí a los tiberienses, que
iban ganando, hasta la ciudad. Despaché otras tropas hacia el lago con orden
de incendiar la primera casa que tomasen. Cuando se produjo el incendio, los
tiberienses, creyendo que su ciudad había sido tomada por asalto,
atemorizados, arrojaron las armas y vinieron con mujeres y niños a suplicarme
que me apiadase de su ciudad. Ante sus ruegos, contuve el furor de los
soldados y, como era ya de noche, abandoné el asedio junto con mis tropas y
me dediqué a los cuidados del cuerpo. Invité a cenar a Simón, le consolé por
lo sucedido y le prometí que les daría lo necesario para el viaje y que les
dejaría a él y a los suyos regresar a Jerusalén con toda clase de seguridades.
La comisión de Jerusalén regresa a su ciudad
Al día siguiente me presenté en Tiberíade con diez mil soldados; hice
acudir al estadio a los notables del pueblo y les pedí que me señalasen a los
causantes del levantamiento. Cuando lo hubieron hecho, envié a los culpables,
encadenados, a la ciudad de Jotapata; luego, puse en libertad a Jonatán, a