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Jalot, sino más lejos incluso, sin que me lo pidierais; os ruego que me
perdonéis que no pueda hacerlo, pero debo permanecer en Cabul vigilando a
Plácido que ha proyectado llegar hasta Galilea. Venid, pues, vosotros a verme
en cuanto leáis esta carta. Deseo que sigáis bien».
Después de escribir la carta, se la entregué al soldado para que la llevase;
envié con él a treinta galileos de los más respetables, con el encargo de
trasmitir mis saludos a aquellos hombres, sin decirles nada más. Puse también
junto a cada uno de ellos un soldado de confianza para que le vigilase y para
evitar así cualquier conversación entre mis enviados y los amigos de Jonatán.
Y se pusieron en camino. Jonatán y sus compañeros, al fracasar su primer
intento, me enviaron otra carta que decía así:
«Jonatán y sus compañeros saludan a Josefo. Te exhortamos a reunirte con
nosotros, sin escolta, dentro de tres días, en la aldea de Garabot, para que
podamos oír las acusaciones que has formulado contra Juan».
Manifestaciones populares en favor de Josefo
Cuando hubieron redactado la carta y saludado a los galileos que yo había
enviado, se retiraron a Jafa, la aldea más importante de Galilea, que está
sólidamente fortificada y muy poblada. Todo el pueblo, con mujeres y niños,
salió a su encuentro gritando que se marcharan y que no les quitaran, por
envidia, a su magnífico general. Jonatán y los suyos se enfurecieron con los
gritos, pero no se atrevieron a manifestar su cólera y, sin dignarse responder,
se dirigieron a otras aldeas; pero en todas partes eran recibidos por la multitud
con las mismas voces; les gritaban que nadie les haría renunciar a tener a
Josefo como general. Jonatán y sus compañeros abandonaron estos lugares sin
haber conseguido nada y se dirigieron a Séforis, la ciudad más importante de
Galilea. Las gentes de allí, que veían con admiración a los romanos, les
salieron a recibir, pero de mí no hablaban ni bien ni mal. Desde Séforis
bajaron hasta Asoquis y en este lugar, lo mismo que en Jafa, los recibieron
también con gritos. Entonces ellos, no pudiendo reprimir ya su cólera,
ordenaron a los soldados que les acompañaban que apalearan a los
vociferantes. Al llegar a Garaba, los recibió Juan con tres mil soldados. Por mi
parte, como me había dado cuenta por su carta de que estaban decididos a
atacarme, salí de Cabul con tres mil soldados, dejando en el campamento al
más fiel de mis amigos, y con el propósito de estar cerca de ellos, llegué hasta
Jotapata, a cuarenta estadios aproximadamente, y les escribí lo siguiente:
«Si de todas maneras queréis que vaya a reunirme con vosotros, de las
doscientas cuatro ciudades y aldeas que hay en Galilea, iré a la que queráis,