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Gracias a esta estratagema conseguí apoderarme, poco a poco, de todo el
Consejo, y trasladé a los consejeros a la ciudad antes mencionada, junto con la
mayoría de los ciudadanos importantes, que eran casi otros tantos. Cuando el
pueblo vio la desdichada situación a que habían llegado, me pidió que
castigara al responsable de la sedición. Se trataba de un joven audaz e
impetuoso llamado Clito. Yo consideraba un crimen dar muerte a un
compatriota, pero, obligado a castigarle, encargué a Leví, miembro de mi
guardia personal, que le cortara una mano. El hombre que había recibido la
orden tuvo miedo de enfrentarse él solo a la multitud, y para que los
tiberienses no vieran la cobardía de este soldado, llamé a Clito y le dije:
«Puesto que mereces perder las dos manos por haber sido tan ingrato
conmigo, sé tu propio verdugo; si no obedeces, sufrirás un castigo mayor».
Como me suplicara insistentemente que le dejara al menos una mano, accedí
haciéndome de rogar. Entonces, contento de no perder las dos manos, cogió
una espada y se cortó la izquierda. Eso puso fin a la sedición.
Liberación de los prisioneros de Tiberíade
A mi llegada a Tariquea, los tiberienses conocieron la estratagema que
había empleado contra ellos y se sorprendieron de que hubiera reprimido su
insolencia sin derramamiento de sangre. Hice traer a mi presencia a los
prisioneros del pueblo de Tiberíade, entre ellos Justo y su padre Pisto, y los
invité a mi mesa. Durante la comida les decía que yo tampoco ignoraba que la
potencia militar de los romanos era superior a cualquier otra, pero que no
hablaba de ello a causa de los bandidos. Les aconsejé que hicieran lo mismo, a
la espera del momento propicio, y sin rebelarse contra mí, su general, pues
difícilmente podrían encontrar otro mejor. A Justo le recordé también que
antes de mi venida desde Jerusalén, los galileos habían cortado las manos a su
hermano, antes de la guerra, ya que le culpaban de falsificar cartas, y que,
después de la retirada de Filipo, los gamalitas, sublevados contra los
babilonios, habían matado a Cares, pariente de Filipo, y habían torturado
salvajemente a su hermano Jesús, el marido de la hermana de Justo. Hablé de
todo esto con Justo y sus amigos en el transcurso de la cena, y al romper el
día, ordené que fueran puestos en libertad todos los prisioneros.
Encuentro de Filipo con Agripa