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vida_de_flavio_josefo

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Genealogía

No es la mía una familia carente de distinción, sino que desciende de los

sacerdotes. Cada pueblo tiene un signo de nobleza, y así, entre nosotros, la

participación en el sacerdocio es prueba de un linaje ilustre. Y mi familia no

sólo proviene de sacerdotes sino también de la primera de las veinticuatro

clases (y en esto la diferencia es grande) y de la más noble de sus tribus. Soy,

además, de estirpe real por mi madre, pues los descendientes de Asmoneo, sus

antepasados, fueron sumos sacerdotes y reyes de nuestro pueblo durante

muchísimo tiempo. Relataré la sucesión: fue nuestro tatarabuelo Simón,

apodado el Tartamudo, que vivió en la época en que era sumo sacerdote el hijo

de Simón, el primero de los sumos sacerdotes que ostentó el nombre de

Hircano. Simón el Tartamudo tuvo nueve hijos, entre ellos Matías, llamado

hijo de Efeo. Éste se casó con una hija del sumo sacerdote Jonatán, el primer

hijo de Asmoneo que alcanzó el sumo sacerdocio, hermano del también sumo

sacerdote Simón. Tuvo un hijo, Matías, apodado el Jorobado, cuando Hircano

cumplía el primer año de su reinado. Matías a su vez tuvo un hijo, Josefo, en

el noveno año del reinado de Alejandría, de Josefo nació Matías, en el décimo

año del reinado de Arquelao, y de Matías nací yo, en el primer año del

principado de Gayo César. Tengo tres hijos: Hircano, el mayor, nació en el

cuarto año del principado de Vespasiano César; Justo, en el séptimo y Agripa,

en el noveno. Cito la sucesión cronológica de nuestra familia tal como la he

encontrado registrada en los archivos públicos, sin preocuparme de los que

intentan calumniarnos.

Educación

Matías, mi padre, era insigne por su noble linaje, aunque era más

reconocido por su rectitud, gozando de gran prestigio en Jerusalén, nuestra

ciudad más importante. Yo fui educado con un hermano de nombre Matías (mi

hermano de padre y madre) y hacía grandes progresos en mi educación,

teniendo fama de una memoria y una inteligencia excepcionales. Apenas

salido de la niñez, sobre los catorce años, todos elogiaban mí dedicación al

estudio, y sacerdotes y hombres notables de la ciudad me frecuentaban para

recibir de mí alguna aclaración sobre las leyes. Cuando tenía unos dieciséis

años, decidí obtener experiencia de las sectas que existen entre nosotros. Son

tres: la primera, la de los fariseos, la segunda, la de los saduceos, y la tercera,

la de los esenios, como he repetido en tantas ocasiones. Creía que, si las

conocía bien todas, podría elegir la mejor. Con una dura disciplina y mucho

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