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para disuadirlos, pues preveía que el desenlace de la guerra sería desastroso
para nosotros; pero no logré convencerlos: fue mucho más fuerte la locura de
los insensatos.
Pero temiendo que, si insistía en estos razonamientos, acabaría por
despertar en ellos el odio y la sospecha de estar de parte del enemigo, y para
no arriesgarme a que me apresaran y me mataran, como la fortaleza Antonia
estaba ya ocupada, me retiré al atrio interior del Templo. Cuando Menahén y
los jefes de la partida de bandidos fueron ejecutados, salí del templo y me
reuní con los sumos sacerdotes y los principales de los fariseos. Estábamos
muy alarmados viendo al pueblo en armas, y, por lo demás, nosotros no
sabíamos qué hacer y éramos incapaces de controlar a los rebeldes. Ante un
peligro tan evidente, les decíamos que estábamos de acuerdo con sus planes,
pero les aconsejábamos que mantuvieran la calma y dejaran que fuera el
enemigo quien atacara, a fin de que se nos pudiera reconocer que tomábamos
las armas en legítima defensa. Actuábamos de esta manera esperando que
Cestio llegara pronto con un gran ejército y pusiera fin a la insurrección.
Derrota de Cestio. Matanza de judíos en Siria
Cestio, efectivamente, entró en combate en cuanto llegó, pero fue vencido
y cayeron muchos de los suyos. Su derrota fue una desgracia para todo nuestro
pueblo, pues con ella los partidarios de la guerra se sintieron más seguros;
habiendo vencido a los romanos una vez, concibieron la esperanza de
continuar así hasta el final. A esto se añadía otro motivo: los habitantes de las
ciudades próximas a Siria habían apresado a los judíos que residían entre ellos
y los habían matado, incluidos mujeres y niños, sin que tuvieran ningún cargo
contra ellos, pues ni habían hecho intento alguno de rebelarse contra los
romanos ni nada hostil o insidioso contra los sirios. Fueron los de Escitópolis
los autores de las acciones más abominables y criminales: al ser atacados por
enemigos judíos de otros lugares, obligaron a los judíos que vivían con ellos a
tomar las armas contra sus compatriotas —lo que nos está prohibido— y con
su ayuda vencieron a los invasores. Pero después de la victoria se olvidaron
del compromiso con sus conciudadanos y aliados y los mataron a todos, que
contaban muchos miles. Otro tanto les ocurrió a los judíos residentes en
Damasco. Pero de todo esto ya he hablado con toda precisión en mi obra sobre
la Guerra de los judíos. Si lo he recordado ahora, ha sido para demostrar a los
lectores que la guerra contra los romanos se debió más a la fatalidad que a la
iniciativa de los judíos.